Junio 2004
Durante mucho tiempo -al menos seis decenios-,
las fotografías han sentado las bases sobre las que se juzgan y recuerdan los
conflictos importantes. El museo de la memoria es ya sobre todo visual. Las
fotografías ejercen un poder incomparable en determinar lo que recordamos de
los acontecimientos, y ahora parece probable que en definitiva la gente por
doquier asociará la vil guerra preventiva que Estados Unidos ha librado en Irak
el año pasado con las fotografías de la tortura de los prisioneros iraquíes en
la más infame cárcel de Sadam Husein, Abu Ghraib.
El Gobierno de Bush y sus
defensores se han empeñado sobre todo en contener un desastre de relaciones
públicas -la difusión de las fotografías- más que en enfrentar los complejos
crímenes políticos y de mando que revelan estas imágenes. En primer lugar, el
reemplazo de la realidad con las propias fotografías. La reacción inicial del
Gobierno consistió en afirmar que el presidente estaba indignado y asqueado con
las imágenes: como si la falta o el horror recayera en ellas, no en lo que
exponen. También se evitó la palabra "tortura". Es posible que los
prisioneros hayan sido objeto de "maltrato", en última instancia de
"humillaciones": eso era lo más que se estaba dispuesto a reconocer.
"Mi impresión es que las acusaciones hasta ahora han sido de 'maltrato',
lo cual me parece que es distinto en sentido técnico a tortura", afirmó en
una conferencia de prensa el ministro de Defensa, Donald Rumsfeld. "Y, por
tanto, no pronunciaré la palabra 'tortura".
La definición de tortura
Las palabras alteran, las
palabras añaden, las palabras quitan. Que se evitara tenazmente la palabra
"genocidio" mientras más de 800.000 tutsis de Ruanda eran masacrados
en unas cuantas semanas por sus vecinos hutus hace diez años, demostró que el
Gobierno estadounidense no tenía intención alguna de hacer algo al respecto.
Negarse a llamar tortura lo que sucedió en Abu Ghraib -y en otras cárceles de
Irak y Afganistán, y en el Campamento Rayos X de la bahía de Guantánamo- es tan
indignante como negarse a llamar genocidio lo sucedido en Ruanda. Ésta es la
definición usual de tortura que consta en las leyes y tratados internacionales
de los que Estados Unidos es signatario: "Todo acto por el cual se inflijan
intencionadamente a una persona dolores o sufrimientos graves, ya sean físicos
o mentales, con el fin de obtener de ella o de un tercero información o una
confesión". (La definición proviene de la Convención Contra la Tortura y
Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, de 1984, y está presente
más o menos con las mismas palabras en leyes consuetudinarias y tratados
previos, desde el artículo tercero común a las cuatro convenciones de Ginebra
de 1949 hasta numerosos convenios recientes sobre derechos humanos, como el
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y las convenciones
europeas, africanas e interamericanas de derechos humanos). En la convención de
1984 se declara expresamente que "en ningún caso podrán invocarse circunstancias
excepcionales, tales como estado de guerra o amenaza de guerra, inestabilidad
política interna o cualquier otra emergencia pública, como justificación de la
tortura". Y todos los convenios sobre tortura especifican que ésta incluye
los tratos que pretenden humillar a las víctimas, como abandonar a los
prisioneros desnudos en celdas y corredores.
Cualesquiera que sean las
acciones que emprenda este Gobierno para contener los daños a causa de las
crecientes revelaciones de torturas a prisioneros en Abu Ghraib y otros lugares
-procesos, juicios militares, inhabilitaciones deshonrosas, renuncia de altos
cargos militares y de los funcionarios del Gabinete responsables, e importantes
compensaciones a las víctimas-, es probable que la palabra "tortura"
siga estando vedada. El reconocimiento de que los estadounidenses torturan a
sus prisioneros refutaría todo lo que este Gobierno ha procurado que la gente
crea sobre las virtuosas intenciones estadounidenses y la universalidad de sus
valores, lo cual es la esencial justificación triunfalista del derecho
estadounidense a emprender acciones unilaterales en el escenario mundial en
defensa de sus intereses y seguridad.
Incluso cuando el presidente
fue al fin obligado, mientras el perjuicio a la reputación del país se extendía
y ahondaba en todo el mundo, a enunciar la palabra "perdón", el foco
del arrepentimiento aún parecía la lesión a la pretendida superioridad moral
estadounidense, a su objetivo hegemónico de traer "la libertad y la
democracia" al ignaro Oriente Próximo. Sí, el señor Bush afirmó, de pie
junto al rey Abdulah II de Jordania el 6 de mayo en Washington, que lamentaba
"la humillación que han sufrido los prisioneros iraquíes y la humillación
que han sufrido sus familias". Aunque, continuó, "lamento igualmente
que la gente no comprendiera, al ver estas imágenes, el auténtico carácter y
corazón de Estados Unidos".
Que el empeño estadounidense
en Irak quede compendiado en estas imágenes debe de parecer, entre los que
hallaron alguna justificación para una guerra que en efecto derrocó a uno de
los tiranos monstruosos del siglo XX, injusto. Una guerra, una ocupación, es
inevitablemente un enorme entramado de acciones. ¿Qué hace que algunas sean y
otras no sean representativas? La cuestión no es si la tortura fue obra de unos
cuantos individuos (en lugar de "todos") -todas las acciones las
realizan individuos-, sino si fue sistemática. Autorizada.
Condonada. Fue todo lo antedicho. El punto no es si la mayoría o una minoría de
estadounidenses ejecutan tales acciones, sino si la naturaleza de las políticas
que propugna este Gobierno y la jerarquía desplegada a fin de consumarlas hace
que estas acciones resulten más probables.
Así consideradas, las
fotografías somos nosotros. Es decir, son representativas de las singulares
políticas de este Gobierno y de las corrupciones fundamentales del dominio
colonial. Los belgas en el Congo, los franceses en Argelia, cometieron
atrocidades idénticas y sometieron a los despreciados y renuentes nativos con
torturas y humillaciones sexuales. Añádase a esta corrupción generalizada la
desconcertante y casi absoluta falta de preparación de los dirigentes
estadounidenses en Irak para hacer frente a las realidades complejas de un país
tras su "liberación", es decir, su conquista. Y añádanse las
doctrinas globales del Gobierno de Bush, a saber, que Estados Unidos se ha
enfrascado en una guerra sin fin (contra un enemigo proteico llamado
"terrorismo") y que aquellos detenidos en esta guerra son, si el
presidente lo decide así, "combatientes ilegales" -una política que
enunció Donald Rumsfeld desde enero de 2002- y, por tanto, en "sentido
técnico", como afirmó Rumsfeld, "no tienen derechos" que ampare
la Convención de Ginebra, y se tiene la receta perfecta para las crueldades y
los crímenes cometidos contra miles de prisioneros sin cargos ni asesoría legal
en cárceles gestionadas por estadounidenses y establecidas desde los atentados
del 11 de septiembre de 2001.
Así pues, ¿la cuestión
central no son las propias fotografías, sino la revelación de lo ocurrido a los
"sospechosos" arrestados por Estados Unidos? No:
el horror mostrado en las fotografías no puede aislarse del horror del acto de
fotografiar, mientras los perpetradores posan, recreándose, junto a sus
cautivos indefensos. Los soldados alemanes en la II Guerra Mundial
fotografiaron las atrocidades cometidas en Polonia y Rusia, pero las
instantáneas en que los verdugos se colocan junto a las víctimas son muy
infrecuentes, como puede apreciarse en un libro de reciente publicación,
Photographing the Holocaust (Fotografiar el Holocausto), de Janina Struk. Si
existe algo comparable a lo expuesto en estas imágenes, serían algunas de las
fotografías de las víctimas negras de linchamientos efectuadas entre el decenio
de 1880 y los años treinta, que muestran la sonrisa de estadounidenses
pueblerinos bajo el cuerpo desnudo y mutilado de un hombre o una mujer colgado
de un árbol. Las fotografías de linchamientos eran recuerdos de una acción
colectiva cuyos participantes sintieron su conducta del todo justificada. Así
son las fotografías de Abu Ghraib.
Si hubiera alguna
diferencia, sería la creada por la creciente ubicuidad de las acciones
fotográficas. Las imágenes de los linchamientos correspondían a su carácter de
trofeo: efectuadas por un fotógrafo cuyo fin era reunirlas y almacenarlas en
álbumes, convertirlas en tarjetas postales, exhibirlas. Las fotografías que
hicieron los soldados estadounidenses en Abu Ghraib reflejan un cambio en el
uso que se hace de las imágenes: menos objeto de conservación que mensajes que
han de circular, difundirse. La mayoría de los soldados poseen una cámara
digital. Si antaño fotografiar la guerra era terreno de los periodistas
gráficos, en la actualidad los soldados mismos son todos fotógrafos -registran
su guerra, su esparcimiento, sus observaciones sobre lo que les parece
pintoresco, sus atrocidades-, se intercambian imágenes y las envían por correo
electrónico a todo el mundo.
Cada vez hay más registros
de lo que la gente hace, por su cuenta. Al menos, o sobre todo en Estados
Unidos, el ideal de Andy Warhol de rodar hechos reales en tiempo real -si la
vida no está montada, ¿por qué debería montarse su registro?- se ha vuelto la
norma de millones de transmisiones por Internet, en las que la gente graba su
jornada, cada cual en su propio reality show. Aquí me tenéis: despertando,
bostezando, desperezándome, cepillándome los dientes, preparando el desayuno,
enviando a los chicos al colegio. La gente plasma todos los aspectos de su
vida, los almacena en archivos de ordenador, y luego los envía por doquier. La
vida familiar acompaña al registro de la vida familiar; incluso cuando, o sobre
todo cuando, la familia está en medio de la crisis y el descrédito. Sin duda,
la incesante entrega a la videograbación doméstica mutua, en conversación o en
monólogo, durante muchos años, fue el material más asombroso de Capturing the
Friedmans (2003), el documental de Andrew Jarecki sobre una familia de Long
Island implicada en acusaciones de pederastia.
La vida erótica es, para cada vez más personas, lo que se puede
capturar en las fotografías o el vídeo digital. Y acaso la tortura resulta más
atractiva, a fin de registrarla, cuando tiene un cariz sexual. Sin duda es
revelador, a medida que más fotografías de Abu Ghraib se presentan a la luz
pública, que las fotografías de las torturas se intercalan con imágenes
pornográficas: de soldados estadounidenses manteniendo relaciones sexuales
entre ellos, así como con prisioneros iraquíes, y de la coerción ejercida sobre
estos presos para que ejecuten, o simulen, actos sexuales recíprocos. De hecho,
el tema de casi todas las fotografías de torturas es sexual. (Salvo la imagen,
ya canónica, del individuo obligado a permanecer de pie sobre una caja,
encapuchado y al que le brotan cables, quizá advertido de que si cae será
electrocutado). Con todo, las imágenes de prisioneros atados muchas horas en
posiciones dolorosas, o forzados a permanecer de pie otras tantas, con los
brazos en alto, son más o menos infrecuentes. No hay duda de que se consideran como
tortura: basta ver el terror en el rostro de la víctima. Pero casi todas las
imágenes parecen formar parte de una más amplia confluencia de la tortura con
la pornografía: una joven que guía a un hombre desnudo con una correa es
clásica imaginería dominatriz. Y cabe preguntarse en qué medida las torturas
sexuales infligidas a los internos de Abu Ghraib hallaron su inspiración en el
vasto repertorio de imaginería pornográfica disponible en Internet y que
pretenden emular las personas comunes que en la actualidad se transmiten a sí
mismas por la Red.
Vivir es ser fotografiado,
poseer el registro de la propia vida, y, por tanto, seguir viviendo, sin
reparar, o aseverando que no se repara, en las continuas cortesías de la
cámara; o detenerse y posar. Actuar es participar en la comunidad de las
acciones registradas como imágenes. La expresión de complacencia ante las
torturas infligidas a víctimas indefensas, atadas y desnudas es sólo parte de
la historia. Hay una complacencia primordial en ser fotografiado, a lo cual no
se tiende a reaccionar hoy día con una mirada fija, directa y austera (como
antaño), sino con regocijo. Los hechos están en parte concebidos para ser
fotografiados. La sonrisa es una sonrisa dedicada a la cámara. Algo faltaría
si, tras apilar a hombres desnudos, no se les pudiera hacer una foto.
Sonrisa digital
Al mirar estas imágenes,
cabe preguntarse: ¿cómo puede alguien sonreír ante los sufrimientos y la
humillación de otro ser humano? ¿Situar perros guardianes frente a los
genitales y las piernas de prisioneros desnudos encogidos de miedo? ¿Violar y sodomizar a los prisioneros? ¿Forzar a prisioneros con
capucha y grilletes a masturbarse o a cometer actos sexuales entre ellos? Y da
la impresión de que es una pregunta ingenua, pues la respuesta es,
evidentemente: las personas hacen esto a otras personas. La violación y el
dolor infligido a los genitales están entre las formas de tortura más comunes.
No sólo en los campos de concentración nazis y en Abu Ghraib cuando lo
gestionaba Sadam Husein. Los estadounidenses también lo han hecho y lo siguen
haciendo, cuando se les dice o se les incita a sentir que aquellos sobre los
cuales ejercen un poder absoluto merecen el maltrato, la humillación, el
tormento. Cuando se les lleva a creer que la gente a la que torturan pertenece
a una religión o raza inferior y despreciable. Pues la significación de estas
imágenes no consiste sólo en que se ejecutaron estos actos, sino en que,
además, sus perpetradores no supusieron nada condenable en lo que muestran las
imágenes. Y lo más detestable, pues se pretendía que las fotos circularan y
mucha gente las viera, es que todo eso había sido divertido. Y esta noción de
esparcimiento es, por desgracia -y contrariamente a lo que el señor Bush le
cuenta al mundo-, cada vez más parte "de la verdadera naturaleza y el
corazón de Estados Unidos".
Es difícil evaluar la
creciente aceptación de la brutalidad en la vida estadounidense, pero las
pruebas están por doquier, desde los videojuegos de asesinatos que son el
espectáculo principal de los chicos -¿cuánto tardará en llegar el videojuego
Interroga a los terroristas?- hasta la violencia ya endémica en los ritos
grupales de la juventud en un acceso de euforia. Los crímenes violentos están a
la baja, si bien ha aumentado el fácil regodeo en la violencia. Desde los rudos
vejámenes infligidos a los alumnos recién llegados en numerosos bachilleratos
de las urbanizaciones estadounidenses -retratados en la película de Richard
Linklater Dazed and confused (Jóvenes desorientados) (1993)- hasta las
novatadas rituales con brutalidades físicas y humillaciones sexuales
institucionalizadas en las escuelas, universidades y equipos deportivos,
Estados Unidos se ha convertido en un país en el que las fantasías y la
ejecución de la violencia se tienen por un buen espectáculo, por diversión.
Lo que antaño se apartaba
como pornográfico, como ejercicio de extremos anhelos sadomasoquistas -como en
la última y casi insoportable película de Pasolini, Saló (1975), que exhibe
orgías de suplicios en un reducto fascista del norte italiano en las
postrimerías de la época de Mussolini-, en la actualidad se normaliza, por los
apóstoles de los nuevos Estados Unidos belicosos e imperiales, como una animada
travesura y desahogo. "Apilar hombres desnudos" es como una travesura
de fraternidad universitaria, afirmó un oyente a Rush Limbaugh y a veinte
millones de estadounidenses que escuchan su programa radiofónico. Cabe
preguntar si el que llamó había visto las fotografías. No importa. La
observación, ¿o acaso la fantasía?, es muy acertada. Lo que tal vez aún pueda
escandalizar a algunos estadounidenses fue la respuesta de Limbaugh:
"¡Exacto!", exclamó. "Justo lo que digo. No es muy distinto de
lo que ocurre en una iniciación de Skull and Bones. Vamos a arruinar la vida de
unas personas por eso y a entorpecer nuestros esfuerzos militares y luego vamos
a cascarlos a ellos en serio porque se lo pasaron bomba".
"Ellos" son los soldados estadounidenses, los torturadores. Y
Limbaugh continuó: "Vamos, a esta gente le están disparando todos los
días. Estoy hablando de estas personas, de gente que lo está pasando bien. ¿Es
que nadie recuerda lo que es una descarga emocional?".
Humillación como diversión
Es probable que buena parte
de los estadounidenses prefiera pensar que está bien torturar y humillar a
otros seres humanos -los cuales, en calidad de enemigos putativos o presuntos,
han perdido todos sus derechos- que reconocer el disparate, la ineptitud y el
timo de la aventura estadounidense en Irak. En cuanto a la tortura y la
humillación como diversión, parece que hay poco que oponer a esta tendencia
mientras Estados Unidos se convierte en un Estado de guarniciones, en el que
los patriotas se definen como respetuosos incondicionales del poderío militar y
en el que se necesita el máximo de vigilancia en el interior. Conmoción y pavor
fue lo que nuestros militares prometieron a los iraquíes que se resistieran a
los libertadores estadounidenses. Y conmoción y horror es lo que han
transmitido los estadounidenses según pregonan al mundo estas fotografías: una
pauta de conducta criminal que desafía y desprecia manifiestamente las
convenciones humanitarias internacionales. Hoy día, los soldados posan, con
pulgares aprobatorios, ante las atrocidades que cometen, y envían fotografías a
sus compañeros y familiares. ¿Debería sorprendernos siquiera? La nuestra es una
sociedad en la cual antaño habríamos hecho lo imposible por ocultar los
secretos de la vida privada, pero en la actualidad clamamos por una invitación
para revelarlos en un programa de televisión. Lo que estas fotografías ilustran
es tanto la cultura de la desvergüenza como la reinante admiración a la
brutalidad contumaz.
La noción de que las
"disculpas" o las profesiones de "repugnancia" o
"aborrecimiento" por parte del presidente y el ministro de Defensa
son respuesta suficiente a la tortura sistemática de los prisioneros revelada
en Abu Ghraib es un ultraje a nuestro sentido moral e histórico. La tortura de
prisioneros no es una aberración. Es la consecuencia directa de una ideología
global de lucha en la que "estás conmigo o en mi contra" y con la que
el Gobierno de Bush ha procurado cambiar, de modo radical, la postura
internacional de Estados Unidos y refundir muchas instituciones y prerrogativas
nacionales. El Gobierno de Bush ha empeñado al país en una doctrina bélica
seudorreligiosa, de guerra sin fin; pues la "guerra contra el terror"
no es más que eso. Lo que ha sucedido en el nuevo imperio carcelario
internacional que gestiona el ejército estadounidense excede incluso los
escandalosos procedimientos de la isla del Diablo francesa o el sistema del
Gulag de la Rusia soviética, ya que en el caso de la colonia penal francesa
hubo, primero, juicios y sentencias, y en el del imperio penitenciario ruso,
cargos de algún tipo y una sentencia que duraba años explícitos. La guerra sin
fin se emplea para justificar encarcelamientos sin fin: sin cargos, sin revelar
el nombre de los prisioneros o sin facilidades para que se comuniquen con sus
familias o abogados, sin juicios, sin sentencias. Los detenidos en el alegal
imperio penitenciario estadounidense son "detenidos";
"prisioneros", una palabra recientemente obsoleta, podría suponer que
tienen derechos conferidos por las leyes internacionales y la ley de todos los
países civilizados. Esta "Guerra Global Contra el Terror" -en la cual
se han mezclado por decreto del Pentágono tanto la justificable invasión de
Afganistán como el irreducible disparate en Irak- acarrea inevitablemente la
deshumanización de todo aquel que el Gobierno de Bush declara posible
terrorista: una definición indiscutible y que casi siempre se adopta en
secreto.
Puesto que las imputaciones
contra la mayoría de las personas detenidas en las prisiones iraquíes y afganas
son inexistentes -el Comité Internacional de la Cruz Roja informa de que entre
el 70% y el 90% de los recluidos no parece haber cometido otro delito más que
el de encontrarse en el sitio y el momento inoportunos, capturados en alguna
redada de "sospechosos"-, la justificación principal para retenerlos
es el "interrogatorio". ¿Interrogarlos sobre qué? Sobre cualquier
cosa. Lo que el detenido pueda llegar a saber. Si el interrogatorio es el
motivo por el cual se detiene a los prisioneros indefinidamente, entonces la
coerción física, la humillación y la tortura resultan inevitables.
Acopio de información
Recuérdese: no nos referimos
a una situación extraordinaria, al escenario de una "bomba de efecto
retardado", lo cual a veces se aduce como caso límite para justificar la
tortura de prisioneros que están al tanto de un atentado inminente. Se trata
del acopio de información no específica o general autorizado por militares
estadounidenses y funcionarios civiles a fin de saber más del indefinido
imperio de malhechores sobre el que Estados Unidos casi nada sabe, en países
acerca de los cuales es especialmente ignorante: en principio, toda
"información" cualquiera podría ser útil. Un interrogatorio que no
produjera información (no importa en qué consista) se consideraría un fracaso.
Por ello se justifica aún más la preparación de los prisioneros para que
hablen. Ablandarlos, presionarlos: éstos suelen ser los eufemismos de las
costumbres bestiales que han cundido en las cárceles estadounidenses donde
están recluidos los "sospechosos de terrorismo". Al parecer, infortunadamente,
poco más que unos cuantos fueron "presionados" demasiado y murieron.
Las
imágenes no desaparecerán. Es la naturaleza del mundo digital en que vivimos.
En efecto, parecen haber sido necesarias para que los dirigentes
estadounidenses reconocieran que tenían un problema entre las manos. Con todo,
el informe remitido por el Comité Internacional de la Cruz Roja y otros
informes periodísticos y protestas de organizaciones humanitarias sobre los
castigos atroces infligidos a los "detenidos" y "sospechosos de
terrorismo" en las prisiones gestionadas por soldados estadounidenses han
estado circulando durante más de un año. Es improbable que el señor Bush o el
señor Cheney, la señora Rice o el señor Rumsfeld hayan leído esos informes. Al
parecer, las fotografías fueron lo que reclamó su atención, cuando resultaba ya
patente que no podían suprimirse; las fotografías hicieron todo esto
"realidad" para el presidente y sus cómplices. Hasta entonces sólo
hubo palabras, que resulta más fácil encubrir, y más fácil olvidar, en la era
de nuestra reproducción y diseminación digital infinitas.
Así pues, las fotografías
seguirán "asaltándonos", como están siendo inducidos a sentir muchos
estadounidenses. ¿Se acostumbrará la gente a ellas? Algunos afirman que ya han visto
"suficiente". No, sin embargo, el resto
del mundo. La guerra sin fin: un torrente sin fin de fotografías. ¿Los editores de
periódicos, revistas y televisiones estadounidenses discutirán ahora que
mostrar otras más, o mostrarlas sin recortar (lo cual, con algunas de las
imágenes más conocidas, procura una visión diferente y en algunos casos más
horrorosa de las atrocidades cometidas en Abu Ghraib), sería de "mal
gusto" o una acción política manifiesta? Por "político"
entiéndase: crítico de la guerra sin fin del Gobierno de Bush. Pues no puede
haber duda de que las fotografías perjudican, como ha testificado el señor
Rumsfeld, la reputación de "los hombres y mujeres honorables de las
Fuerzas Armadas que con valentía, responsabilidad y profesionalismo están
protegiendo nuestras libertades en todo el mundo". Este perjuicio -a
nuestra reputación, nuestra imagen, nuestro éxito en cuanto potencia imperial-
es lo que deplora sobre todo el Gobierno de Bush. Cómo es que la protección de
"nuestras libertades" -y en este punto se trata sólo de la libertad
de los estadounidenses, 5% de la población del planeta- precisa del despliegue
de soldados estadounidenses en cualquier país que le plazca ("en todo el
mundo") es algo que difícilmente se debate entre nuestros funcionarios
elegidos. Estados Unidos se ve a sí mismo como víctima potencial o futura del
terror. Estados Unidos sólo está defendiéndose de enemigos implacables y
furtivos.
La reacción ya se ha hecho
sentir. Se aconseja a los estadounidenses no dejarse llevar por una orgía de
reproches. La publicación continuada de las imágenes está siendo interpretada
por muchos estadounidenses como una indicación de que no tenemos derecho a
defendernos. Al fin y al cabo, ellos (los terroristas, los fanáticos)
comenzaron. Ellos -¿Osama Bin Laden? ¿Sadam Husein? ¿Qué importa?- nos atacaron
primero. James Inhofe, republicano de Oklahoma y miembro del Comité de las
Fuerzas Armadas del Senado, ante el cual testificó el ministro de Defensa,
confesó su certidumbre de no ser el único miembro "más indignado por la
indignación" que causó lo que exponen las fotografías. "Se sabe que
estos prisioneros, explicó el senador Inhofe, "no están ahí por sanciones
de tráfico. Si estos prisioneros están en el bloque 1-A o 1-B es porque son
asesinos, son terroristas, son insurgentes. Es probable que muchos tengan las
manos manchadas de sangre estadounidense y aquí estamos preocupados sobre el
trato que se les da a estos individuos". La culpa es de "los
medios" -llamados habitualmente "medios liberales"-, que
provocan, y seguirán provocando, más violencia contra los estadounidenses en el
mundo. "Ellos" se vengarán de "nosotros". Morirán más
estadounidenses. Por estas fotografías. Y las fotos engendrarán más
fotos: "su" respuesta a las "nuestras".
Sería un error manifiesto
permitir que estas revelaciones sobre la connivencia militar y civil
estadounidense para torturar en la "guerra mundial contra el
terrorismo" se conviertan en la historia de la guerra de -y contra- las
imágenes. No es a causa de las fotografías, sino a causa de lo que revelan que
está sucediendo, sucediendo por orden y complicidad de una cadena de mando que
alcanza los más altos niveles del Gobierno de Bush. Pero la distinción -entre
fotografía y realidad, entre política y manipulación- se puede desvanecer con
facilidad. Eso es lo que espera este Gobierno que ocurra.
También vídeos
"Hay muchas más
fotografías y vídeos -reconoció el señor Rumsfeld en su testimonio-. Si se
difunden entre el público, este asunto, evidentemente, empeorará".
Empeorará para el Gobierno y sus programas, presumiblemente, no para quienes
son víctimas potenciales y actuales de la tortura. Los medios podrían
censurarse a sí mismos, como acostumbran. Pero, según reconoció el señor
Rumsfeld, es difícil censurar a los soldados en ultramar que no escriben, como
antaño, cartas a casa que los censores militares pueden abrir para tachar los
fragmentos inaceptables, sino que se desempeñan como turistas; en palabras del
señor Rumsfeld: "Nos sorprende que vayan por ahí con cámaras digitales
tomando fotografías increíbles, y luego las pasen, al margen de la ley, a los
medios". Los esfuerzos del Gobierno por detener la marea de fotografías se
desarrollan en varios frentes. En la actualidad, el argumento está adoptando un
cariz legalista: las fotografías se clasifican ahora como "pruebas"
en causas futuras, cuyo resultado podría verse afectado si son dadas a conocer
al público. Siempre se sostendrá que las imágenes más recientes, que, según se
informa, contienen horrendas imágenes de violencia ejercida contra los
prisioneros y humillaciones sexuales, no han de difundirse. El presidente del
Comité de las Fuerzas Armadas del Senado, el republicano John Warner, de
Virginia, después de examinar con otros legisladores la muestra de diapositivas
del 12 de mayo con más horrendas imágenes de humillación sexual y violencia
contra los prisioneros iraquíes, dijo que, en su "enérgica" opinión,
las fotografías más recientes "no deberían hacerse públicas. Me parece que
podrían poner en riesgo a los hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas mientras
están prestando su servicio en medio de grandes peligros".
Pero el impulso más decidido
para restringir la disponibilidad de las fotografías provendrá del empeño
incesante en proteger al Gobierno de Bush y encubrir el desgobierno
estadounidense en Irak; en equiparar la "indignación" a causa de las
fotografías con una campaña para socavar el poderío militar estadounidense y
los propósitos que sirve en la actualidad. Del mismo modo en que muchos tuvieron
por una implícita crítica de la guerra la transmisión televisada de fotografías
de soldados estadounidenses muertos en el curso de la invasión y ocupación de
Irak, se tendrá cada vez más por antipatriota la propagación de las nuevas
fotografías que mancillen aún más la reputación -es decir, la imagen- de
Estados Unidos.
Con todo, estamos en guerra.
Una guerra sin fin. Y la guerra es el infierno. "No me importa lo que
digan los abogados internacionales, vamos a machacarlos" (George W. Bush,
11 de septiembre de 2001). Vaya, sólo nos estamos divirtiendo. En nuestra sala
de espejos digital, las imágenes no se desvanecerán. Sí, al parecer, una imagen
dice más que mil palabras. E incluso si nuestros dirigentes prefieren no
mirarlas, habrá miles de instantáneas y vídeos adicionales. Incontenibles.
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