Baudelaire
I
Nada
ha tardado tanto en llegar a Inglaterra como una justa valoración de
Baudelaire, aunque incluso en Francia se le valora de un modo deficiente o
parcial. En mi opinión, existen singulares razones que explican la dificultad
de reconocer su importancia y otorgarle el lugar que merece.1 Por
una parte, Baudelaire se adelantó en muchos sentidos al punto de vista de su época
y sin embargo fue, al mismo tiempo, un hombre de su época, pues participó de
sus limitados méritos, de sus defectos y modas. Por otro lado, tuvo un
importante papel en la formación de la posterior generación de poetas y, en
Inglaterra, la mala fortuna —mala en cierto sentido— de ser originaria y
extravagantemente introducido por Swinburne y después retomado por los
seguidores de este. Era universal, pero a la vez permanecÃa confinado a una
moda que él mismo contribuyó a crear. Disociar lo permanente de lo temporal,
distinguir al hombre de su influencia y finalmente desligarlo de la asociación
con aquellos poetas ingleses que fueron los primeros en admirarlo no es tarea fácil.
La propia complejidad de Baudelaire lo dificulta, dado que, aún ahora, tienta
al crÃtico partidista a adoptarlo como santo patrono de sus propias creencias.
Este
ensayo tiene como propósito reafirmar la importancia de la prosa baudelairiana,
propósito que se justifica por la traducción de una de esas obras
indispensables para cualquier estudioso de su poesÃa.* Ello supone
enfrentarse a Baudelaire como algo más que el autor de Las flores del mal y, en consecuencia, revisar de algún modo
nuestros presupuestos sobre ese libro. Baudelaire estuvo en boga en una época
en la que «el arte por el arte» era un dogma. El cuidado que tuvo al escribir
sus poemas y el hecho de que, a contracorriente de su época, tanto en Francia
como en Inglaterra se ciñó a ese único volumen, motivó la opinión de que la
poesÃa de Baudelaire pertenecÃa al arte por el arte. Desde luego, aquella
doctrina no corresponde, en realidad, a la obra de nadie: nadie la empleó menos
que Pater, que dedicó muchos años, más que a ilustrarla, a exponerla como una
teorÃa de la vida, que no es lo mismo.2 Sin embargo, influyó en la
crÃtica y en el criterio y terminó por impedir un juicio apropiado sobre
Baudelaire, que es, en realidad, un poeta más grande de lo que se pensaba,
aunque no un poeta perfecto.
Baudelaire,
creo, ha sido calificado como un Dante fragmentario, sea lo que fuere lo que
eso signifique. Es verdad que mucha gente a la que le gusta Dante le gusta
también Baudelaire, pero las diferencias entre ellos son tan importantes como
sus similitudes. El infierno de Baudelaire es, en lo que respecta a sus
caracterÃsticas y significado, muy diferente del de Dante. En mi opinión, serÃa
más acertado describir a Baudelaire como un Goethe posterior y más limitado.
Tal como lo vemos hoy, Baudelaire representa de algún modo a su época, igual
que Goethe representa a una época anterior. Digno crÃtico de su generación, el
señor Peter Quennell ha afirmado recientemente en su libro Baudelaire and the Symbolists:
[Baudelaire] ha gozado de un sentido de su propia época, ha sabido reconocer su patrón cuando este estaba aún incompleto y —dado que es solo nuestra escasa comprensión del presente, nuestra ignorancia del hoy y de su realidad, distinta de sus requerimientos y tendencias espurias, lo que nos impide asomarnos al futuro inmediato— ha anticipado muchos problemas, tanto en el plano estético como en el moral, que aún ahora comprometen el destino de la poesÃa moderna.3
Hoy resulta difÃcil analizar a un hombre con tal sentido de su propia época. Está expuesto a los caprichos de su tiempo y le impresionan sus inventos; y, en Baudelaire, igual que en Goethe, hay algo del trasnochado sinsentido de los tiempos que le tocó vivir. El paralelismo entre el poeta alemán que ha sido siempre el sÃmbolo de la «salud» perfecta en todos sentidos, asà como de la curiosidad universal, y el poeta francés que ha simbolizado la morbidez de espÃritu y el interés reconcentrado en el trabajo puede parecer paradójico. Pero pasado el tiempo, la diferencia entre «salud» y «morbidez» se ha vuelto insignificante en el caso de estos dos hombres; hay algo de artificial y aun de mojigato en la salud de Goethe, como lo hay en la morbidez de Baudelaire; hemos dejado atrás ambas modas, la de la salud y la de la enfermedad, y ambos son únicamente hombres de mente inquieta, crÃtica, curiosa, que comparten un «sentido de su época»; uno y otro fueron hombres que comprendieron y anunciaron muchas cosas. Goethe, es verdad, se interesó por numerosos temas que no llamaron la atención de Baudelaire, pero en la época de este último ya habÃa dejado de ser necesario que un hombre abrazara tal variedad de intereses para lograr acceder a un sentido de su época y, en retrospectiva, algunos de los estudios de Goethe nos parecen (no del todo justamente) meros pasatiempos de diletante. La mayor parte de las prosas de Baudelaire (con excepción de sus traducciones de Poe, que resultan lo menos interesante para un lector inglés) son tan importantes como la mayorÃa de las de Goethe.4 Ciertamente, arrojan luz sobre Las flores del mal, pero además acrecientan enormemente la admiración que sentimos por su autor.
Alguna
vez estuvo de moda tomar en serio el satanismo de Baudelaire, tanto como hoy
existe una tendencia a presentarlo como un cristiano circunspecto y católico.
Esta diversidad de opiniones precisa discusión, sobre todo si esta sirve de preámbulo
a sus Diarios Ãntimos. Pienso que la última
de estas perspectivas —la de un Baudelaire esencialmente cristiano— está más
cerca de la verdad que la primera, pero exige de nosotros considerables
reservas. Cuando el satanismo de Baudelaire se disocia de los aspectos menos
creÃbles de su parafernalia, alcanza la condición de oscura intuición de una
parte —pero de una muy importante— del cristianismo. El satanismo en sÃ, en
cuanto algo más que una mera afectación, fue un intento de acceder al
cristianismo por la puerta trasera. La blasfemia genuina —la que lo es desde el
punto de vista espiritual y no solo verbal— es producto de la creencia parcial,
y es tan imposible para el ateo absoluto como para el cristiano perfecto: es un
modo de afirmación de la creencia. Y este estado de creencia parcial se
manifiesta a todo lo largo de los Diarios
Ãntimos. Lo verdaderamente significativo en el caso de Baudelaire es su
inocencia teológica: está descubriendo el cristianismo por sà mismo; no lo asume
como una moda ni se dedica a sopesar razones polÃticas o sociales o cualquier
otro accidente. En cierto sentido, lo que hace es empezar por el principio y,
siendo un descubridor, no está totalmente seguro de lo que explora y adónde
conduce; pude decirse, incluso, que está rehaciendo él solo el esfuerzo de
decenas de generaciones. Su cristianismo es rudimentario o embrionario; en su
punto álgido, alcanza los excesos de un Tertuliano (y ni siquiera Tertuliano
puede considerarse completamente ortodoxo y equilibrado).5 Su
negocio no era practicar el cristianismo, sino —lo que resultaba mucho más
importante para su tiempo— afirmar su necesidad.
El
temperamento mórbido de Baudelaire no puede, desde luego, ignorarse y nadie que
conozca la obra de Crépet o el breve ensayo biográfico reciente de François
Porché puede olvidarlo.6 EstarÃamos equivocados si lo tratamos como
un desafortunado achaque que puede pasarse por alto, buscando separar lo sano
de lo enfermo. Sin esa morbidez, ninguna de sus obras habrÃa sido posible o
significativa: sus debilidades pueden acomodarse en una totalidad mayor y más
fuerte, de ahà mi afirmación de que ni la salud de Goethe ni la enfermedad de
Baudelaire importan en sà mismas: es lo que cada uno de ellos hace con sus
atributos lo que interesa. Ante los ojos del mundo y también en todo aquello
que atañe a la vida personal, Baudelaire fue absolutamente perverso e
insufrible, un hombre con un raro talento para la ingratitud y la
insociabilidad, insoportablemente irritable y con una terca determinación de
empeorarlo todo: si tenÃa dinero, de derrocharlo; si tenÃa amigos, de hacerles
la vida imposible; si tenÃa cualquier golpe de suerte, de restarle valor. PoseÃa
el orgullo de quien reconoce en sà mismo una gran fragilidad y una gran fortaleza.
Hombre de genio, no tuvo, con todo, ni la paciencia ni la disposición de dejar
atrás sus debilidades, aun estando en condiciones de hacerlo; por el contrario,
las explotó con propósitos teóricos. La moralidad de una opción tal podrÃa
discutirse interminablemente. Para Baudelaire, fue el modo de liberar su mente
y de darnos una lección y dejarnos un legado. Baudelaire fue uno de esos
hombres que poseen una gran fortaleza, pero una fortaleza meramente sufrida. No
pudo escapar del dolor ni trascenderlo, de modo que lo atrajo hacia sÃ. A
cambio, con esa inmensa fortaleza pasiva y esa sensibilidad que ningún dolor
podÃa minar, logró estudiar su propio sufrimiento. Y en esta limitación se
distingue radicalmente de Dante, incluso de cualquiera de los personajes del
infierno de Dante. Por otro lado, un sufrimiento como el de Baudelaire abre la
posibilidad de un estado de positiva beatitud. De hecho, en su modo de sufrir
se atisba ya la presencia de lo sobrenatural y lo sobrehumano. Baudelaire
recusa siempre lo puramente natural y lo puramente humano; en otras palabras,
no es ni un «naturalista» ni un «humanista». Quizá porque es incapaz de
ajustarse al mundo actual, ha de rechazarlo en favor del cielo o del infierno;
o bien, puesto que posee la percepción del cielo y del infierno, ha de rechazar
el mundo actual: ambas maneras de explicarlo son defendibles. Hay, en sus
postulados, mucho de detrito romántico: ses
ailes de géant l’empêchent de marcher, dice del poeta y del albatros, no de
un modo convincente y, sin embargo, hay en esa frase algo de verdad sobre sÃ
mismo y sobre el mundo.7 Su ennui
puede, desde luego, explicarse, igual que cualquier cosa puede explicarse en términos
psicológicos o patológicos; pero es también, desde un punto de vista opuesto,
una auténtica forma de acedia que asciende desde el afán fracasado hasta la
vida espiritual.
II
Me atrevo a pensar que, atendiendo solamente a los poemas, no estamos en condiciones de comprender lo que, cuando menos para mÃ, es el verdadero sentido y significado de la mentalidad de Baudelaire. Puede que la excelencia formal de esos poemas, la perfección de su fraseo y su aparente coherencia hagan parecer que representan un estado mental definitivo y último; en realidad, me da la impresión de que comparten la forma externa, pero no la interna, del arte clásico. Uno puede incluso arriesgar la conjetura de que, en muchos de los poetas románticos del siglo XIX, el cuidado de la perfección formal fue un esfuerzo para apuntalar —o para ocultar a la vista— un desorden Ãntimo. Ahora bien, el auténtico arte baudelairiano no consiste en haber buscado una forma, sino en haberse lanzado a la búsqueda de una forma de vida. En lo que respecta a las formas menores, de hecho, nunca consiguió igualar a Théophile Gautier, a quien significativamente dedicó sus poemas: en los mejores poemas ligeros de Gautier hay una satisfacción, un equilibrio entre interioridad y forma, que no encontramos en Baudelaire, quien, por otra parte, tenÃa una mayor habilidad técnica que Gautier y, aun asÃ, el contenido sentimental constantemente hace estallar el receptáculo. Su aparato, con lo que no me refiero a su dominio de las palabras y los ritmos, sino a su imaginerÃa (y la imaginerÃa de todo poeta se circunscribe a algún lugar), no es del todo perdurable o adecuada. Sus prostitutas, mulatos, mujeres judÃas, serpientes, gatos y cadáveres conforman una maquinaria que no ha sabido emplear correctamente; su Poeta —o su Don Juan— posee una ascendencia romántica que resulta demasiado fácilmente rastreable.8 Compárese la vestimenta baudelairiana con la imaginerÃa de la Vita nuova o con la de Cavalcanti y se verá que la de Baudelaire no queda tan bien como la de varios siglos atrás; compáreselo con Dante o con Shakespeare —si de algo sirve una comparación tal— y parecerá no solo un poeta decididamente menor, sino uno en cuya obra se ha filtrado en mayor medida aquello que resulta perecedero.
Decir
esto no es sino afirmar que Baudelaire pertenece a un momento definido en el
tiempo. Inevitable descendiente del romanticismo y, por su propia naturaleza,
el primer antirromántico de los poetas, consiguió trabajar únicamente con los
materiales que estaban a su alcance, y lo hizo mejor que nadie. No debe
olvidarse que, en la era romántica, un poeta no podÃa permitirse ser un «clásico»
más que en lo que a tendencia se refiere. Si era sincero, debÃa expresar, con
su diferencia individual, el estado de ánimo general, no como un deber, sino
simplemente porque no podÃa evitar participar de este. En el caso de este tipo
de poetas, con frecuencia podemos esperar recibir mucha ayuda de la lectura de
sus obras en prosa y aun de sus notas y diarios: ayuda para descifrar las
discrepancias entre corazón y cabeza, entre los fines y los medios, los
materiales y las ideas.
No
resulta fácil establecer qué ha salvado a la poesÃa de Baudelaire del destino
de la mayor parte de la poesÃa francesa que va del siglo XIX hasta su época y
que le ha convertido —tal como ha afirmado el señor Valéry en una reciente
introducción a Las flores del mal— en
el único poeta moderno francés muy leÃdo en el extranjero. En parte se debe a
una maestrÃa técnica que difÃcilmente puede ser sobreestimada y que ha hecho
sus versos de obligado estudio para los poetas posteriores, incluidos los de
otra lengua. Cuando leemos:
Maint joyau dort enseveli
pensamos
por un instante en un Mallarmé más lúcido de lo habitual; y la disposición de
las palabras es de tal modo original que fácilmente podrÃamos olvidar que la
tomó prestada de la ElegÃa de Gray.10
Cuando leemos:
Valse mélancolique et langoureux vertige!
11
de
inmediato estamos en el ParÃs de Laforgue.12 Baudelaire dio a los
poetas de Francia tanto como tomó prestado de los de Inglaterra y Estados
Unidos. Se ha hablado con frecuencia de su renovación de la versificación de
Racine, que es genuina, pero puede que se haya enfatizado en exceso, hasta el
punto de hacer que parezca un truco.13 Pero incluso soslayándola, la
variedad y abundancia de recursos de Baudelaire serÃa enorme.
Además,
aunque ciertamente empleó una serie de imágenes que parecen de segunda mano, la
imaginerÃa baudelairiana sobre la vida cotidiana abrió nuevas posibilidades a
la poesÃa.
Au coeur d’un vieux faubourg, labyrinthe
fangeux
Esto
introduce algo nuevo y universal en la vida moderna. (El último verso citado,
que en su tersura irónica anticipa a Corbière, puede contrastarse con un poema
entero: «Bénédiction», que abre el volumen.) No es solo a través del uso de una
serie de imágenes de la vida cotidiana, ni meramente gracias al uso de imágenes
de la sordidez de una gran metrópolis, sino por su elevación de esa imaginerÃa
hasta su intensidad primera —presentar las cosas tal como son y a partir de ahÃ
conseguir que representen mucho más que ellas mismas— como Baudelaire ha creado
un medio para que otros hombres se liberen y expresen.
Esta
invención lingüÃstica, en un momento en que la poesÃa francesa en particular
estaba ávida de invención, es suficiente para hacer de Baudelaire un gran
poeta, un hito poético. Baudelaire es, de hecho, el mayor ejemplo de poeta
moderno en cualquier idioma, puesto que sus versos y su lenguaje son lo más
cercano a una completa renovación que hemos conocido. Sin embargo, su renovación
de cierta actitud frente a la vida no es menos radical, ni menos importante. En
sus versos, Baudelaire no es tanto un modelo a imitar o una fuente en la cual
saciarse, como un recordatorio del deber, de la sagrada tarea de la sinceridad.
Es incapaz de apartarse de una sinceridad fundamental. La sinceridad (y me
parece que esto no se ha subrayado suficientemente) no siempre es lo bastante
aparente. Como he sugerido antes, muchos poemas no están completamente
desvinculados de sus orÃgenes románticos, de la paternidad byroniana y la
fraternidad satánica. El satanismo de la misa negra está casi siempre en el
aire; al exhibirlo, Baudelaire es la voz de su tiempo, pero no puedo dejar de
observar que, en Baudelaire como en ningún otro, ese satanismo se redime
gracias a que significa otra cosa. Baudelaire utiliza la misma parafernalia,
pero no puede limitar su simbolismo ni siquiera a aquello de lo que es consciente.
Compáreselo con el Huysmans de À rebours,
En route y LÃ -bas.15 Huysmans, que es uno de los principales
realistas de su tiempo, solo consigue hacer interesante su satanismo cuando lo
aborda externamente: meramente describiéndolo como una manifestación de su época
(si es que lo fue). Su propio interés en el asunto es, lo mismo que su interés
por el cristianismo, una cuestión sin importancia. Huysmans tan solo
proporciona un documento. Baudelaire no habrÃa logrado ni siquiera eso si
realmente se hubiese dejado absorber por aquel ridÃculo abracadabra. Pero lo
que le interesa en realidad a Baudelaire no son los demonios, las misas negras
y las blasfemias románticas, sino el auténtico problema del bien y el mal.
Apenas es más que un accidente temporal que acuda a la imaginerÃa en boga y al
vocabulario de la blasfemia. A mediados del siglo XIX, una época que Goethe (en
su mejor momento) prefiguró, una época de bullicio, programas, plataformas, de
progreso cientÃfico, humanitarismo y revoluciones que no lograron mejorar nada,
una época de degradación progresiva, Baudelaire supo percibir que lo único que
importaba era el pecado y la redención. Prueba de su honestidad es haber ido
tan lejos como honestamente pudo, y no más allá. Para el observador juicioso de
la Francia posterior a Voltaire (Voltaire…
le prédicateur des concierges), un espÃritu que vio el mundo de Napoleón le petit más lúcidamente que el propio
Victor Hugo, un espÃritu que, al mismo tiempo, no mostró afinidad alguna con la
Saint-Sulpicerie en boga, el
reconocimiento de la realidad del pecado es una vida nueva; y la posibilidad de
condena es un alivio inmenso en un mundo de reformas electorales, plebiscitos,
reforma de la sexualidad y del modo de vestir; la condena misma es una forma
inmediata de salvación: de salvación del hastÃo de la vida moderna, porque
cuando menos da algún sentido a la vida. Es esto, creo, lo que Baudelaire trata
de expresar y lo que le aparta del protestantismo moderno de Byron y Shelley.
Aparentemente, es el pecado en sentido swinburniano lo que está en la mente de
Baudelaire, pero en realidad es el pecado en el permanente sentido cristiano.16
Por
otra parte, como he dicho ya, el sentido del mal implica la noción del bien. Y
sin embargo, Baudelaire, dado que aparentemente confunde —y quizá de hecho
confundÃa— el mal con sus representaciones teatrales, no siempre está seguro de
su noción del bien. Jamás exorcizó por completo la idea romántica del amor,
pero tampoco se rindió a ella del todo. En «Le Balcon», que el señor Valéry
considera, creo que con justicia, uno de los poemas más bellos de Baudelaire,
se encuentra la idea romántica Ãntegra, pero también algo más: la intención de
alcanzar algo que no puede obtenerse en, sino que hay que obtener parcialmente
a través de las relaciones personales. De hecho, en gran parte de la poesÃa romántica,
la tristeza surge del aprovechamiento del hecho de que ninguna relación humana
se adecua al deseo humano y también a la desconfianza en cualquier objeto del
deseo humano que no sea ese que, siendo humanos, es incapaz de satisfacernos.
Una de las desventuradas necesidades de la existencia humana es que tengamos
que «encontrar las cosas por nosotros mismos». Si no fuera asÃ, el postulado de
Dante habrÃa sido suficiente, de una vez por todas, cuando menos para los
poetas. Baudelaire posee toda la tristeza romántica, pero inventa un nuevo tipo
de nostalgia romántica: la poésie des départs,
la poésie des salles d’attente
derivan de esta nostalgia.17 En un hermoso párrafo del volumen en
cuestión, Mi corazón al desnudo,
Baudelaire imagina los buques anclados en el puerto diciendo: Quand partons-nous pour le bonheur? y su
heredero menor, Laforgue, exclama: Comme
ils sont beaux, les trains manqués.18 La poesÃa del vuelo —que
en la Francia contemporánea debe mucho a los poemas del A. O. Barnabooth de
Valery Larbaud— es, en este párrafo de Baudelaire que está en su origen, un
oscuro reconocimiento de la dirección de la beatitud.19
Sin
embargo, en lo tocante al arreglo de lo natural a lo espiritual, de lo bestial
a lo humano y de lo humano a lo sobrenatural, Baudelaire es un fracaso al lado
de Dante; lo más que puede decirse —y ya es mucho— es que lo que sabÃa lo
descubrió por sà mismo. En los Diarios Ãntimos
y especialmente en Mi corazón al desnudo
demuestra tener mucho que decir sobre el amor entre hombre y mujer. Un aforismo
que ha sido especialmente celebrado es el siguiente: La volupté unique et suprême de l’amour gît dans la certitude de faire
le mal.20 Esto significa, creo, que Baudelaire ha percibido que
aquello que distingue las relaciones entre hombre y mujer de la cópula de las
bestias es el conocimiento del bien y del mal (o del bien y el mal moral, que
no es ni el bueno y malo de la naturaleza, ni el puritano correcto o
incorrecto). A pesar de su imperfecta y vaga concepción romántica del bien, al
menos fue capaz de entender que, en tanto malvado, el acto sexual es más digno,
menos aburrido, que el natural, «vivificante» y risueño automatismo del mundo
moderno. Para Baudelaire, el acto sexual no es, al menos, algo análogo a las
sales Kruschen.21
Como
humanos, lo que hagamos ha de ser malo o bueno; en tanto hacemos el bien y el
mal, somos humanos; y es mejor, paradójicamente, hacer el mal que no hacer
nada: al menos existimos.* Es correcto afirmar que la gloria del
hombre reside en su capacidad de salvarse y también es correcto afirmar que su
gloria reside en su capacidad de condenarse. Lo peor que puede decirse de la
mayorÃa de quienes nos hacen mal, desde polÃticos a ladrones, es que no son
suficientemente humanos para condenarse. Baudelaire fue suficientemente humano
para la condena: que en efecto esté condenado es, por supuesto, otro asunto y
nadie nos impide orar por su eterno descanso. En la totalidad de su humillante
trajÃn con otros seres, caminó seguro de su alta vocación, la de ser capaz de
una condena negada a los polÃticos y a los editores de periódico parisinos.
III
La
noción baudelairiana de beatitud ciertamente tendió a un sà es no es e incluso
en uno de sus más bellos poemas, «La invitación al viaje», difÃcilmente supera
la poésie des départs.22 Y
puesto que su visión es en este punto tan restringida, hay para él una laguna
entre el amor humano y el amor divino. Para él, el amor humano es definido y
positivo; el amor divino, vago e incierto: de ahà su insistencia en la maldad
del amor, de ahà sus constantes invectivas contra el sexo femenino. En este
punto no hay necesidad de apelar a causas psicopatológicas que, en el mejor de
los casos, resultarÃan irrelevantes, porque su actitud frente a las mujeres es
consistente con el punto de vista alcanzado. De haber sido mujer, sin duda habrÃa
sacado similares conclusiones sobre los hombres. De algún modo llegó a la
conclusión de que la mujer debe ser, hasta cierto punto, un sÃmbolo, pero nunca
consiguió armonizar esta experiencia con sus necesidades ideales. El
complemento y la corrección a los Diarios
Ãntimos —en tanto estos tratan de las relaciones entre hombres y mujeres—
son la Vita nuova y la Divina comedia. Sin embargo, aunque no
puedo afirmarlo con certeza, la perspectiva de la vida de Baudelaire, tal como
se nos presenta, es objetivamente aprehensible, lo que quiere decir que su
idiosincrasia puede explicar su perspectiva de la vida parcialmente, pero no ir
más allá. Y esta perspectiva vital muestra grandeza y heroÃsmo: fue un
evangelio para su tiempo tanto como para el nuestro. «La vraie civilisation —escribió—
n’est ni dans le gaz, ni dans la vapeur, ni dans les tables tournantes, elle
est dans la diminution des traces du péché originel».23 No queda
claro exactamente qué implica aquà la palabra diminution, pero la dirección de este pensamiento es clara y su
mensaje es aceptado aún por muy pocos. Más de un siglo y medio más tarde, T. E.
Hulme dejó un párrafo que Baudelaire hubiera aprobado:
A
la luz de estos valores absolutos, el hombre mismo se juzga como esencialmente
limitado e imperfecto. Está dotado con el Pecado Original. Aunque pueda,
ocasionalmente, emprender acciones que participan de la perfección, jamás puede
ser, en sà mismo, perfecto. Ciertos efectos secundarios que hay que considerar
con respecto a las ordinarias acciones humanas en sociedad se explican por lo
anterior. Los hombres son esencialmente malos y solo pueden lograr algo de
valor por vÃa de la disciplina, ya sea ética o polÃtica. El orden es, de este
modo, no meramente negativo, sino creativo y liberador. Las instituciones son
necesarias.24
[1930]
NOTAS
1. Baudelaire ejerció una influencia notable en T.S. Eliot, aunque no
tanto como sus imitadores menores Jules Laforgue y Tristan Corbière. El influjo
de Las flores del mal se percibe
sobre todo en La tierra baldÃa, cuyos
versos 60 y siguientes, «Unreal city…», son una reelaboración de los primeros
versos del poema «Les sept vieillards» («Los siete viejos»), «Fourmillante cité,
cité pleine de rêves», y el verso 76 incorpora verbatim el último verso del poema inaugural de Las flores del mal, «Au lecteur» («Al
lector»): «hypocrite lecteur, mon semblable, mon frère».
2.
El esteta Walter Pater (1839-1894) fue uno de los ensayistas, crÃticos e
historiadores del arte más notables de la época victoriana. Su obra más
conocida es Studies in the History of the
Renaissance (Estudios sobre la
historia del Renacimiento, 1873), donde estableció su teorÃa del arte por
el arte como forma más alta de sabidurÃa.
3.
Peter Quennell, Baudelaire and the
Symbolists (Baudelaire y los
simbolistas; Londres, Chatto & Windus, 1929). T.S. Eliot reseñó el
libro en la revista Criterion, enero
de 1930, pp. 357-359.
4.
Baudelaire empezó a publicar sus traducciones de los cuentos de Edgar Allan Poe
en 1848, tarea que le supuso su primer reconocimiento literario. Los cuentos,
en especial, «The Man of the Crowd» («El hombre de la muchedumbre»), produjeron
en Baudelaire un gran impacto y le ayudaron a conformar su universo poético y
moral. A partir de entonces, Poe se convirtió en algo asà como un escritor
francés que ejerció una influencia muy perdurable en toda Europa y aun en América
Latina, donde fue traducido por Julio Cortázar. En la literatura anglosajona,
en cambio, Poe nunca ha dejado de ser un escritor menor y algo extravagante,
tolerado por sus cuentos y escarnecido por sus poemas.
5.
Se refiere al escritor latino y apologista del temprano cristianismo Quinto
Septimio Florentes Tertuliano (c.
160-c. 220).
6.
El libro de Eugène Crépet es Charles
Baudelaire, étude biographique (Charles
Baudelaire, estudio biográfico; ParÃs, A. Messein, 1906) y el de François
Porché La Vie Douloureuse de Charles
Baudelaire (La vida dolorosa de
Charles Baudelaire; ParÃs, Plon, 1926).
7.
‘Sus alas de gigante le impiden caminar’, Baudelaire, «L’albatros» («El
albatros»), versión de Antonio MartÃnez Sarrión, en Las flores del mal, Barcelona, La Gaya Ciencia, 1976.
8.
Se refiere al poema de Las flores del mal
«Don Juan aux Enfers» («Don Juan en los infiernos»).
9.
‘Mucha gema duerme oculta / en las tinieblas y el olvido, / ajena a picos y a
sondas. / Mucha flor con pesar exhala / como un secreto su grato aroma / en las
profundas soledades’, Baudelaire, «Le Grignon», «La mala suerte», versión de
Antonio MartÃnez Sarrión en la traducción citada en la nota 7, p. 251.
10.
Se refiere a la «ElegÃa escrita en un cementerio rural» de Thomas Gray. Véase
al respecto en este volumen la nota 6 del ensayo «William Blake».
11.
‘¡Melancólico vals, vértigo lánguido!’, Baudelaire, «Harmonie du soir», «ArmonÃa
del ocaso», Las flores del mal,
Madrid, M.E., 1994, trad. de Enrique López Castellón.
12.
Sobre Jules Laforgue y Tristan Corbière, citado más abajo, véase en este
volumen la nota 32 del ensayo «Los poetas metafÃsicos».
13.
El metro de Racine, hegemónico en la poesÃa francesa, es el alejandrino, que
Baudelaire utiliza muy a menudo en Las
flores del mal, donde también abunda el endecasÃlabo y los poemas con
versos anisosilábicos.
14.
‘En un viejo arrabal, laberinto de fango / donde hierven los hombres en
fermento agitado, / veo llegar a un trapero, la cabeza agachada, / tropezando
en los muros lo mismo que un poeta’, Baudelaire, «Le vin des chiffonniers» (‘El
vino de los traperos’), Las flores del
mal, trad. de Enrique López Castellón en la edición citada en la nota 11,
p. 254.
15.
El novelista francés Joris-Karl Huysmans (1848-1907) es autor de una obra en la
que se entrevera el naturalismo con el satanismo, Zola y Baudelaire. Sus obras
más conocidas son las que aquà cita T.S. Eliot, sobre todo À Rebours (A contrapelo,
1884) y Là -bas (Allá abajo, 1894). Las obras de Huysmans fueron algo asà como la
Biblia del decadentismo e influyeron considerablemente en la novela de Oscar
Wilde El retrato de Dorian Gray,
1891. En la reseña del libro de Peter Quennell sobre Baudelaire (véase en este
ensayo la nota 3), T.S. Eliot describió a Huysmans en los siguientes términos: ‘una
especie de Zola caprichosamente cruzado con todo lo que de menor importancia
hay en Baudelaire’.
16.
La frase sobre Voltaire pertenece a los Diarios
Ãntimos de Baudelaire y el párrafo entero dice: «Je m’ennuie en France,
surtout parce que tout le monde y ressemble à Voltaire. Emerson a oublié
Voltaire dans ses Représentants de l’humanité. Il aurait pu faire un joli
chapitre intitulé: Voltaire, ou l’anti-poète, le roi des badauds, le prince des
superficiels, l’anti-artiste, le prédicateur des concierges, le père Gigogne
des rédacteurs du Siècle» (‘Me aburro en Francia, sobre todo porque todo el
mundo se parece a Voltaire. Emerson olvidó a Voltaire entre sus Representantes
de la humanidad. PodrÃa haber escrito un bonito capÃtulo titulado “Voltaire o
el antipoeta, el rey de los mirones, el prÃncipe de los superficiales, el
anti-artista, el predicador de las porteras, el père Gigogne de los redactores del Siècle”), Baudelaire, Oeuvres
posthumes (Obras póstumas; ParÃs,
1908, p. 110). ¶ Por «Saint-Sulpicerie» se entiende en Francia el arte católico
recargado, pomposo y edulcorado, extendido en el siglo XX al comercio de
postales, bibelots y souvenirs religiosos. La alusión a la vida nueva tiene que
ver, por supuesto, con la Vita nuova
de Dante.
17.
La «poesÃa del partir», la «poesÃa de las salas de espera».
18.
Mon coeur mis à un (Mi corazón al desnudo, 1884) es una
parte de los Diarios Ãntimos de
Baudelaire. Las frases que cita se pueden traducir como ‘¿Cuándo partimos hacia
la felicidad?’ y ‘Qué bellos son los trenes que perdemos’.
19.
Valery Larbaud (1881-1957) fue un poeta, novelista, traductor y ensayista francés
con quien T.S. Eliot tuvo relación, sobre todo en los años veinte. Larbaud
tradujo al francés el Ulises de
Joyce. Entre sus obras poéticas destaca sobre todo Le Journal Intime de A.O. Barnabooth (1913), que Eliot admiró en su
momento y que ejerce una influencia en sordina en La tierra baldÃa.
20.
‘La voluptuosidad única y suprema del amor yace en la certeza de hacer el mal.’
21.
Un antiácido de la época.
22.
«L’Invitation au voyage.»
23.
‘La verdadera civilización no está en el gas ni en el vapor, sino en la
disminución de las huellas del pecado original’, Baudelaire, Mi corazón al desnudo.
24.
T. E. Hulme (1883-1917) fue un poeta y crÃtico inglés, muy influyente en T.S.
Eliot y el modernismo anglosajón, especialmente en el movimiento imaginista.
Hulme murió durante la Primera Guerra Mundial, y cuando la primera recopilación
de su prosa se publicó en el libro Speculations
(Especulaciones; Londres, Kegan Paul,
1924), del que Eliot extrae esta cita final, este comentó: ‘Hulme es clásico,
reaccionario y revolucionario, está en las antÃpodas de la ecléctica, tolerante
y democrática mente del final del siglo pasado’, Criterion, abril de 1924, p. 231.
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