Cuando tu gata se caga en la alfombra y mea en tus libros, algún día de febrero del año 2023.
1.- Los gritos de mi hijo mayor alertando que la gata se había cagado en la alfombra me despertaron. Fue a avisarle a Victoria, su madre, que, sin alardes, le dijo que limpiaría enseguida. Algo dormido aún, recordé que no había abierto la puerta del baño pequeño —donde la gata tiene su arenero—, la noche anterior antes de ir a dormir y me maldije por ello. Me di unas vueltas en la cama, mientras sentía los pasos de mi mujer dirigiéndose al living para limpiar, cuando intuí que quizá la gata no solo se había cagado, sino también meado, en otro lugar. Sin poder levantarme y con los ojos aún cerrados, seguí escuchando los sonidos de la casa, del entorno, un día jueves a las 8:30 de la mañana. Sentí cuando Victoria desenrollaba el papel higiénico y lo cortaba, sus pasos flojos en dirección a la alfombra, un leve quejido al agacharse, el sonido del piso siendo frotado con el papel, un auto que frenó brusco abajo en la calle y mi hijo menor gritando que quería una leche. Enseguida me levanté. La espalda me sonó como todas las mañanas y las plantas de los pies me dolieron al dar los primeros pasos. Entonces fui directo a uno de mis libreros. Me agaché, toqué la esquina de los últimos libros en la parte de abajo y tres de mis dedos de la mano derecha quedaron mojados con la orina del animal. Puta mierda, dije. No lo podía creer. En menos de dos semanas, la gata se había meado en el mismo lugar y en los mismos libros, más de doce, para ser exactos. Me di una vuelta, me tomé el pelo con un moño, mientras sentía que las venas del cuello comenzaban a palpitar.
2.- Entonces, fui a la pieza y le hablé con enojo a Victoria, alegando que la gata de nuevo se había meado en mis libros, que no entendía cómo no podía ayudarme con el cuidado del animal, a fijarse en que la puerta quedara abierta en las noches, a limpiar sus espacios, que todo lo hacía yo, etc. Ella me miró ofuscada y no dijo nada. Yo regresé al living, me agaché para sacar los libros y limpiar. Maldecía por cada libro meado y sin darme cuenta, me dieron ganas de llorar.
3.- Al percatarme de aquello, me encontré ridículo y recordé una de mis rabietas de adolescente, cuando después de una pelea con mi papá tiré un casete de Skid Row contra una pared, y al verlo roto, me tiré al suelo a llorar desconsolado. Él, en vez de regañarme, se puso en cuclillas, recogió el casete y me dijo no te preocupes, tiene arreglo, yo me encargo.
4.- Entonces, con la rabia aun brotando por todas partes, me di ánimo para limpiar. Fui al baño a buscar un paño húmedo, fregué el suelo y el librero. Luego, saqué y revisé uno a uno los libros y los puse en la ventana, donde ya empezaban a llegar algunos rayos de sol. Después de hojearlos y asegurarme que olían muy mal, fui a buscar un líquido quita olores de orina de gato y se lo rocié a cada uno en la parte donde estaban mojados. Terminada la tarea, los volví a hojear, intentando ventilarlos un poco. Mientras hacía todo esto, me percaté que la gata, recostada encima de la mesa, me miraba con indiferencia. Después de haber ido a la cocina a dejar en su lugar el líquido quita olores de orina de gato, tomé a la gata, le dije unas groserías y le encerré en el baño. Al instante se puso a maullar, pero no tuve compasión alguna.
5.- Mientras me duchaba, pensaba en lo sucedido. Todo ese mal rato era mi culpa. Sin duda, no lo había querido, mucho menos premeditado, pero fue un descuido involuntario —el olvidar dejarle la puerta abierta del baño pequeño a la gata—, lo que desencadenó todo ese altercado. Al secarme, pensé en salir y pedirle disculpas a Victoria por lo que había dicho y reconocer que al final, todo había sido por mi descuido. Pero al llegar a la pieza, me miró con rabia y supe que no conseguiría nada con tratar de hacer las paces. En tanto me ponía los calcetines, me preguntó si iba a sacar a la perra al parque para que meara y cagara.
6.- Resulta que también tenemos una perra, se llama Laila, que en hebreo significa noche. Victoria la rescató junto a sus cuatro hermanos, hace algunos meses. Unos trabajadores de la construcción encontraron a los cachorros en una caja sellada llorando, en un basural. Habían sido embalados para morir por falta de aire y comida. No tenían más de tres o cuatro semanas. Los mismos maestros pusieron un aviso en una página de Facebook donde Victoria se enteró. De inmediato quiso rescatarlos. Los tuvimos unos meses y los fuimos regalando de a poco, a personas que intuíamos, serían responsables con ellos. La idea era regalarlos a todos, pero nos quedamos con Laila, porque nadie aceptó vivir con ella. Al final, nos encariñamos y creo que nos llevamos bien. Bueno, la cosa es que le dije que no, que no estaba interesado en sacar a la perra porque iba a salir. Me miró con rabia y dejó la pieza. Volví a pensar en mis intenciones de reconciliación, pero entendí que no tenían caso. Luego pensé: tengo derecho a irme a la mierda también.
7.- Mientras guardaba mi billetera, tomaba un libro resumido de Edward Gibbon y luego saqué las llaves del auto que estaban colgadas en un tornillo puesto en la puerta, mi hijo mayor me preguntó a dónde iba y si demoraría mucho. Le dije que no, que iba y volvía y nada más haría un trámite. Mientras cerraba la puerta, me pidió que le trajera un chocolate. Lo pensaré, alcancé a responder y salí. Una vez en el auto, manejé unas cuadras y estacioné frente a un negocio, compré unas galletas y un jugo, volví al auto y me senté a desayunar. Eran cerca de las 10:00 de la mañana y Valparaíso, — porque esta es la ciudad donde vivimos ahora —y Valparaíso, digo, empezaba poco a poco a despertar. No quise prender la radio y solo bajé la ventana de mi asiento, porque sentía calor. Uno de los parquímetros, que en este caso era una mujer, pasó caminando lento por la calle. Cuando estuvo al lado mío, me miró y casi como un murmullo, me dijo que estaba mal estacionado. Le dije que me iría enseguida, que me tomaba el jugo y me iba. Ella me dijo que no había problema, que ella no estaba a cargo de ese lugar y nada más me avisaba, porque había policías sacando partes. Le di las gracias y casi al instante terminé de comer y salí de ahí. Conduje lento por la costanera, pasé el puerto y la última playa y me estacioné en uno de los miradores más altos del sector.
8.- Bajé del auto con pereza, salté una especie de cerco de concreto que separa la calle del roquerío y descendí hacia un peñasco, donde las gaviotas ponen sus nidos. En el mirador el mar se veía imponente y la curvatura de la tierra se observaba con claridad, a la distancia, lo que me llevó a pensar en cómo el agua podía mantenerse sin derramarse alrededor de una esfera. A esa hora, el mar parecía mecerse, en grandes bloques, a ritmos simétricos y pausados, y la luz hacía brillar algunos sectores del agua, que se reflejaban con una claridad desconocida para mí. La inmensidad del mar siempre me ha parecido reveladora, inquietante, a ratos perturbadora. Después de unos minutos de mirar el horizonte de manera aleatoria y ver como las gaviotas revoloteaban y hacían sus sonidos tan característicos, me senté y me puse a llorar. Mientras me corría una fría lagrima por la mejilla izquierda, me hice consciente por primera vez, del sonido que emitían las olas al chocar contra las rocas. Era un sonido áspero, profundo, como una tempestad. Y por unos instantes, pensé que esas olas habían estado generando ese mismo sonido por años, décadas, siglos, milenios. Y me sentí ínfimo y ridículo. Mi tristeza y desazón no eran nada comparados con esas olas, con el sonido eterno del agua golpeando las piedras, desgastándolas, mientras un pichón de gaviota intentaba dar sus primeros aleteos para empezar a volar. Soy un tipo de mierda, me dije, cuando a lo lejos, vi una lancha, que al parecer a esa hora pescaba. Una ráfaga de viento apareció de la nada, me movió casi por completo, al punto de que un mechón de pelo se me fue directo frente a los lentes y me costó que volviera a su lugar. Me dio un poco de vértigo y pensé en todas las personas que alguna vez se habían tirado al mar desde ese peñasco, que según me habían contando, no eran pocas. Me dio una cosquilla en el estómago, pero casi enseguida se me quitó. Luego de un rato de darle vueltas a pensamientos inconexos, pensar en los libros meados por mi gata, en lo enojada que debía estar Victoria, e imaginar a mis hijos adultos y lejos de casa, me paré y me fui.
9.- En el auto, algo más tranquilo, pensé en que no tenía sentido seguir enojado o triste y que cuando llegara al departamento, sacaría a mis hijos a pasear y a tomar un helado. Y eso hice. Cuando íbamos saliendo del ascensor, mi hijo menor me tomó la mano y me dijo que quería un helado de chocolate. Su hermano, que iba caminando unos pasos delante de nosotros, sugirió que en vez de helado tomáramos un jugo. Puede ser ambas cosas, le dije. El más pequeño me soltó la mano para arreglarse la mascarilla, que finalmente terminé acomodando yo, porque le quedaba grande, porque hay que recordar, estábamos en Pandemia y al menos todos los niños usaban mascarillas, cuando andaban en la calle. Al llegar al negocio, no sabían que helado escoger. La chica que atendía, pálida, de pelo claro y de no más de veinticinco años, me miraba con ojos comprensivos, y por sobre su mascarilla salió un hilito de voz diciendo algo sobre los niños que no entendí. Una vez a fuera, caminamos unas cuadras y nos sentamos a tomar los helados y el jugo que me compré, porque finalmente ellos no quisieron nada para beber. En tan solo unos minutos, el más pequeño estaba con la cara llena de chocolate y la camisa con un manchón rectangular de helado. No tenía nada con que limpiarlo, por lo que le pedí se acercara y con el reverso de mi polera froté su cara y camisa con cuidado. Mientras hacía eso, su hermano ya había terminado su helado y se había ido a jugar a la pileta sin agua que teníamos frente a nosotros. Daba vueltas en círculo mientras tarareaba la melodía de una canción que no reconocí. Enseguida se le unió su hermano, que empezó a correr detrás de él, persiguiéndolo, diciendo a viva voz con el registro de un niño de tres años: ¡te voy a atrapar ladrón! Yo saqué mi celular para revisar si alguien me había escrito algún mensaje. Al corroborar que nadie lo había hecho, lo guardé y seguí mirando como mis hijos jugaban. Corrían de un lado a otro, sin dirección y alzando las manos y gritando. Cuando el mayor se aburrió, su hermano vino corriendo ante mí, acusándolo, porque ya no quería seguir el juego. Yo le expliqué que debía entenderlo, que quizá se había cansado y podía hacer otra cosa. Ente su negativa, le pedí al mayor que volviera a jugar con él, pero desistió. Dijo que ya quería irse al departamento. Le pregunté al menor si quería irse también, y me contestó afirmando con su cabeza.
Por Rubén Silva
BIOGRAFÍA Y DATOS PERSONALES Y REDES SOCIALES
Rubén Silva 38 años, chileno, profesor de música de profesión, músico, pintor y escritor. Nació en Valdivia. En la actualidad vive en Purranque al sur de Chile.
Ha publicado los siguientes libros:
- Los Neronianos (2012), cuentos, por la editorial Escritores.cl, de Santiago de Chile.
- Blues suicida (2013), novela, por la editorial la Polla Literaria, de Santiago de Chile.
- Los Hijos de Los hombres (2015), cuentos, por la editorial la Polla Literaria, de Santiago de Chile.
- Espacios otros (2016), Poemas, por la editorial Gato Jurel de Santiago de Chile.
- Ishango (2017), Poemas, por la editorial Gato Jurel de Santiago de Chile.
- Las trampas de Dios, auto publicación en Amazon. (2018) en: https://www.amazon.com/trampas-Dios-Spanish-Rub%C3%A9n-Silva/dp/1981098879
- Cuando los barcos imaginarios están en el fondo del mar y son un pretexto para recordar una mudanza (2024), Poemas, por la editorial la Polla Literaria, de Santiago de Chile.
- Humanoide, de pronta aparición), novela cyberpunk, parte 1. Por la editorial la Polla Literaria, de Santiago de Chile.
- Las trampas de Dios (edición en papel, en Chile), de próxima aparición. Por la editorial la Polla Literaria, de Santiago de Chile.
Como músico ha grabado entre los que destaca el siguiente disco: https://ustvolskayaband.bandcamp.com/album/in-a-year-of-13-moons
Ha sido publicado en las siguientes revistas literarias electrónicas.
https://www.cinosargo.cl/2017/01/poemas-de-ruben-silva-de-espacios-otros.html
https://www.elciudadano.com/arte-cultura/espacios-otros-de-ruben-silva/12/12/
https://www.ariadna-rc.com/numero74/lab06.htm
Links de interés.
https://www.youtube.com/watch?v=C5NoS_bnUmc
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