La máquina del orgasmo infinito (Julio Meza Diaz) por Carlos Herrera Novoa

 




La máquina del orgasmo infinito (Julio Meza Diaz)

por Carlos Herrera Novoa

 

La máquina del orgasmo infinito. Julio Meza Díaz.

 

“La máquina del orgasmo infinito” es una obra de filiación difícil. Estamos frente a un libro conformado por cuatro cuentos cuyas raíces no nos remiten a ningún movimiento específico y que, aparentemente, no parecen beber de tradición literaria alguna. En sus páginas hay algo de Kafka, algo de Henry Miller, del cine de Almodovar, mucho dadaísmo y un humor grotesco más cercano al humor disparatado, carnavalesco y violento de Robert Crumb o al comic excesivo de Ralf König que a la obra de cualquiera de sus contemporáneos.

El libro tiene de literatura fantástica, de ciencia ficción, de surrealismo y de realismo crapuloso, además de ser uno de los libros que mejor capta contemporaneidad absurda que nos está tocando vivir. Es un libro sobre el internet en donde el internet no se menciona, un libro sobre el futuro en donde el futuro no aparece por ninguna parte. Todo esto en una mezcla extraña que se siente en cada frase y se advierte en cada acción de sus obsesivos y desenfrenados personajes. Una mezcla que percibimos en lo acelerado de su prosa y en sus visiones descontroladas, en imágenes que se suceden sin un sentido claro y que se reemplazan unas a otras sin tregua, en una sucesión implacable. Pero, sobre todo, la percibimos en la manera como el libro mismo esta estructurado, en base a yuxtaponer realidades de diferentes orígenes, distorsionarlas y confrontarlas hasta, literalmente, hacerlas estallar. Estamos frente a un libro que desafía al lector y parece burlarse de él, a veces con la frescura e inocencia de un niño perverso y otras con la brutalidad de un psicópata.

Quizás lo más extraño del libro es que estamos frente a una obra realista, pero una obra de un realismo insólito que deforma y amplia la realidad, para destacar muchos de sus rasgos más truculentos. En cada uno de sus cuentos reconocemos personajes de la vida cotidiana, de los medios de comunicación, de las empresas o de las oficinas públicas, y situaciones tales como los celos profesionales o el sabotaje entre colegas (que son los centros de “Como un mono” y “La máquina del orgasmo infinito”). En el libro nos encontramos con gurús y estafadores mediáticos, megalómanos y manipuladores (en “Fredo” y “Vargas Yosa”), con toda una serie de empleados y segundones serviles y corruptos, con empresarios absurdos y empresas desopilantes. Julio Meza Diaz caricaturiza de ese modo, al nuevo costumbrismo latinoamericano y a sus estereotipos más visibles (el de la vecina chismosa, el pobre que triunfa en un contexto de adversidad, el del pícaro simpático o el empleado leal). Ellos son las victimas de sus dardos y en ellos se inspira para crear a sus personajes.

Sin embargo, el libro va más allá de una simple caricatura de la cotidianeidad latinoamericana del siglo XXI. Los cuatro cuentos de “La máquina del orgasmo infinito” nos hablan de los deseos reprimidos, de las visiones y de los símbolos de la postmodernidad tardía. Ellos son el centro y el alma del libro y explican claramente el empleo de ese caos lúdico con que el autor nos otorga una extraña visión del inconsciente humano. Una visión entre freudiana y surrealista que por momentos adquiere la materia y la textura de los sueños, de visiones que se manifiestan mediante una serie de imágenes imposibles de categorizar, de alucinaciones, metáforas psicoanalíticas y deseos desatados que el autor convoca con la habilidad de un mago. Todo un universo simbólico que disuelve la razón, nuestras categorías cotidianas y nuestra percepción del bien y del mal, transformándolas en pulsiones tan simples y elementales como las de la supervivencia, el sexo desenfrenado, el miedo, el odio o el hambre.

A esta materia simbólica corresponde toda una fauna extraordinaria de personajes estrambóticos envueltos en situaciones cada una más absurda que la otra. Situaciones cuya acumulación acelera las historias que pronto se confunden y se retuercen entre si en medio de un huracán de ruido y furia, de caprichos sublimados, planes ridículos, odios, rivalidades y sadismo gratuitos. Personajes cuyo rasgo más evidente es la sublimación de las propias manías y delirios, a las que siguen y obedecen de manera tan natural como si fueran rasgos implantados en lo más profundo de su ADN psicológico. Delirios que en varios relatos (Fredo y Vargas Yosa por ejemplo) en un momento parecen adquirir forma propia, controlar e impregnar el mundo ficticio en un aquelarre de demencia maniaca, ilógica e impredecible, que le otorga al libro un ritmo trepidante y nervioso al asalto de las defensas lógicas del lector.  

Esta carencia de cualquier referente solido que nos permita entender lo que esta pasando es una de las características más palpables del mundo que se describe en “La máquina del orgasmo infinito”. Este es un espacio ficticio sin centro, en donde la subjetividad de cada protagonista a la vez lo es y no lo es. Es un universo vacío ocupado por la ironía que hace de dios gnostico y lo articula y lo impregna de una atmosfera particular en donde se dicen muchas cosas, pero en donde a la vez no se dice nada. En él cada historia funciona como un contratexto, un conjunto de sombras ocultas que aparecen y desaparecen como una multitud de visiones oníricas que el autor manipula hábilmente a su antojo. Para moverse entre ellas hay que leer entre líneas y tratar de ver el reverso de las cosas. Una vez hecho eso, es fácil (o por lo menos lo parece) entender que los verdaderos protagonistas de cada historia no son los seres egocéntricos o sádicos de turno sino la multitud de urdimbres, complejos y manías con las que el hombre del siglo XXI busca darle sentido a su vida: el narcisismo, la violencia absurda, la paranoia, el miedo indefinido y la parcialidad chirriante.

Estamos, pues, frente a un libro de los tiempos de la postverdad, de la emotividad insensata y de los universos paralelos del internet y las redes sociales. Todo impregnado de un humor irónico y lúcido. “La máquina del orgasmo infinito” es un libro expresionista que, como las pinturas de Grosz o Beckmann, nos confronta con nosotros mismos y con nuestro lado más grotesco, como si estuviéramos frente a una radiografía de nuestra propia psiquis social y de sus aspectos más chocantes: su egocentrismo, su megalomanía, su frivolidad, pero también sus fuertes dosis de ansiedad, de malestar intimo y de psicosis. El libro es, entonces, en su totalidad, una farsa literaria, pero una farsa lúcida y magníficamente construida en la que el autor nos describe la realidad del siglo XXI exagerada hasta unos límites que aun no podemos ver, pero si presentir. Una farsa de pesadillezca creada por uno de los autores más originales que ha dado la literatura latinoamericana actual.   


 

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