Postales para Georges Perec por Paul Auster

 


 

1

Cada vez que pienso en Georges Perec, la primera palabra que me viene a la cabeza es placer. No conozco a ningún otro escritor contemporáneo cuya obra atrape tan plenamente la sensación de asombro y felicidad que se apodera de nosotros la primera vez que leemos un libro que cambia nuestra idea del mundo, que nos expone a las infinitas posibilidades de lo que puede ser un libro. Todo lector apasionado ha tenido esa experiencia. Normalmente ocurre cuando somos bastante jóvenes y, una vez que hemos vivido ese momento, entendemos que los libros son un mundo en sí mismos, y que ese mundo es mejor y más rico que ninguno al que hayamos viajado antes. Por eso nos convertimos en lectores. Por eso nos apartamos de las vanidades del mundo material y empezamos a amar los libros sobre todas las cosas.

 

2

Lo que más admiro de Perec es la extraña combinación que hay en su obra de inocencia y plenitud. Esas cualidades casi nunca aparecen juntas en el mismo escritor. Sí las tenía Cervantes; y Swift y Poe; se observan destellos en Dickens y Kafka, quizá en algunas páginas de Hawthorne y Borges. Con inocencia me refiero a la absoluta pureza del propósito. Con plenitud me refiero a la fe absoluta en la imaginación. Es una literatura caracterizada por la efervescencia, la risa demoníaca, la alegría. No es la única experiencia que podemos tener con los libros, pero es la experiencia fundamental, la que hace que todas las demás sean posibles.

 

3

Todos los críticos mencionan el deslumbrante ingenio de la escritura de Perec, su inteligencia. Aunque siento gran admiración por esa inteligencia, por la exuberante complejidad de su mente brillante, eso no es lo que me atrae de su obra. Lo que me atrae es su compromiso con el mundo, su necesidad de contar historias, su ternura. Debajo de cada truco y rompecabezas oulipiano que puede encontrarse en los libros de Perec hay una reserva de sentimientos humanos, una oleada de compasión, un guiño de humor, la convicción implícita de que, pese a todo, tenemos suerte por estar vivos. La contención no debería confundirse nunca con la falta de sentimientos. La dolorosa meticulosidad de W o el recuerdo de la infancia, por ejemplo, es la expresión de un alma tan herida, un corazón tan despedazado que cualquier cosa más allá de un seco recitado de los hechos habría sido moralmente imposible. Y, sin embargo, pese a todo, lo considero uno de los libros más íntimos y conmovedores que he leído en los últimos veinte años.

 

4

En la biografía de David Bellos, Georges Perec: A Life in Words (un libro excelente por derecho propio), hay varios pasajes extensos que describen la vida de Perec en el Moulin d’Andé, un retiro de artistas al norte de París. En uno de ellos, Bellos menciona que Truffaut rodó allí la última escena de Jules et Jim. Si miras de cerca la casa que aparece al fondo cuando el coche se hunde en el agua, escribe, puedes ver «la ventana de la habitación donde Georges Perec viviría y escribiría durante la mayor parte de sus fines de semana a lo largo de la segunda mitad de la década de 1960». Eso me dejó atónito. Truffaut y Perec fueron contemporáneos casi exactos. El cineasta, nacido en 1932, murió en 1984, a los cincuenta y dos años. Perec, nacido en 1936, murió en 1982, a los cuarenta y seis. Entre los dos, llegaron a vivir lo que un solo anciano. De todos los narradores franceses de esa generación, la generación de hombres y mujeres que eran niños durante la guerra, ellos dos han sido los más importantes para mí, los dos a cuya obra he vuelto una y otra vez y de quienes nunca he dejado de aprender. Me emociona saber que se cruzaron de esa manera singular y totalmente inverosímil. Seis años antes de que Perec entrara en esa habitación (donde escribió un libro sin usar la letra e), Truffaut la registró en película. Dondequiera que se encuentren ahora, espero que estén hablando de eso.

2001





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