LA INTELIGENCIA EN LLAMAS: Parte I La Cuestión Política
por Cayo Cactus
por Cayo Cactus
¡Oh inteligencia, soledad en llamas,
que todo lo concibe sin crearlo!
José Gorostiza
Estocolmo, 1967. Bertrand Russell convoca a intelectuales, académicos y expertos en derecho internacional para investigar presuntos crímenes de guerra cometidos por los Estados Unidos durante la guerra de Vietnam. Le denomina Tribunal Internacional sobre Crímenes de Guerra – pero todos le conocen como el Tribunal Russell:
“No somos jueces. Somos testigos. Nuestra tarea es lograr que la humanidad atestigüe estos terribles crímenes y se unan al lado de la justicia junto a Vietnam“.
Con la evidencia recolectada, ese mismo año el filósofo publica “Crímenes de Guerra en Vietnam”.
Lima, 1969. José María Arguedas se dispara en la sien al finalizar sus clases en la Universidad Agraria La Molina. Fallece 5 días después. Vargas Llosa escribe casi una década más tarde sobre las razones de su suicidio y entre ellas ahonda en las circunstancias políticas, morales y sociales que le habrían hecho la vida insoportable: la miseria de los campesinos de la sierra, la falta de libertad de expresión e información, la crisis educativa y cultural del país, entre otras.
Vargas Llosa extiende el alcance de estas razones para desarrollar las siguientes interrogantes: ¿Por qué en Latinoamérica los escritores no pueden ser simplemente escritores? ¿Por qué también deben ser reformadores, políticos, revolucionarios, moralistas?. El autor pasa a responder:
“En la práctica de su arte, en los obstáculos que encuentra en la práctica de su arte, el escritor latinoamericano encuentra razones para volverse políticamente consciente y someterse a las presiones del compromiso político“.
Dudo que Vargas Llosa haya pasado por alto la propia respuesta de Arguedas:
“En lo que se refiere a mi creación literaria, creo que es una consecuencia directa de mi actitud vital, porque yo no puedo explicar a un escritor comprometido con su país que simplemente tenga un compromiso teórico; yo creo que el escritor comprometido con su país necesariamente debe tener una militancia política, no una militancia de politiquería, sino una militancia política en el sentido de estar adherido teórica y prácticamente con una ideología, eso es militancia política…“.
Santiago, 1973. Septiembre. Golpe de Estado en Chile. El hacha de fuego del Pillán cae por tercera vez sobre la ciudad de Santiago. El fuego es el símbolo de la purificación y la limpieza, bien lo entienden los que temen la contaminación y quieren purgar lo que consideran no ya una enfermedad del cuerpo, si no del espíritu.
El mundo entero a través de la televisión francesa asiste a una imagen ominosa, jóvenes conscriptos militares arman pilas de libros en las calles de la capital, libros que prontamente son quemados hasta las cenizas. “Un libro en manos de un vecino, es un arma cargada” se lee en Fahrenheit 541. Julio Cortázar escribiría años después:
“(…) cuando la Junta de Pinochet quemó millares de libros en las calles de Santiago, estaba quemando mucho más que papel, mucho más que novelas y poemas; a su siniestra manera quemaba a los lectores de esos libros y a quienes los habían escrito“.
Bruselas, 1975. Enero. Finalizan las sesiones del Tribunal Russell II instalado con el fin de investigar actos de represión estatal en Chile, Brasil y otros países Latinoaméricanos. Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Armando Uribe participan como miembros. En sus Memorias para Cecilia, el iuspoeta recuerda:
“En una de las sesiones, cuando una víctima declaraba sobre las torturas en Chile, relatándolas con detalle, confieso que no pude (fue mi única flaqueza) soportar su testimonio. Ilustraba la barbarie que imperaba en mi país. Le anuncie al presidente Lelio Basso que me levantaría un momento y salí a fumar en el corredor contiguo. Al minuto apareció Julio Cortázar y me dijo: «Tampoco pude soportar estos espantos. Esto es peor que la novela de Mirbeau, el escritor de principios de siglo francés, El jardín de los suplicios, connotada justamente por la descripción de las torturas». Entramos de nuevo y seguimos con nuestra función de conciencia“.
Una vez más: ¿Por qué un escritor no puede ser solo un escritor?
Don Armando se enojaría si cualquiera pusiera palabras en su boca, pero yo sé que al menos él diría que esto es cierto: Leyes y poesía son cosas de palabras. Y sé también que García Márquez entendía la relevancia de este tipo de dicotomías, o bien el poder de la palabra o bien la palabra de poder. Que le pregunten el Coronel Aureliano Buendía.
México DF, 1975. Febrero. Editorial Novaro publica el episodio N° 201 de Fantomás titulado “La Inteligencia en Llamas”, el título alude al poema ya citado de Gorostiza. En esta historieta, la literatura universal afronta el peligro de la aniquilación: las bibliotecas arden bajo el fuego, las obras maestras de los grandes escritores son alimento de las llamas y los incunables son robados o destruidos sin que nadie sea capaz de impedirlo. Editores y prominentes figuras literarias comienzan a ser amenazadas de muerte si siguen publicando nuevos libros: Octavio Paz, Umberto Eco, Susan Sontag y Julio Cortázar son algunas de las víctimas de esta ola de biblioterrorismo global.
Fantomas hará gala de todos sus recursos para llegar al fondo de este asunto. Descubre entonces a una banda de millonarios que desea borrar todo libro sobre la tierra para evitar la contaminación de la humanidad. Satisfechos de sus maldades y creyendo que han logrado sus objetivos, se inmolan con el mismo fuego abrasador que consumiría las grandes bibliotecas. Fantomas, por supuesto, logra escapar.
Aquí tenemos dos enunciados fáciles de romantizar: los libros son invención del diablo; la escritura es una enfermedad. No voy a afirmar ni contradecir una ni la otra. Recordar la pistola sobre la sien de Arguedas me parece inconducente, también la abulia de Vargas Llosa al perder la presidencia contra Fujimori.
A Cortázar no le gustó este final. A mí tampoco me gusta. Equiparemos pues la balanza, pongamos -junto a Oscar Wilde- la enfermedad allá afuera, en el mundo:
“Los libros que el mundo llama inmorales, son libros que muestran al mundo su propia vergüenza”.
París, 1975. Cortázar recibe una sorpresa, una historieta mexicana basada en un personaje francés, un pulp de aventuras donde de pronto se ve retratado en colorinches rojos y amarillos entregando claves relevantes para la resolución heroica del caso.
“En ese momento me llegó de México un cómic, me lo enviaba un amigo, diciéndome: mira, cuando un escritor entra como personaje en un cómic, eso ya es la celebridad mundial. Me lo hacía como un chiste […] y me hizo mucha gracia verme como personaje de un cómic. Pero en ese momento pensé un poco más, y dije, si esta gente me ha utilizado como personaje de un cómic sin pedirme permiso, ¿por qué yo no voy a utilizar una parte de este cómic sin pedirles permiso a ellos? Creo que tengo ganado el derecho moral.”
Armando Uribe no miente, dios lo guarde, pero tal vez exagera el alcance de sus palabras cuando dice:
“Este es el país (un lugar común lo que les voy a recordar) único en el mundo según los extranjeros -yo tampoco me he encontrado en otras partes con lo que pasa aquí, en la ciudad de Santiago-, en que ¡en las calles se venden (como pan caliente) el Diario Oficial y las leyes de la República!”
Poesía, ley e historieta, todas palabras de poder, todo poder de la palabra requiere difusión y distribución. La ley se entiende conocido por todos – es una ficción, no una presunción, vaya cosa. Letra muerta no es solo una buena metáfora. Cortázar entiende que proclamaciones oficiales o hermosas ediciones empastadas dificultan la movilidad de la palabra y que nadie sabe nada sobre el Tribunal Russell II. Imagina entonces que si él ya ayudó al enmascarado, es hora de que el enmascarado lo ayude de vuelta. No es tiempo ya de las librerías, es tiempo de los kioskos:
“Eliminé todo lo que no me interesaba, guardé algunas de esas imágenes, y escribí una historia, que es una nueva versión de lo que realmente pasó, en donde Fantomas, en definitiva, al ir a liquidar a una sola persona, está cayendo en la trampa, porque ese genocidio cultural no es la obra de un loco, es la obra de todo un sistema, que yo llamo el imperialismo norteamericano, que en América latina hace todo lo que puede para asimilarnos a su estilo de vida, a su manera de pensar, y en última instancia, a su american way of life, a su manera de entender el mundo, que es un sistema capitalista, imperialista, que tú sabes muy bien que no es mi sistema ideal, ni la vía que yo pienso que tiene que ser la de América Latina. Entonces escribí ese texto, intercalando las aventuras de Fantomas, pero cambiándole el sentido, y en última instancia incluí la sentencia del Tribunal Russell. Y le pedí al editor que publicase eso imitando lo más posible una de esas pequeñas revistas de comics, y que, en vez de venderlo en las librerías, lo vendiera en los quioscos. El resultado fue que 60.000 mexicanos leyeron eso en dos meses, y que eso se distribuyó, hasta donde se podía distribuir, en América Latina”
Excelsior publica el mismo año, en el mes de junio (!!!) “Fantomás Contra los vampiros multinacionales. Una Utopía Realizable“.
En realidad, fue una irrealizada utopía. No fueron 60.000, se publicaron 20.000 ejemplares en papel couché de alto gramaje, lo que encareció evidentemente su costo y circulación. A pesar de su extraordinario génesis, es apenas considerada una obra menor dentro de los estudios cortazianos y -algunos reclaman- es excesivamente panfletaria.
Buenos Aires, 1984. Cortázar ha muerto. Borges escribe entonces:
“Julio Cortázar ha sido condenado, o aprobado, por sus opiniones políticas. Fuera de la ética, entiendo que las opiniones de un hombre suelen ser superficiales y efímeras”.
Borges, es Borges.
Santiago, 2018: Termino esta recolección de hechos tratando de recordar la postura de Roberto Bolaño pero solo encuentro esto: “Decir que estoy en deuda permanente con la obra de Borges y Cortázar es una obviedad”.
Me jacto de mi buena memoria pero en mi mente tengo unas frases difusas como “Los temas son pocos, 4 ó 5, lo que importa en literatura no es el fondo, es la forma, yo en ello, sigo a Borges”.pero ¿dónde le escuché decir eso?. Y luego: “siempre quise ser escritor de izquierda, pero los escritores políticos de la izquierda me parecían infames”. Cortocircuito, ¿estaré recordando apropiadamente?, ¿no es 2666 la gran obra de denuncia sobre el mal y la violencia latinoamericana?, ¿cuál es la diferencia entre exponer y denunciar?
Pero más importante aún ¿el legado de Cortázar se salva por el uso de la forma? y entonces, ¿el escritor es, aun contra sus propios deseos, solo un escritor?
Creo que importa poco, ahí sí recuerdo bien a Bolaño:
“Al poder no le interesa la literatura, al poder sólo le interesa el poder”.
Qué más se puede decir.
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