UNA RECURRENCIA CONSCIENTE: Rec, de David Bustos
La literatura no
puede plantearse la misión de contar la historia. Para esta misión solo
se puede acudir a la mirada cientÃfica del especialista en historia -en la
medida en que creamos que sea posible convertir la vida social en un objeto
de estudio, a la distancia necesaria para medir y armar modelos. La
conciencia histórica del que escribe literatura en su sentido más pleno tendrá
que encontrarse a sà misma una y otra vez en medio de ese supuesto objeto distanciado,
distorsionando toda posible perspectiva, hasta convencerse de que si existe
algo asà como una historia -algo real que ya no pueda ser el objeto detenido de
un estudio frÃo- solo se podrÃa construir desde la interioridad del sujeto, y
someterse a la serie de validaciones que demanda un objeto artÃstico -entre las
cuales la Verdad no gusta de entrar.
Esta limitación
impuesta por la propia experiencia a la literatura hace que la obra literaria
sea siempre el testimonio más o menos acertado -y asumido- de un fracaso
radical. David Bustos (Santiago, 1973) ya se habÃa planteado esta aventura de
una conciencia histórica en el plano de la escritura con Ejercicios de
enlace (Santiago: Cuarto Propio, 2007, de pronta reedición), en que tras el
intento de representación de la historia el mismo sujeto se descomponÃa y
perdÃa toda posibilidad de una lectura unÃvoca, al encontrar en aquella la
conformación -frustrada- de sà mismo; como consecuencia, la misma posibilidad
de representación histórica terminaba descomponiéndose. En Rec (Santiago:
Cuneta, 2018), Bustos asume nuevamente el intento de una representación
histórica, esta vez a partir de sujetos particulares que se sitúan en la
dictadura y postdictadura. A fuerza de mantener la legibilidad de sus relatos,
la forma narrativa, sumamente parca y concisa, no parece sufrir los embates que
la poética sà sufre en manos de la imposibilidad de representación histórica;
no obstante, es en el plano de los argumentos -las historias- en que
este fracaso radical se proyectará con puntualidad y profundidad.
El fracaso de leer
la historia vivida se presenta aquà en la ausencia de conclusiones, de
cierres -”moralejas”- ante lo que aparece como una continuidad “racional” que
envuelve a los personajes. Su aspiración a accionar sobre los acontecimientos
se ve frustrada de maneras diversas, mas análogas en su quiebre interno, su
perplejidad ante un transcurso que se ha hecho indescifrable y ausente de
referencias precisas de lectura que fundamenten esa “racionalidad” más allá de
su inercia.
En el primer
relato, La funa, lo antedicho se expresa mediante la introducción del
personaje de Vanesa, quien resulta ser nodal dentro del argumento. El detalle
que se revela al fin del relato, es su parentesco con el torturador a quien se
le ejecuta la funa en la que ella resulta herida -con un trauma en su
cabeza-, y el narrador en primera persona de manera seca y clara toma
conciencia de esto y es capaz de reaccionar, de una forma frÃa y decidida,
haciendo patente la continuidad histórica en la elección del nombre con el cual
se presenta ante ella. Sin embargo, una segunda lectura puede revelar una
dimensión particular de la pregunta del tercer párrafo del relato: ¿Pero
quién es Vanesa?, que parece indicar que el misterio de la trama histórica
no se soluciona con la “solución” formal, como si hubiera en este argumento
simple un signo que no logró ser leÃdo a cabalidad.
El guionista y Cámara, los relatos que siguen, tienen en sus personajes
centrales un factor común: ambos son participantes secundarios y semianónimos
en la construcción de contenidos centrales en la cultura de masas desde los 80:
las teleseries. En ambos casos se revela una preocupación de que ese medio sea
capaz de hacerse cargo de los eventos y necesidades reales de la sociedad, y la
imposibilidad de tal aspiración a fuerza de la finalidad de evasión de las
producciones audiovisuales televisivas, sabe frustrar cualquier tipo de acción
de los participantes individuales que toman parte de los colectivos que
sustentan estas. La “racionalidad” que envuelve los argumentos de estos relatos
no puede sino extinguir a las individualidades creativas: Luis, el guionista, solamente
puede eliminar el obstáculo visible de sus aspiraciones de manera fÃsica, lo
que resulta más bien simbólico al no poder encargarse con esto de la raÃz del
problema, la inercia de la propia televisión al elaborar sus contenidos de
acuerdo a la sintonÃa y a procedimientos puramente técnicos de producción.
Sabemos desde ya que la invisibilidad de Luis no logrará superarse de
ninguna forma. En el caso de Cámara, la individualidad marcada del
personaje de Tito, que destaca y se hace destacar dentro del mecanismo de
producción a pesar de su forzosa invisibilidad detrás de la escena, contrasta
con la relativa visibilidad del director de área dramática Celso Ricci, y la
visibilidad absoluta del actor Óscar Ruedi: el desarrollo histórico del medio
de las teleseries acabará poniendo a cada uno de ellos como momentos
desplazados, cayéndole al narrador, un profesional del área de cámaras, la
misión de relatar de manera directa y fáctica los eventos. El final del relato
encuentra a este narrador alejado del mundo de la televisión, dedicado a
actividades domésticas en Chiloé. Su invisibilidad es la que le ha permitido
registrar, y tan solo eso -tal como lo hace el camarógrafo de una producción
audiovisual-, la inercia de la historia y su reflejo “racional” y “técnico” en
la industria televisiva.
Los relatos que
siguen tomarán perspectivas distintas, que gradualmente irán desembocando en revelar
lo que resulta ser el fundamento de esa forzada inercia histórica que impide el
accionar particular: el neoliberalismo implantado por mano militar en el golpe
de estado de 1973 y continuado en la postdictadura. Esta marca histórica se
deja ver como una clave interna del relato Higiene del sueño, en que una
afección aparentemente fÃsica acaba relacionándose con un sueño recurrente, que
es la vuelta al colegio a los 40 años.
En afán de
examinar su sueño recurrente, habÃa creado una geografÃa onÃrica y, estaba casi
seguro, la primera vez que soñó que aún no se graduaba, fue dentro de ese año,
1990 calcula. La dictadura de Pinochet era su punto de referencia, como la
cordillera para cualquier santiaguino, pensó. Es difÃcil estimarlo con exactitud,
pero 1990 sin duda fue la primera ocasión que soñó que debÃa volver al colegio.
En ese momento no le pareció extraño, ya que habÃa salido recién ese año. Cinco
años después, o sea en 1995, estaba completamente seguro que el sueño era
recurrente. A los 30 años recuerda que soñó dos veces en un mes el mismo sueño
y su angustia al despertar lo dejaba en silencio, sumido en un relato de
pesadilla. Lo que sà es imposible saber a ciencia cierta es desde cuando
roncaba. Nadie se lo habÃa hecho saber hasta que vivió con Ana. (p. 53).
En la reflexión del
personaje sobre la afección de su ronquido y su posible relación con el sueño
recurrente -cabe señalar: situada en el centro fÃsico del volumen- se deja ver
el contraste difÃcil entre la conciencia histórica del sujeto (que es capaz de
volver sobre sà misma, hacerse consciente) y el transcurso indiferente a la
experiencia particular -más marcado aun como transcurso al relacionarse
con el sueño. El deber de comprender a fondo el malestar producido por este
contraste (que hace que recurra lo ya ocurrido), es el que acaba
movilizando al personaje a solucionar el problema de su ronquido:
Su lógica le
indicaba que la repetición se debÃa a una pieza o asignatura emocional que
habÃa pasado por alto. Dentro o fuera del sueño hay un vacÃo. Entonces pensó
que los ronquidos podÃan tener que ver con esa imposibilidad. Aunque su razón
más poderosa para tratarse el ronquido era que siempre andaba con mal sueño e
irritable. Y otra razón tal vez más poderosa que la anterior, era Romina. (pp. 54-5).
El carácter
adversativo de aunque no alcanza a cubrir que el proceso del sujeto toma
la dirección de una reconstitución integral de sà mismo, una que logre
recuperar para sà la seguridad de ese transcurso del cual no puede llegar a
tener conciencia, asegurando de paso su existencia cotidiana. Paradójicamente
será un dispositivo técnico el que, tras una compleja deliberación -retratada
en el plano del relato como significativa en su extensión-, tomará a cargo la
solución de la apnea, y el relato termina sin formular una pregunta clave que
sà hace eco a quien lea el relato con atención: ¿recurrirá el sueño del
colegio?
El transcurso de la
historia como un proceso del que hay que hacerse consciente, para esclarecer
asà una posible lectura de lo pasado: es esto en lo que se fijará la
voluntad narrativa en los tres relatos restantes. En estos tomará un lugar
preponderante la caracterización de la vida social y las relaciones humanas
durante la dictadura y postdictadura, retratadas desde una exposición fáctica
simple que juega a distanciarse en los dos primeros relatos, mientras en el
último es una efectiva evocación autobiográfica: en general todos se pueden
identificar como relatos de aprendizaje. Mientras El cielo con las manos se
centra en la relación de un tÃo del narrador con el joven futbolista que
descubre y que acaba llevando al éxito internacional, Rec trata de un DJ
cuya modesta y larga carrera se desarrolla en un acotado sector de Santiago. Lennon,
el relato que cierra el volumen, rememora la relación del narrador con su
hermano, lo que moviliza una serie de experiencias relacionadas con la
represión y la resistencia en el marco de la vida social degradada bajo la
dictadura.
El pasmo ante una
historia que parece desarrollarse por inercia sabe en esta progresión dar paso
a una conciencia situada con respecto a las condiciones de vida bajo un
neoliberalismo que ocupa el shock como sustento de su cultura de masas.
Bustos sabe desarrollar sus relatos de modo tal que mueve al lector a esta situación,
en un ejercicio de evocación que no puede sino inquietar. Este malestar,
signo de una efectiva anagnórisis -que revela la conformación del sujeto al
tiempo que reconoce lo que tiene enfrente- hace de Rec una
narrativa digna de este momento, en que las grietas del experimento social
neoliberal van mostrando la arquitectura irracional de su supuesta racionalidad,
de su falaz linealidad temporal.
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