Moridor & otros poemas: del desajuste o de una afectividad reencontrada. (Ediciones Cinosargo / Mantra, México, 2019) Por Tania Favela Bustillo




«Moridor & otros poemas»: del desajuste o de una afectividad reencontrada.

(Ediciones Cinosargo / Mantra, México, 2019)



Por Tania Favela Bustillo











Las cosas se congelan como fragmentos

de aquello que fue subyugado; rescatar

eso significa amar las cosas.  

Theodor Adorno



[…] sin duda alguna, en las grandes

ciudades vive el ser amado.

En las grandes ciudades, por otra parte,

se está forjando la ruina del mundo […]

Jaime Saenz



Moridor & otros poemas (Ediciones Cinosargo / Mantra, México, 2019) nos propone pensar al poema como un campo de fuerzas en el que participan, de forma simultánea, distintos estratos: lo prehistórico y lo histórico; lo mítico y las fantasmagorías del capital; la deshumanización y la utopía; lo político, lo religioso y lo social. El espacio del poema es también el espacio de la ciudad (Lima): lugar en el que la construcción y la destrucción interactúan fracturando todo sujeto identitario, y mostrando así una identidad en proceso. La proliferación de interacciones dentro del poema permite que el poeta teja, mediante versos largos y flexibles, un ritmo que disloca al sentido, proponiendo una articulación distinta. El problema del lenguaje es entonces uno de los ejes de Moridor:¿desde dónde decir? Quizás en los siguientes versos hay claves para pensar esa pregunta: “No quiero ser hablador, pero todo puede ser movido”, y más adelante: “pero era un componente del habla lo que deseaba ser movido. / Era una oración con todas las reglas del juego / al principio incomprensibles, / luego claras con los dictados contra la corriente.” Al parecer, lo que debe ser alterado es el significado que yace en las palabras: la “ficción de un lenguaje” que dice desde el poder y la ley, y desde una educación confusa aprendida en las universidades. En vez de la división y el estancamiento (consecuencias de las injusticias sociopolíticas), Willy Gómez Migliaro hace de su escritura una “superficie de atracción” en la que las relaciones entre las palabras se cuestionan, critican y desmontan, para lograr una sintaxis nueva y con ella la resignificación de los vocablos.

Pero si nos movemos de la superficie a la raíz, pareciera que el problema que Gómez Migliaro plantea en Moridor & otros poemas va más allá del significado, es anterior o posterior a éste, de ahí el epígrafe de T.S. Eliot que abre el libro y que sugiere otras posibles lecturas, lo transcribo en español, aunque Gómez Migliaro lo introduce en inglés:


Tuvimos la experiencia pero no captamos el significado

Y el acercamiento al significado restaura la experiencia

En forma diferente, más allá de cualquier significado


Se trata entonces de “restaurar la experiencia”, la propia y la de las generaciones pasadas, se trata de pensar cuál es la relación entre los acontecimientos y las palabras, entre las cosas y las palabras, y cuál es, desde ahí, el trabajo del poeta. Lo sensorial se impone en Moridor antes que cualquier relato, y es quizás desde ahí que la experiencia puede ser rescatada y que lo “real” toma de nuevo su lugar. Pienso aquí en lo que el poeta español Miguel Casado escribe sobre la poesía de Rimbaud, lo cito: “…aunque es frecuente que los textos tengan un hilo narrativo, los datos físicos y las atmósferas operan como si se anticiparan  siempre al argumento, creándose una doble secuencia argumental, en la que se prefiere la huella de la historia en cada caso a los requisitos del tiempo narrativo […] la autentica historia no es lineal, sino la diseminada, la que vibra en el contraste de los tiempos y en las zonas intemporales”[1]. Y las palabras de Casado me llevan directamente a los poemas de Gómez Migliaro, en los que el relato se interrumpe y la narración se desdibuja, mientras los “datos físicos”  y “las atmósferas” se intensifican construyendo esa otra secuencia argumental (sin argumento), ese otro plano de sentido que es más un choque, una vibración, una textura lingüística, un impulso que construye, deconstruyendo, una sintaxis personal en la que la indeterminación y la ambigüedad se tocan con lo más concreto y lo más preciso: con los objetos y la cotidianeidad, con ese día a día: el puerto del Callao, el olor de la caña de azúcar y la coliflor saltada, los edificios, las avenidas, los microbuses, el pescado guisado, el pan, un par de latas de cerveza, cigarros, ensaladas y fruterías, una banda de músicos, una máquina de afeitar, láminas de santos, pero también armas, una empresa nuclear, fábricas, casquillos de balas, el color de la sangre inocente; dura confluencia de elementos disímiles que queda clara en los siguientes versos unidos precisamente por una conjunción adversativa: “pienso en un campo de abetos, / pero los capitales oscurecen la obra”, o más adelante: “Al otro lado las heladerías huelen a lúcuma. / Pero debajo del tumulto nuestra imagen / crea su verdor de espuma / ante la intoxicación y el mal gusto.” Y más allá de toda asociación o contraposición, quizás como una forma de esperanza: “el ave de salvación”, “Sicilia”, “los geranios”, palabras-símbolos o palabras-talismán, que generan en los poemas destellos de una afectividad reencontrada.

Tras el tratamiento lingüístico de las diversas realidades a las que apunta este poemario, lo que queda claro, como núcleos semánticos, es la crítica al poder que arrasa con mirada ciega todo lo vivo, y también la relación constante que existe entre lenguaje e ideología, y por ende la necesidad de cuestionarlo y desmontarlo todo. Y además, y quizás sobre todo, Moridor & otros poemas nos confronta con la complejidad de aquello que llamamos realidad. José Revueltas, el narrador mexicano, habla justamente del “lado moridor de la realidad” y la coincidencia, más allá de toda diferencia conceptual, me parece interesante. Quizás Gómez Migliaro nos da en sus poemas precisamente ese “lado moridor”, que según Revueltas es “el movimiento interno de la realidad, su dirección profunda”, “No ese torbellino que se nos muestra en su apariencia inmediata, donde todo parece tirar en mil direcciones a la vez”[2]. Se trataría para el poeta peruano de un proceso de construcción en el que el orden y el desorden conviven, en el que la selección y el azar se encuentran en el diseño de sus estructuras poéticas. El poema entonces pone en funcionamiento un proceso de autoorganización que le permite indagar lo que sucede y lo que sucedió desde una conciencia que pone en juego la propia interioridad; de ahí quizás la doble mención de Hamlet. Y al mismo tiempo, la escritura de Gómez Migliaro contiene siempre lo singular de su mirada, un punto de vista que imprime su huella en el tejido de lo colectivo[3]. Tal vez por ello el poeta escribe desde un yo y un nosotros a la vez: la primera persona en plural funciona, incluso, como un engranaje entre los tiempos:


Alguien explica y toca al paleolítico moderno.

Alguien nos toca.

Alguien tiene nuestro cuerpo.


El contraste de esos tiempos, lo “paleolítico moderno”, abre esas zonas intemporales de las que hablaba Miguel Casado. Estratos en los que ese “nosotros” y ese “yo” intentan alcanzar a un “tú” o un “ellos” generando una tensión en lo que pudiera ser la posibilidad de un diálogo siempre inconcluso. La comunicación queda quebrada, fracturada, se torna monólogo o flujo de conciencia, de ahí también el desfase en el fraseo del poema y la desviación del sentido.

Si como lo señala Mario Montalbetti: “el poeta es el que asume la resistencia del lenguaje verbal, como forma de pensar, de preguntarse cosas, de cuestionar el sistema, el poder, la autoridad”, Willy Gómez Migliaro se nos presenta en éste y sus subsiguientes poemarios como el gran resistente o el sobreviviente, palabras éstas que en cierta dimensión de la experiencia podrían plantearse como sinónimas.

En suma, la de Gómez Migliaro es una escritura a contracorriente, que se inserta (y a la vez cuestiona) en la tradición de Vallejo, Arguedas, Westphalen, Hinostroza, Cisneros y Guevara (pensando sólo en los peruanos), porque también están Eliot (como ya se vio) y Ashbery entreverado en las líneas de algunos poemas. Y además está Lezama Lima, ese enemigo rumor que impulsa desde abajo la materia poética, y en la conciencia del ritmo que propulsa sus versos, asoma, también, Rubén Darío. Desde esta tradición trazada, Willy Gómez Migliaro se alza como el moridor de una nueva estética: es el hombre tenaz, el Prometeo, que inmerso en lo cotidiano intenta recuperar la experiencia, y desde ésta rescatar la esperanza encerrada en esa caja de pandora que se ha vuelto una forma del canto. En el fondo lo que subyace en Moridor & otros poemas es el amor, el amor a la lengua, pero también a un tú con el que se entabla un diálogo amoroso en el anhelo de que la comunicación se restablezca. No es extraño entonces que hacia el final del libro, el dolor de la mariposa “Sheng Ming” (la vida) cruce las páginas.





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NOTAS



[1] Miguel Casado, Un discurso republicano. Ensayos sobre poesía. Madrid: Libros de la resistencia, 2019, pg. 24.



[2] José Revueltas. Los muros de agua. Obras completas 1, “A propósito de Los muros de agua”. México: Ediciones Era, 1978.



[3] Idea tomada del poeta y crítico Miguel Casado, quien en varios ensayos señala la importancia de esa mirada singular que imprime su huella en lo colectivo.

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