HIDALGO
La celebración arrastra
su cola embetunada de vómito
por el Campamento 2 de Octubre.
Un día después de la algarabía
observamos el campo de batalla
ya limpio de cadáveres: tapizado
de cuetes aún humeantes el enorme
y vacío estacionamiento, sucias
las calles, legañosos los ojos
de los caminantes en Sebastián
Lerdo de Tejada
así como lastimeros los aullidos
de perros que no comprenden
del fervor ni del desborde
de cerveza que transforma
en éxtasis nuestra sencilla
vulgaridad de inquilinos
a los que se les ha cortado
el agua por casi dos semanas.
Pero los perros desconocen
la bendita saga que nosotros
memorizamos y comprendemos
hasta en sus últimos detalles.
El llamado de Hidalgo sigue
retumbando en los corazones,
cómo negarlo, cómo cerrar
los ojos ante tamaña verdad,
quién podría: sólo que hoy
su grito de rebelión se funde
con el alarido de las patrullas
que recorren Iztapalapa durante
las auroras más salvajes de México
o con la simple, monótona letanía
de los vástagos del pvc,
aquellos trepanados por Capital
que elevan sus alucinados coros
/ al cielo cada tarde.
Como si cantaran para invocar
la lluvia, como si danzaran
honrando el sueño que alguna
vez precipitó a Hidalgo
hacia la insurrección y la ruina.
EPÍSTOLA PARA EL REVERENDO ELIOT
Para T.S & la dedicatoria de “Tierra Baldía”
Pero es que ni siquiera nos alcanza
para autores, zarigüeya,
ni siquiera para escribidores,
menos aún para artesanos.
El limbo es un buen lugar
para zánganos como nosotros.
Derivamos en círculos
entre brumosas taquerías,
cascajos de carros, casas
con sus varillas levantadas
hacia un cielo trizado,
llantas que alguien quema
para templar una noche gélida y espesa
como poema de Berryman,
hasta caer rendidos sobre camas
que no son más que paisajes
de alambre. Monosos reunidos
alrededor del fuego viendo
las sombras parpadear
como pequeños dioses
que saltan entre las llamas
y transmiten su palabra,
su áspero evangelio al vacío
que somos, ese montón de piedras
que se desmorona en el surco.
Cómo pican las chinches aquí,
zarigüeya, cómo apestan las aguas.
La brisa trae consigo a mediodía
y en el crepúsculo el tronar
histérico de los sonideros
con su perreo intenso,
su Despacito tarareado
hasta el carajo, una música
hipnótica como el tartamudeo
de los disparos de los narco
corridos, de las narco balaceras,
de los narco incendios de la realidad.
Pero es que ni siquiera nos alcanza
para autores, zarigüeya: corre
un viento despiadado y frío
aquí, despiadado y frío
a toda hora. No ocurre
nada digno de ser traducido,
no se cruza el Rubicón
salvo para perderse
en su corriente y caer rendido
en un paisaje de alambre.
PARAÍSO INC.
Corriendo detrás de unos vagones
oxidados, un cascajo rodante
que galopa hacia Paraíso Inc.
La tierra prometida es un
campo de naranjas en Salinas,
California, una cueva de braceros
que nos guiña desde lejos.
Agazapados entre la maleza,
el pulso y la voluntad
sometidos al tam tam
que multiplican los musgosos
rieles -un bisonte que cruza
los caminos con su carga
rotunda de metecos. Agazapados
en la maleza por días, corriendo
todo el tiempo, corriendo
detrás de unos vagones oxidados.
Pero también huyéndole
al largo etcétera del hambre,
a los latigazos del hielo
cuando el bisonte se detiene
y pasta entre la neblina de la sierra.
Los coyotes andan cerca
cazando maras y zambos para el pozole,
la migra sigue el hedor
de nuestros pantalones
cagados. Hay que correr
entonces, saltar lo más alto
que se pueda, abrazarte
de los sucios costados
de La Bestia si no quieres
acabar como un montón
de basura apilado al borde
de los rieles, con tu rostro
vacío arañando la tierra.
Hay que seguir corriendo
detrás de unos vagones oxidados
todo el tiempo, todo
el chingado tiempo
corriendo para no
ser carne de fosa,
para llegar a Paraíso Inc.
DÍA 30 S. ALCOHOL
(MALPAÍS)
Yo sólo quiero de la palabra
el balbuceo, el estertor que causa
la tromba al cruzar un descampado
invadido por el cascajo y la maleza.
No me interesa el amor y sus chillidos
de canción de banda, no me interesa
el cacareo de los que vociferan
por una Utopía levantada sobre cajas
de huevo y pepenadores que sobreviven
como ardillas en un bosque calcinado,
no me interesa el silencio, sus caminos
de terracería. ¿Has visto a las palomas
colgar de los cables del tendido eléctrico
en las atroces mañanas? ¿Sus cuerpos,
ligeras amenazas arrancadas a una película
de Hitchcock? Nada de eso me interesa,
nada, esas absurdas escenas, esos ínfimos
chispazos que la mirada rescata del eriazo
del cielo no son sino extensiones de la noche
/ que no quieren reconocerse noche,
avalancha de momentos que nos precipitan
/ hacia el caos.
Gritos que la garganta asfixia
o deja escapar en repentinos alaridos
cuando los fármacos no hacen efecto,
lengua que se disuelve en gargajo
y glosolalia, Lautreamont
que alguien libera de un nosocomio
para que bale, para que aúlle, para que salte
y acelere el desenlace de esta cinta clase Z
donde figuramos apenas en los créditos.
Abismo que adulteramos sin asco,
que corrompemos hasta repetir:
“lluvia, “te amo”, “hermoso día”.
Noche que abandona sus tinieblas
y se ordena alfabeto, remedo de jardín
ardiendo en una ciudad que contempla
cómo sus soles estallan y se hunden
/ en un mar de asfalto y brea.
Yo no quiero de la palabra sino
el descampado, el cascajo, los despojos.
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