“Kiki”, de Verónica Langer: breve e intensa opera prima en narrativa por Luis Benítez



El sello argentino Paradiso Ediciones distribuyó en librerías la primera nouvelle de esta actriz, profesora y narradora nacida en Buenos Aires pero residente en México desde mediados de la década de los ’70.

 

“¿Es un delito estar loco?”, se pregunta valederamente el extravagante y muy bien logrado protagonista de Kiki (1), Aurelio Hernández, un 24 de mayo, tres días antes de ser arrojado en una celda. Salvo por ver de tanto en tanto alacranes subiendo por su brazo y no tener una noción muy clara de sí mismo y de cuanto lo rodea, está lo suficientemente lúcido como para llevar un diario de sus andanzas, mientras ejerce funciones como cuidador en un instituto neuropsiquiátrico ubicado en alguna parte de la Argentina no muy lejos de Buenos Aires, según se colige a medida que avanza la lectura de sus anotaciones, fechadas, eso sí, en un meticuloso orden cronológico.  

El loco, criatura predilecta entre tantas otras de la literatura tanto occidental como oriental, por la libertad expresiva que le otorga al escritor en mucha mayor medida que aquellos caracteres diseñados según el ajustado talle de la cordura, tiene un matiz en la creación de Verónica Langer muy bien aprovechado para darle aires de verosimilitud a todo su relato. Aurelio aparece como una criatura habitante de dos mundos, de los que entra y sale si no a voluntad, con una naturalidad pasmosa. A la hora de reflexionar a través de sus anotaciones en múltiples ocasiones se muestra idóneo para la tarea, así se trate de historiar las peripecias a las que se ve arrastrado por su propio desorden e impulsividad. Posee una cierta conciencia de sí mismo, ya dijimos antes que no muy clara pero cuyo remanente está allí y eso le posibilita escapar de los enredos que él mismo genera merced a impulsos que, en el momento de la acción, no se detiene a sopesar. El tropel de líos en los que se ve envuelto no basta para que ese vestigio de lógica -ante el estímulo del peligro real o imaginario, por ejemplo- desaparezca.

El problema de Aurelio es que este mundo, sus convenciones sociales, lo que se espera que hagamos los individuos que lo conformamos, el modo que debemos observar en nuestras interrelaciones, no está hecho para albergar a criaturas como él. Tampoco a aquellos que debe cuidar, los pacientes del doctor Quesada y de su jefe, el “hombre malo de la película”, el implacable Ortiz. Internos que están unos cuantos pasitos más allá dentro del otro lado que Aurelio. Este genéricamente los llama “larvas”, estableciendo una marcada diferencia entre ellos y su propio desbarajuste personal. Como Kiki, otro logro de Langer, que como único medio de expresión verbal arriesga cada tanto la palabra “jamón”; Paco el mexicano, empecinado intérprete del variado repertorio de Jorge Negrete y Pedro Infante que ameniza sus trinos con historias de sombreros charros y balazos antes de ponerse de veras violento y terminar encerrado. O El Viejo y Miguel, el más jovencito, apenas bosquejados porque se integran al elenco puesto en escena por Langer como personajes terciarios y con eso basta.

Aurelio no tendrá mejor idea que llevarse consigo a estas “larvas”- a las que debe supuestamente cuidar- al prostíbulo del pueblo, establecimiento del que es habitué. Esto sucede un fatídico pero bien intencionado jueves 15 de mayo y por supuesto todo se sale de control. Un sinfín de peripecias tiene comienzo a la mañana siguiente, cuando tras pernoctar en el lupanar, Aurelio no logra dar con la totalidad de los excursionistas que ha llevado consigo y debe devolver a la grisura del neuropsiquiátrico.

A partir de esa página, la 24, la debutante narradora radicada en México nos arroja de la mano de Aurelio a una crónica delirante, con mucho de comedia negra y nutrido trasfondo para reflexionar mejor que el protagonista acerca de cuestiones que la autora sabe muy bien cómo aludir sin explicitar (lo no escrito, presente por ausencia, como la personalidad de Kiki). Este aspecto es uno de los logros mayores de esta nouvelle y habla del buen pulso de la escritora porteña pero nacionalizada mexicana. Un arte complejo de manejar pero que es la marca de agua de un buen discurso narrativo, llevado adelante por Langer con tal facilidad que nos hace olvidar que se trata de una primera entrega édita, donde cabría esperar algunas imperfecciones más que entendibles. Definitivamente, no las hay.

“Me meto en cada lío”, razona como puede el bueno de Aurelio. Todo lo demás, Langer se lo permite agregar al lector.

 

La autora

Verónica Langer nació en Buenos Aires en 1953 y vive en México desde 1975, donde tuvo que exiliarse con su familia por las convulsiones políticas de su país. Como actriz, participó en innumerables obras de teatro, proyectos de televisión y cine. Entre otros reconocimientos, ha sido nominada seis veces al Premio Ariel, que obtuvo como mejor actriz de cuadro en 1993 y en dos ocasiones como mejor actriz (2016 y 2017). Estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Impartió por treinta años talleres de Guion, Lectura y Escritura en la UAM-X. Publicó Visitas inesperadas, pieza teatral sobre Remedios Varo, (1996, UAM, Colección Molinos de Viento) y Ojos abiertos, ojos cerrados (2004) incluida en la antología Mujer, teatro, país de la Colección Tablado Latinoamericano. En la actualidad, sigue presentado su biodrama Detrás de mí la noche. Kiki es su primera novela.

NOTA

(1)Paradiso Ediciones, ISBN 978-987-4170-86-6, 80 pp., Buenos Aires, 2023.

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