Tinogasta
Quisiera ponerle palabras a este color
el sol del amanecer en el adobe
de las casas al costado del camino
con el gusto a mate recién hecho
en el primer asiento del colectivo
donde no viaja nadie más que nosotras
y el colectivero sube el volumen de una chacarera
y me voy, nos vamos, sintiendo
bien
bien, bien.
Amaicha
Nos encontramos a la altura
del primer farol desde la esquina.
Era tarde y el altoparlante
de la feria ambulante aturdía
con la Canción del Adiós.
Ella me llevó un peluche
del kiosco donde robó el vino
que abrí y tomé con el conserje:
un pibito que me aconsejaba que la deje
y hablaba como si fuera
un varón. Después caminamos
una para cada lado
sin saber que esa noche
en la escarcha del patio
iba a gritar mi nombre.
El cuello roto de la botella en la mano.
Molinos
Un lugar feliz, dijiste.
¿Qué esperabas
de un lugar? Los lugares no son
felices ni tristes, una llega y
se acomoda, como puede, se adapta al clima
a la distancia
que la separa de la despensa
más cercana a la habitación caliente
se toma una cerveza helada, anota
cosas en un blockcito, y se va
mirando por la ventana del colectivo
los cardones nevados al costado
del camino de tierra que cortan
las cabritas. ¿No es esto acaso un atisbo
del viaje al lugar al que nunca
llegamos, que tanto pretendimos
nombrar como si existiera? ¿O creés
que la felicidad es una cama
una mesa que no compartimos
en una habitación de la que
nos hubiéramos llevado el cenicero?
Buenos Aires
Me quedé ciega en la pista de Amerika.
Bailaba con un mejicano
que había rebotado mi amigo
antes de irse con uno que le hizo la billetera.
Este es el final, pensé, a oscuras.
En la enfermería tomé un poco de Sprite.
Las voces alrededor decían crisis
hipoglucémica y mi cerebro revelaba
ante el sonido de la esdrújula
una mancha luminosa.
Lo primero que vi fue a uno de seguridad.
Me filmaba como parte
de la no sé qué reglamentaria.
La enfermera preguntaba
cuánto tiempo había pasado
desde el último sólido ingerido.
Salí sola, en el kiosco de enfrente
compré un Guaymallén de fruta.
Después, viajando en el 129 pensé en vos
por un papel que encontré en el bolsillo:
ahí me di cuenta que había perdido las llaves.
Y que iba a tener que llamarte
de madrugada, como esa vez
que me era imposible sacar el pie de la bota.
Lima
Estamos en la edad en la que ya podemos
imaginarnos viejas, por la avenida Camino Real
en taxi, llegando tarde al teatro
pongo la mano al medio del asiento
siento los dedos de Ana sobre mis dedos
el auto rodea el monumento del Angel Miguel
a la luz de carteles de cines
y centros comerciales, las caras cambian de color
el taxista mira por el retrovisor las manos
apretadas como las de dos nenas con vértigo.
Andrea López Kosak, Bahía Blanca, Argentina 1976. Publicó: Bailar sola, colección Chicas de bolsillo EDULP 2005; La Tarea, Manual Ediciones 2011; Le dan hueso, Cinosargo Ediciones 2012; Leva, Editorial Literal 2014; Indor, El ojo del mármol 2015. Estos poemas pertenecen a un libro aún en proceso de escritura.
0 Comentarios