No hay duda de que Isla
Riesco (Santiago: Jámpster, 2019), de Mariana Camelio Vezzani (Punta
Arenas, 1994), fue visto como un hito reconocido dentro de la poesía reciente
en Chile: desde la más externa de las lecturas posibles, se impone la extrema
calidad de la escritura y la complejidad del entramado entre experiencia,
memoria, geografía e historia, características que, considerando la extrema
juventud de la autora, no podían dejar de llamar la atención. Mientras escribo
este texto, tres días después de la elección presidencial que ha llevado a La
Moneda a Gabriel Boric (también magallánico y el presidente más joven de la
historia de Chile), me salta a la vista un carácter de hito más profundo en Isla
Riesco, ante la necesidad de comprender los índices posibles en el texto
hacia el establecimiento de una nueva modulación sensible y una nueva forma de
lectura de la propia situación social e histórica, fuertemente
diferenciadas, por parte de una generación completa de chilenos.
El libro, por más
que sea breve, opera con una gran coherencia y correspondencia temática:
resulta imposible verlo como una simple colección de poemas, si bien el enlace
entre estos no es necesario en general para que cada uno se alce como una pieza
lograda. La excepción en lo último resulta ser la serie de textos sin título
marcados por la cursiva (8 que se distribuyen a lo largo del libro), que
parecen dar el rol de situar al resto cuyo carácter de experiencia y
memoria es más evidente. Otra excepción debe ser considerada la “nota final”,
también sin título, de página 43, que aparenta explicar de manera
transparente el desde dónde se escribe este libro.
El primero de los
textos marcados por la cursiva, que abre el libro tras el epígrafe, pone de
inmediato el tema de las toponimias:
el territorio se
divide
según tres tipos
de toponimias
elijo las que
remiten a sucesos del pasado
(...)
sin embargo
son muchos los
nombres
que ya no pueden
traducirse
(p. 9)
Este tema de la
toponimia toma relevancia cuando se aprecia que cada poema titulado del libro
remite a un lugar, tanto geográfico -en cuyo caso debemos contar textos como bartolomé
gonzález (33º26’55’’S, 70º38’52’’O) o preámbulo (52º47’24’’S,
71º31’52’’O)- como doméstico -por ejemplo, los textos llamados habitaciones
que se diferencian por una hora determinada del día o la noche. El gesto de
homologar en estos títulos la memoria social -huellas del poblamiento de Isla
Riesco conservadas en la toponimia-, con la memoria individual de la
construcción personal, lleva a poner naturalmente en cuestión la validez de la
operación de nombrar: el espacio natural asume acá su irreductible carácter de
innombrado e innombrable, lo que parece entrañar en sí un resto de inhabitabilidad.
Así, el modo distanciado con que se describe el acto de nombrar en el penúltimo
de los fragmentos en cursiva:
los hablantes
cuidan
que la veracidad
de su discurso
no sea cuestionada
esto lo hacen
mediante estas formas fijas
que se repiten y
señalan que lo dicho viene del pasado
(p. 34),
para que cierre
este ciclo de textos-comentario una serie de imágenes referidas a la acción de
las turberas:
(...)
los tallos blandos
de las turberas
han conservado
vestigios
de peces
bioluminiscentes
que aclararon la
cara de los pájaros
y tiñeron el lomo
con tintes de metal
(p. 37)
Este desarrollo se
hace más evidente cuando vemos que las turberas se hacen más presentes, desde
su imagen y rol transformativo, en la medida que se avanza en el libro.
Para comprender el
rol central de esta imagen de la turbera, es indispensable recordar antes el
índice que deja Camelio al elegir como epígrafe un fragmento del poema A
Thunderstorm de Emily Dickinson. Esto implica poner en el centro de este
mundo poético a la acción del agua como administradora de la memoria, mas
Camelio asume esto desde una perspectiva negativa llevada al extremo: si en el
poema del epígrafe es desde su fluidez que rompe cauces, que anula en un
instante lo fijado, lo construido -una fluidez que sabe dejar en pie la
casa del padre, que designa en sentido directo, por supuesto, la casa
“real” en que habita Dickinson-, en el caso de la turbera, el agua
clausura su desplazamiento para condensarse y fundirse a un manto vegetal que
destruye y borra la fijeza en un proceso permanente, incesante. Lo más cercano
a una definición está en laguna grande (apuntes de viaje):
la turbera es un tipo
de humedal
tiene un aspecto
terroso y color pardo
aquí el agua no fluye
se siente como el
musgo
un día encontramos
esqueletos de centolla
desde la casa
principal vimos
manchas rojas sobre
la turba
las patas tenían
dentro
un cartílago flexible
y transparente
(...)
a las nueve de la
mañana
la abuela que no
conozco
sumerge los dedos en
esa carne blanca
piensa en la única
fosa marina que recuerda
e inventa mapas con
fiordos
como patas de
crustáceos
(p. 12)
Acá se aparece la
imagen de la abuela, en una dimensión temporal anterior, accediendo a la carne
que la hablante no ha hallado en las centollas, inventando mapas. Este
índice no es azaroso: esta abuela, llamada María Olvido, es el personaje
que debemos asumir como hablante en el poema que antecede a laguna grande
(apuntes de viaje) en el libro: estancia maría olvido (intuir que), quien
señala el nombre, entrega la toponimia, del establecimiento en que
habitan los ancestros de la autora:
guardada me estuvo
siempre esta orilla -me dijiste
y aunque nunca la
pronunciaste
tomé tu frase para
mí:
metida en la noche de
estas raíces amargas
vi cómo quemándose el
forraje fue el incendio
ardían las hojas la
tierra las frambuesas
un fuego negro se
extendió por la savia
marcó los árboles:
bartolomé gonzález
vázquez sucursal
pero maría olvido
es el nombre que me
guardaron
(p. 11)
Vale decir: existe
una habitabilidad en el pasado, marcada por la posibilidad de nombrar,
colonizar, intervenir un territorio; y un momento que se asume en el presente,
en que esa posibilidad de definir, colonizar e intervenir le es arrebatada al ser
humano. La turbera asume un lugar de coyuntura, como signo de la acción del
tiempo. Y no se puede olvidar como eco negativo de la turbera el que la
acumulación y concentración de material orgánico esté destinado por el tiempo a
generar los depósitos carboníferos, el objetivo de la explotación que acá está
actuando en sordina tanto en calidad de móvil del poblamiento como de eventual
destructor de la posibilidad habitable. El carácter paradójico de esta
habitabilidad del explotador de la naturaleza no puede sino generar una
relación difícil, un estar expuesto al permanente riesgo de la entrada de la
amenaza de lo no-humano:
las turberas
atraen a los cuerpos
despiden olor a
podredumbre
los pies
sumergidos allí se arrugan y encogen
durante el día los
espíritus caminan bajo tierra
pero en la noche
crecen
cuando deambulan
por la playa
sus manos son como
ganchos
piernas enormes
desarman la punta de los glaciares
restos de ropa
suelen aparecer dentro del hielo
los pájaros comen
carne muerta
también se comen
los ojos de las ovejas
que se han torcido
las patas en el campo
(p. 18)
La transformación
que puede producir esta potencia (sobre)natural de Isla Riesco se ofrece como
índice claro del inquietante riesgo de caer en el espacio indeterminado, sin
nombres:
existen sitios
geográficos
que no deben mirarse
fijamente
esto se aprende
con la experiencia
-piedras con
musgos antropomórficos
-rostros en el
muro de acantilados
-montañas con
forma de animales
dicen que posar el
ojo en estos lugares sagrados
provoca un clima
inestable
y la posible
muerte del grupo
(p. 21)
Vale decir, estos
sitios geográficos, tanto como las turberas, son la evidencia de una potencia
transformadora que acaba constituyendo una amenaza a lo humano después de haber
sido aquello que invocó su presencia colonizadora y explotadora. La
habitabilidad termina absolutamente condicionada, desde su principio hasta su
siempre pendiente final, por la potencia transformadora de la naturaleza,
opuesta a la fijeza, al nombramiento, a la definición.
Esta potencia
parece asentarse como principio negativo hacia el presente del hablante y su
memoria personal. Los poemas que llevan el título habitaciones,
señalados con distintas horas del día y la noche, revelan esta corrosión de la
posibilidad de definición ya en la crianza misma de la percepción del mundo:
habitaciones
(02:40 h)
el invierno se aferra
a los lugares
la escarcha crepita
por la casa
mancha las fotos de
los bisabuelos
despierto
en la noche no hay
electricidad
compartimos la cama
hermano te digo
el hielo avanza por
los huecos de tu cara
te veo verdes los
párpados que brillan
tu frente es otra
foto con manchas que no entiendo
no hay fósforos en la
pieza de los niños
mira la ventana dije
despierta
los árboles crecen en
la noche
las hojas se les
trizan dicen
no somos de agua sino
de vidrio
también la lluvia es
de vidrio
sus sombras mueven
las paredes
la habitación cambia
sin nosotros
el suelo se escarcha
la puerta de a poco
se oscurece
(p. 40)
Esta poderosa
deriva de imágenes apunta a espacios de indefinición entre sueño y vigilia, en
que hasta la existencia propia parece condensarse en el vidrio de la
ventana como reflejo o ilusión: del mismo modo en que en vez de la imagen del
tiempo como lo fluido, vemos a éste condensarse en la masa vegetal de la
turbera. Ambos movimientos se expresan en el texto que cierra la serie de
poemas del libro: seno skyring (playa palos quemados), en que vemos por
un lado a los habitantes desapareciendo a través del paso del tiempo
-abstracto- de una serie de fotografías, y por otro el de los objetos y la
hablante que van siendo borrados por la progresión de lo no-humano, lo
elemental. El índice de la memoria en el verso final: tu brazo está estirado
hacia atrás, aludiendo a quien podríamos postular como la abuela de la
autora, interlocutora privilegiada de gran parte de los textos de Isla
Riesco.
Así, si postulamos
la escritura poética como la operación más radical posible del nombrar (desde
el momento en que concibe su nombrar como creación de realidad), vemos
que no resulta tan paradójico un texto que hace (y crea) memoria en la
plena conciencia de una permanente operación de desaparición. A esto me refiero
al hablar de la aparente nota explicativa de la página 43. La sequedad
de la prosa apenas puede encubrir que más que explicar lo que queda oscuro en
la superficie del texto (esto es, detalles geográficos y biográficos que se
entregan con cierta carga enigmática), lo que se pretende es acaso otra cosa.
Así, después del conciso párrafo inicial sobre la Isla, su carácter de reserva
de carbón, la definición de tronadura (concepto casi no aludido
directamente en el libro) y las tronaduras que ha efectuado Mina Invierno,
Camelio incluye un párrafo completo que llama a la máxima atención.
Mi bisabuelo compra
hectáreas de tierra en un remate. Están más o menos a una hora hacia el
interior de la isla desde el cruce del canal Fitz Roy. Las nombra estancia
María Olvido. Ese es el nombre de mi abuela. Voy a su casa en Punta Arenas y la
grabo con el celular. Le pregunto por la isla. Se acuerda de un gato de su papá
que se perdió una vez camino a la estancia, a la altura del sector Cabeza del
Mar, y que volvió solo a la casa semanas después. Esa grabación la perdí hace
varios meses. La casa de mi abuela es de ladrillos, está llena de maceteros con
begonias, todas esquejes de una planta principal que ella ha ido multiplicando
obsesiva.
Se ve cómo varios
datos primordiales para el cabal entendimiento del texto al principio, van
encontrándose con un nivel cada vez mayor de circunstancialidad, apareciendo en
primer plano una deriva de detalles que parecen tener una relación muy lejana o
nula con los poemas: el gato que se pierde y reaparece, la grabación que se
pierde, la descripción de la casa de la abuela en Punta Arenas, la
multiplicación de begonias. Tales imágenes de pérdida y de habitabilidad
tienen su lugar aquí plenamente justificado si lo que nos describe Camelio
sin explicitarlo, es el punto de partida en la concepción de Isla Riesco, un
punto de partida puramente vivenciado. Así, si el primer párrafo nos hablaba
del carácter de terreno explotado y las tronaduras (la amenaza fatal sobre la
memoria), y el segundo nos habla de la situación de inicio de la escritura de
un texto sobre el habitar esta isla (el difícil intento de recuperación de la
memoria, la “empresa” del libro), el tercero y final nos entrega, tan solo
sugerido, el método que salvará la paradoja: aquella que se crea desde la
tradición de la escritura poética, al explicitar lacónicamente las referencias
de tres poemas del libro a otros de Elizabeth Bishop y Gabriela Mistral.
Solamente en esta relación entre escrituras se puede afirmar una
posibilidad de memoria: la poesía es puente que encuentra y crea de nuevo aquello
a lo que alarga su letra como una mano que extiende mientras escribe.
Estar consciente de
un abismo entre la experiencia histórica y la experiencia personal, y dar la
lucha por trascender ese abismo en la creación de una modulación nueva, anclada
poéticamente: la operación de Mariana Camelio no está para nada lejos de
la que las nuevas generaciones, menores de 40 años, han emprendido en la breve
marcha que ha llevado a uno de ellos a La Moneda. El esfuerzo por reconocer el
lugar y la situación histórica propia, estableciendo formas nuevas de lectura y
relacionamiento a partir de la ceguera y la ininteligibilidad cerrada de un
pasado que ni siquiera se puede recordar, ha llevado a la conciencia social y
política de un nuevo momento en la historia de Chile. Isla Riesco, libro
aparecido precisamente durante los meses del estallido social, apunta directamente
a esta nueva voluntad creativa desde el corazón de su práctica poética.
0 Comentarios