CALDO DE PAPAS CON QUESO SONORA por Karla Michelle Canett



CALDO DE PAPAS CON QUESO SONORA

Hoy fui al tianguis y no compré nada. Solo caminé, vi los puestos y recordé a mi abuela. Ella amaba ir al tianguis. Cada martes iba a comprar frutas, verduras, chorizo, queso. Ella decía, voy al tianguis, me hace falta chorizo ese que es casero. Luego iba al tianguis. Después nos decía, vengan a desayunar, hice chorizo con papas, pero del chorizo bueno, del chorizo casero que vende el señor del tianguis, también tengo queso del de rancho. Se sentaba a desayunar, se servía un vaso repleto de hielos y lo llenaba de Coca-Cola, sin importar la temperatura que hiciera afuera, sin importar el mes o año. 
Luego ya no decía, voy al tianguis, ahora decía, acompánenme al tinguis, y la acompañaba, no siempre, casi nunca, porque la escuela, el trabajo. Mi mamá me decía, ándale, cuando salgas temprano, cuando tengas tiempo, lleva a tu abuela al tiaguis a que compre frutas, verduras, chorizo, queso. La acompañaba mi tío, algún primo, quien sea porque ya no podía ir sola. Después me decía, mija, tengo cita en el seguro, y yo le decía, no se preocupe, yo la llevo. Me despertaba temprano y la llevaba, no siempre, a veces, cuando tenía tiempo. Pero cuando la llevaba al seguro, el médico me decía, EPOC, su abuela tiene EPOC. Yo le preguntaba, qué es EPOC. Mi abuela respondía, algo de los pulmones, siempre me lo dicen. Y el médico añadía, sí, Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica. Yo le preguntaba, qué es eso. Él me contestaba, esto no se cura, solo se trata, vamos a hacer lo posible para que su abuela esté mejor; señora, deje de fumar, deje de tomar bebidas frías. Mi abuela no decía nada, porque llegaba a la casa y se ponía a fumar y a leer El Vaquero acompañada de un vaso repleto de hielos que llenaba con una Coca-Cola. Yo le decía, abuela, el médico fue muy amable. Mi abuela siempre contestaba, pues es que estás rechula, mija. Nunca supe si los médicos jóvenes del seguro, que seguramente eran internos, también eran amables cuando no era yo quien llevaba a mi abuela.
Mi abuela también nos decía, hice caldo de papas con queso, vengan a comer. Era el mejor caldo de papas con queso que he probado en mi vida. Pero después empezó a decir, si quieren caldo de papas con queso tienen que traerme del queso que vende el señor del tianguis. Así que era más probable que hubiera caldo de papas con queso los martes en casa de mi abuela que cualquier otro día. Si decías, abuela, haga caldo de papas el viernes, ella contestaba,sí pero tienes que traerme el queso el martes del que venden en el tianguis. Era el mejor caldo de papas con queso que he probado en mi vida.
Tengo cita en el seguro, mija, tengo que ir a firmar pa´que sepan que no me he muerto y me sigan dando la pensión. La llevaba, yo, mi tío, mi mamá, alguien. Siempre decía, mi viejo hasta de muerto me sigue manteniendo. También decía, ándale, mija, ve a sacar dinero de la tarjeta y tráeme queso, chorizo, papas del tianguis. Una vez le llevé del queso que no era y me dijo, qué queso tan malo, con este no va a salir el caldo. No hizo el caldo, se comió el queso con frijoles. Abuela, le decía, pero yo lo noto igual. Tú que vas a saber, el otro está más salado y no se desbarata cuando lo echas al caldo. Era verdad, este se desbarataba. Échele panela, abuela, ese no se desbarata. Qué panela ni que nada, me decía.
Soy una hija de la tiznada, decía mi abuela, porque mi papá debió haber sido Tiznado, no Sánchez. Pero allá en Sinaloa, la gente hace sus cosas sin que se enteren. Entonces yo también sería una hija de la Tiznada, le decía. Sí, mija, tú también. Una vez se sintió muy mal en pleno julio y yo estaba de vacaciones de la escuela, del trabajo, y la llevé al seguro. Después de dos horas de esperar a que nos atendieran, mi abuela no se sentía tan mal, pero me dijo, ándale, acércame a recepción, qué tanto tardan, uno se muere aquí esperando. La acerqué y le dije a la mujer de ventanilla, tenemos dos horas esperando, mi abuela se siente mal. La señora de recepción se levantó de su asiento para ver a mi abuela que estaba en silla de ruedas. No puedo respirar, dijo mi abuela. Ya que la señora fue a pedir que dejaran pasar a mi abuela, mi abuela sonrió con complicidad. Otra vez un joven médico, seguramente interno, me decía EPOC, su abuela tiene EPOC, esa tos no se le va a quitar, tiene que dejar de fumar y de tomar bebidas frías, señora. Mi abuela alegaba, cuando me ahogo no puedo respirar, eso no me pasaba antes. El médico solo decía, tiene que respirar despacio, sus pulmones están cansados.  
Mi abuela, leía, fumaba, tomaba soda en un vaso repleto de hielos y cocinaba. También jugaba a las cartas. Después de la embolia ya no fumaba, ya solo caminaba con una andadera, pero decía que ella no podía estar sin hacer nada. Ándale, mija, ven a comer, yo siempre hago comida. Solo si me deja lavar los trastes, abuela, le contestaba. Y no me dejaba, que dejes ahí, yo no tengo nada que hacer, me gusta lavar los trastes. Yo le decía, yo tampoco tengo nada que hacer. Ella me decía, tú sí, mija, tú tienes la escuela y el trabajo.
Luego le dije, abuela, me voy a Madrid y ella se puso muy feliz. Una vez, mija, me decía, yo iba a ir a España con tu abuelo, le pagaban el viaje y él no quiso ir. Y eso por qué, abuela. Pues ya ves, tu abuelo, mi viejo. Pero también me advertía, pobre de ti que regreses hablando como los gachupines. Claro que no, abuela, solo son un par de meses, le decía. Ella no lo supo pero sí regresé con dos o tres palabras de los gachupines. Mi abuela me preguntó, cuándo te vas, mija. En unos días, abuela. Ella me dijo, te haré un caldo de papas con queso, pero tráeme del queso sonora que vende el señor del tianguis, quién sabe, tal vez sea tu último caldo de papas con queso. Y yo le dije, ay, abuela, no diga eso, no diga esas cosas. Y ese fue el mejor caldo de papas con queso que he probado en mi vida. 
Llegó el día y me despedí. Cuándo regresas, mija, me preguntó. En julio, abuela, le dije. Pues despídete bien de mí porque quién sabe si siga viva cuando regreses. Ay, abuela, no diga eso, no diga esas cosas, le dije. Solo ella sabía cómo se sentía. 
Me fui y a los meses papá me dijo, hija, ora por tu abuela, se siente muy mal, está internada en el hospital. Pero yo hace mucho que no oraba. No sabía qué orar. Le decía a papá, yo quiero estar allá, ya no quiero estar aquí, yo quiero estar allá con ustedes y mi abuela. Y mi papá decía no, tu abuela quiere que termines y aprendas mucho, eso hubiera querido tu abuela. Entonces supe que la iban a desconectar porque ella siempre decía que no quería estar llena de tubos. Los médicos solo iban a dejar que se despidieran. Y yo le decía, papá, ya no quiero estar aquí, quiero estar  allá, quiero estar allá con todos ustedes. Y papá me decía llorando, no, hija, tu abuela quiere que terminas tus cursos, tu abuela no quisiera que dejaras la universidad, tu abuela está feliz de que estés allá. Yo me quería despedir de mi abuela. Mis hermanas me llamaron cuando entraron a despedirse y decían, abuela, es Michelle. Pero mi abuela ya no podía hablar. Solo escuchaba su respiración, agitada, tratando de balbucear unas palabras. Y yo le dije, abuela, cómo está. Qué pregunta tan pendeja. Y mis hermanas me decían, no puede hablar, no hagas preguntas. Así que solo le dije, la extraño mucho, abuelita, la quiero mucho.
Hoy fui al tianguis y no compré nada. Solo caminé, vi los puestos y recordé a mi abuela. Ella amaba ir al tianguis.



Karla Michelle Canett. Mexicali, 1993. Docente y narradora. Estudió en la Facultad de Pedagogía e Innovación Educativa de la UABC. Se animó a escribir hasta que terminó la universidad. Actualmente da clases en el área de Humanidades a nivel preparatoria, toma clases de francés y cursa una maestría en Lenguas Modernas. En redes sociales es más divertida de lo que muestra esta triste semblanza

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