Poemas de Gabriela Vargas






Cambiar de una palabra como se cambia de una casa


Los techos están rotos- contamos
en la noche, los espejos son mudos- dijimos.
Estamos enfermos, nocturnos, los límites son la pendiente.
¿Cuánto realmente ha herido la espada? ¿Cuánto dura la profundidad de la herida?
Los límites asustan las palabras, los límites no guardan el silencio.
El silencio también arde.
Límites, la fiebre es esta, la fiebre es, está intacta.
La palabra es un contagio, la palabra de la derecha se extiende, cambia, se vuelve igual a la otra.
Ex palabra: un sonido.
Post palabra: un sonido.
Sub palabra: un sonido.
TOP palabra: un sonido.
Partida, la lengua parte, partida la lengua instrumento
corre.
La parálisis esconde un sonido, viaja como una espada
de herida en herida.
Entonces, la lengua se parte:
síncope.
La herida se detiene en el silencio.
Lo aísla. Isla de miedo, el silencio.
En blanco…
El silencio es un sonido deforme, el comienzo de la herida, la luz cicatrizando la cortada, volviéndola noche, la noche volviendo como el pasado, el pasado partido en la lengua, parido en una palabra, en mi voz.
La voz dice: “el sonido”.
La voz dice: “hoy nacerá de mí una palabra”.
Mi espada, mi voz encendida. Mi voz es un arma en la noche.
Mi voz es el límite entre herida y herida.
Mi voz enterrada en el sonido.





Documental Siniestro de un cine vacío en un invierno imaginario


Hablar es a veces una enfermedad.
Es a veces y “A VECES”  no tiene síntoma hasta que el viento se tuerce.
ERES, a veces, ¿ERES?
Todos estos simulacros de muñeco tarareando un poema encima de una cuerda floja.
Como tu lengua: FLOJA.
Todos estos ademanes de parecer un puesto en una sala en la que llueven dientes.
De pared a pared, colmillos, dientes,
de un techo a otro techo que se vuelve tu calle, tu vía
en medio de los libros que hoy se ven como nueces de corazones podridos.
Palabras que se congelan sobre tu calle fría como brazos vacíos.
Fría como los tenedores violentando mi boca de pájarocometa que migra
para congelarse antes de llegar a tu puerta y volverse un sueño de porcelana
EN EL QUE ERES UNA COPA Y TE ROMPES.
Fría como una bailarina que mira un volcán frío y su memoria de nieve,
pero aún no conozco la nieve: EXPLICO.
Aunque me parte el frío de una palabra: EXPLICO.
Aún no conozco - aunque sí me parte – aunque sí me abismo – aunque SÍ.
Entonces explico nieve.
Entonces:
cientos de polillas blancas salen mojadas de alcohol, de mi lengua mojada de alcohol
para inundar la catedral de una mentira y toda su arquitectura y la trilogía sobre un film,
sobre dos o tres o cuatro, a ti te gusta el 10, que sean 10 personajes, entonces
que se reinventan en un falso documental,
un falso guión derritiéndonos la cama.
ENTONCES: EXPLICO LA ENFERMEDAD DE LA NIEVE.
A veces se enferman las palabras, a veces sueñan con un muñeco de nieve
que se mete en mi nariz y me hace salir del cine, ir al baño y cerrar la puerta.





Mi habitación fue una cuerda de violín

a  R. Murillo

Gipsy boy con un violín dibuja un vaso de leche azul estrella,
ahoga una canción, la sumerge, líquido exprimido de un párpado recién nacido:
no vuelvas a llorar que los barcos de papel se derriten y se convierte en compases mudos,
no vuelvas a llorar que soy un cementerio de portal,
claves rotas de sol y fa cosiendo el aullido de un puente inclinado.

Entonces un eco dice:
Si Gipsy boy conquista su habitación, dejaremos una cuerda bucal que siempre dirá tu nombre: “Blanco” se volverá un acorde.

Si Gypsy boy conquista una escalera caracol, dejaremos una cuerda para sostener erguida la puerta para protegerlo de un huracán de papel-cuchilla.

Si Gypsy boy conquista la mitad de la cama, dejaremos que Heidegger se convierta en una cosa, caja campana cosa, que lo despierte abrazado al hueso que escribe este poema.

Entonces el violín patina y el joystick controla las ventanas, las cierra dejando un muro repleto de cigarras para que no entre la luz, para que no se acabe el decir:
“es la noche y la noche destruirá el reloj”.
Entonces, el sol quema las cigarras, entonces, entonces, suena manecilla-movimiento y ya fue mañana.
Gipsy boy está triste, gipsy boy ahora toca un blues.





Esto encima de ti no es una casa

Si la ciudad tuviera una cima o una orilla,
Podríamos dejar dentro de los portales ofrendas de insectos,
Esos que estaban tan tristes, esos que cantaban para que el calor los sofoque.
Si al menos hubiera una curva, una vía cerrada, una calle sin salida,
tendríamos donde dejar los abrigos, los abrazos,
los cuentos de alcoba, podríamos morir caminando.
Los portales son dientes cayéndose de mi boca.
Un imperio construido hacia arriba es inalcanzable.
Un hombre sin casa solo mira hacia el frente.




Una cuestión de perspectiva: el cielo de Quito


Si la bitácora de una noche
en la que se duerme ocho horas reglamentarias se escribiera,
podríamos dividirla en las siguientes partes:

1. La inmovilidad es una sábana invisible.
Hay plumas asentándose sobre un desierto blando,
entonces mi cuerpo prepara un tiempo muerto.

2. Si un sueño empieza con tres gatos mirando a la nada,
un grito se hará libre: mis dedos abrirán una ventana.

3. 3:33 es la hora más oscura de la noche,
me dijiste mientras veíamos acribillar a un hombre de gas propano,
un hombre mechero que acaricia el último cigarro envuelto en papel cometa.

4. Tengo un nido de pájaros que robé de un árbol de piedra,
tengo un pico partido, tengo la pata rota de un animal que dijo que mis ojos estarían para siempre cerrados, que mis ojos serían un perro negro.

5. Tengo miedo, veo como se desnuda un ropero con forma de cuervo.
Así he visto mi ropa envejecer ante la luz.
¿Y si el miedo es quedarse dormido?

6. El sueño es una hoja en blanco
y un crayón de humo que dibuja a un niño mintiendo sobre la lluvia.
Mi almohada es los tejidos convertidos en silencio.
Un pájaro amarillo ya no canta, entonces sueño con mi primera víctima, entonces sueño con la pregunta que no me deja dormir.




Al amanecer, estos no son mis platos


Cuando dejamos una luz sin nombrar, sin dirigir
y un ángulo mide la inmensidad de un rincón
un árbol se desviste, un árbol es una aguja.
La luz nos bautiza, nos dice.
Los amigos son unos cuantos días en el calendario: estás solo.
Los amigos siguen el fluctuar de las veredas.
Y si acaso vives lejos: estás solo.
Si entre un montón de paja hallaras un hermano, éste se irá
cuando termine de dictar lo que de ti dice el espejo.
Y entonces usaremos la luz, haremos una casita con las manos
para olvidar que una vez abrimos los ojos.




Gabriela Vargas Aguirre (Guayaquil, 1984). Mención en el V Premio Nacional de Poesía Joven Ileana Espinel Cedeño. Ganadora de los Fondos Concursables del Ministerio de Cultura y Patrimonio 2016 – 2017 con los que publica su primer poemario “La Ruta de la Ceniza” con la editorial ecuatoriano – argentina “La Caída”. Participaciones: Feria Internacional de Quito en los años 2012, 2015 y 2017, Festival Desembarco Poético (Guayaquil 2013, 2014, 2015), VI Festival de Poesía de Lima, Festival Latinoamericano de Poesía Tea Party en Chile, Festival Otra Orilla (Guayaquil; 2015 y 2017),Primer Feria del Libro Independiente de la Universidad San Francisco de Quito (2017) y el festival Kanibal Urbano (Quito; 2018). Publicaciones: Memorias del Festival Internacional Desembarco Poético (Rastro de la Iguana; 2012, 2013, 2014), Bandada: Actualidad de la Poesía Ecuatoriana (Campaña de Lectura Eugenio Espejo; 2014), Mujeres que Hablan (Dirección de Cultura de Pichincha; 2015), Antología del Tea Party, Muestra Dinámica de Poesía Latinoamericana (Cinosargo; Chile 2016). Otros textos suyos aparecen en editoriales cartoneras de Bolivia, Perú, Ecuador y México y revistas digitales e impresas.


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