Hacia una afirmación de la poética: Presentación
de Inscripción de la deriva, de Ismael Gavilán
Por Carlos Henrickson
En esto,
esta situación, hay una incomodidad obvia para el que conozca de rituales
literarios. Hablar sobre los ensayos de Ismael Gavilán (Valparaíso, 1973), me
impone esa molestia vaga que se tiene al intentar determinar las dimensiones
precisas de una habitación en que se dispone más de un espejo: es hablar sobre
alguien que habla sobre poética, y esto desde alguien que también habla sobre
poética, y para más abundamiento, se trata además en nuestro caso de dos
escritores de poesía (arte que, se sabe, no es para nada lo mismo que la
actividad reflexiva que se deja revelar como poética). Se trata de un ejercicio
que, más allá de la esperable repetición literal que yo haga en esta
presentación de varias ideas que Ismael expresa en estas 214 páginas, impone
dar a entender en primer lugar por qué estoy usando este sustantivo sutilmente
impreciso de poética.
Esto es, una
actividad reflexiva en cuanto obliga a detenerse en cuanto hay de reflejo
en la reflexión; comprender que la poética no se funda sobre el suelo seguro
del análisis lingüístico o sociológico, y que también guarda su distancia -nada
respetuosa, más bien con el peso incómodo y siempre políticamente incorrecto de
la mirada aristocrática que recuerda Ismael en el epígrafe de Eliot que
antepone a la selección de ensayos-, su distancia, digo, con respecto a lo que
se entiende, de buenas a primeras, como la crítica literaria hija del
periodismo moderno y que se impone como mero canal de información y promoción
entre la industria editorial y los lectores posibles. La poética llega a
sentirse y asumirse a sí misma, ante el escenario cuantitativamente determinado
en su extensión, profundidad y flujo que es la crítica literaria, precisamente
desde lejos, desde el soliloquio o la capilla de los que habla el epígrafe,
cuando no desde la charla en los minutos previos o siguientes, irrecuperables
por la historia, a la pose en el rincón de la mesa de Henri
Fantin Latour, o incluso desde el ahogado silencio de Hölderlin en su encerrada
Umnachtung. Más que una práctica, la poética se hace casi un modo
del pensamiento, en que el lenguaje se desea ver y comprender a sí mismo a
través de una conciencia racional que se va haciendo más débil en la medida en
que las contradicciones de una especie de gradual bomba estética van aflorando.
Así comprendo que la deriva de este libro no es un título fantástico o
ambicioso, sino que sumamente preciso: el seguir los tropiezos de un objeto que
en nosotros sabe revelarse como constituyente y operativo, interno y ya no puesto-al-frente,
ya no objeto, requiere una habilidad de entender que hace falta una cierta
inconciencia en el paso hacia este entendimiento, trágica en la medida en que sabemos,
absolutamente, que en esto o no hay verdad alguna, o bien existe y se
constituye solo desde un incesante ocultamiento.
Ismael muestra
en Inscripción de la deriva (Viña del Mar: Altazor, 2017) esa
habilidad que distingue al pensar poético, una extrema flexibilidad dialéctica
que permite asumir ese rastreo que solo se encontrará con posibilidades
relativas, con perspectivas determinadas y delimitadas: una linterna dirigida
que ilumina perfiles de un escenario cuya dimensión total nos será siempre un enigma,
en una media luz que no admite la iluminación artificial del expertísimo
administrador de tablas y telones, y menos el switch eléctrico y a distancia
del boletero, calculador y práctico. Asumiendo el riesgo de la deriva en ese
rastreo, el poema acá es entendido con toda la plena crisis que implica en
cuanto entelequia verbal e imaginaria. Para quien sabe ver, esta es una
contradicción en forma que bien sabe acceder a la existencia con buena salud y
tan viva como nosotros mismos. Es inevitable desde aquí comprender que la
poesía moderna trae esto aparejado: un momento auroral, que desde el escalofrío
y el pasmo ante esta paradójica entelequia puede pasar a la comunicación fértil
e incluso al descubrimiento de un nuevo modo de producción, que en la medida de
su afectivo e íntimo desarrollo, bien se hace re-producción de sí, creanza
y crianza homóloga a una alquimia que tendrá entre las páginas de su libro,
junto al inquietante doble rimbaldiano, la contemplación y conformación
mallarmeana del poema como ente autónomo.
Ante una
mareante postmodernidad que ha confundido cada término que se le pone por
delante, corresponde asumir que es la poética especulativa y operativa de la
que hablo, la que aun conserva su actualidad en una fértil tradición plena hoy
de nuevos horizontes de lectura, precisión esta que neutraliza el apelativo de caduco
que acaba correspondiendo más bien a los fenómenos más visibles, públicos,
refulgentes y rentables. La escritura crítica de Ismael es, en este sentido, en
cuanto poética, plena de actualidad y vigencia en un momento especialmente
vergonzoso de mercadito poético, en que las vitrinas más populares -¿podríamos
decir democráticas siguiendo el epígrafe de Eliot?- pasan entre
jeremiadas grandilocuentes, narcisistas, psiquiátricamente perversas y
malintencionadas sobre el fin del arte o de la poesía, el uso del metro poético
como una tintura superficial para dignificar agendas políticas, y de refilón o
más bien al fin de todo, las finanzas personales, o la eternamente caduca
efusión dizque espontánea de almas que en la brutalidad de sus obras no
muestran ni pureza ni espontaneidad en la raíz misma de su voluntad de
escritura, y por lo común, mucho menos la más mínima sanidad mental. La
disciplina poética presente en este libro es, en este sentido, un signo de
salud, y especialmente en las áreas en que ha deseado -no exclusivamente-
concentrarse Ismael: una generación literaria y el ámbito de la provincia.
En cuanto a la
generación del 90, a la que el autor pertenece, su privilegio es más marcado en
la medida en que los nombres no corresponden ni a la primerísima línea ni a
alguna pretendida base fundacional de
dicho corte histórico, opciones que permitirían asentar la deducción de reglas.
No, más bien los autores son escogidos desde su precisa particularidad, desde
-me atrevería a decir- el personalísimo asedio al que responden. De algún modo,
la mirada de Ismael nos representa al ejercicio poético como uno de íntima
resistencia, de una revelación que puede rebelarse ante condiciones de
excepcional riesgo en un tiempo de desilusiones y de disoluciones; y
bien posiblemente el privilegio de su -mi, también- generación, planteando su
lugar, su configuración y sus posibles determinaciones polémicamente en la
parte IV, este privilegio, digo, se debe a una especialísima coyuntura
histórica y cultural que no deja en Inscripción de la deriva de ser
indicada -la llamada transición y todos los procesos de conciencia e
inconciencia popular y nacional que aun sigue trayéndonos esta entelequia un tanto
difusa y misteriosa-, una coyuntura que Ismael evita bien poner en un primer
plano que proyectaría problemáticas y procesos provenientes de otras
disciplinas, en los que confluye otro tipo de reflexión y de acción, cuyas
configuraciones estamos -todos- recién aprendiendo a imaginar o construir
después de la amable y desvergonzada imposición de discursos hegemónicos desde
todo el espectro ideológico. El diálogo fluido de nuestra poesía con las de
generaciones pasadas, la constante actualización de su huella en lo que hacemos
y una mirada generosa, son propuestas expresa o tácitamente en este libro como
vías significativas de autorreconocimiento de las poéticas en existencia y
ejercicio de conciencia y voluntad, vías reales, palpables y operativas para dejar
atrás -me atrevo yo a decir- la consciente corrupción de la escritura y el
imaginario literario nacional efectuado por la Concertación desde antes de que,
a través de un abierto pacto con el fascismo, accediese al poder político. Y es
en este marco en que entiendo el paradójico privilegio de la generación de los
90 como clave de lectura histórica, cuya gravitación me parece también sensible
en la sección III dedicada, en general, a libros de autores pertenecientes a
momentos posteriores.
Momentos posteriores
que no por estar más cerca al presente logran ocupar el centro pivotal del
artefacto llamado la poesía chilena, algo que a su vez
está ya tan lejos del poderoso flujo de poesía que se escribe en
el país. El saber comprender a estos nuevos autores, en su mayoría emergentes
al momento de ser escritos los artículos, en el no-lugar que la alta
administración cultural asigna a la creación de la provincia, es una virtud de
esta perspectiva crítica: me explico, son solo pequeñas señas y detalles los
que nos muestran su lugar geográfico, pero estos pesan en cuanto permiten un
plano inclinado que va a plantearse a Ennio Moltedo o Rubén Jacob como
influencias fundamentales, u obliterar hasta el silencio absoluto las
referencias supuestamente obligatorias a los valores de “primera línea” que se
dan por supuesto poco menos que científico como ineludibles baluartes de la
poesía chilena. Vuelvo a pronunciarlo en cursiva, ya que estas letras se
ven desde otro punto en las páginas de Inscripción de la deriva. El desde
del también cursivo pie de cada artículo, su ubicación geográfica, se
vuelve así particularmente revelador bien pronto en el transcurso de la lectura
del libro, modificando profundamente las coordenadas: no se trata de lo
nuevo, figura-vedette de lo objetual, quieto y disponible al flujo de
objetos, sino de aquello puesto-al-frente, vivo y moviéndose, el
poema que en cuanto escritura lograda no espera el esclarecimiento de la
escritura crítica, sino el eco de su voz, su ámbito de aire, una disponibilidad
de espacio más que de manos ocupadas y dispuestas a reproducir valor a
cualquier precio y condición. Esta escritura crítica, así, también se hace a su
vez autónoma, y en su cercanía a la gratuidad, se pone a la altura de su
objeto; volviendo a lo que decíamos, ya no es cualquier escritura, es una poética
sustantivada, disciplina en sentido propio.
Esta selección
hace más visible algo ya resabido, Ismael es uno de los nombres imprescindibles
en el diálogo que -virtualmente, ocupando esta palabra en su sentido legítimo-
está hace tiempo construyendo las bases de un nuevo horizonte crítico para la
comprensión de la escritura de poesía en nuestro país. Dentro del concierto de
esta búsqueda, las notas de Gavilán, en plena expresión en este libro, son
características imprescindibles: la capacidad de reconocer con sutileza las
modulaciones de la melopea, el mesurado juicio particular, cuidadosamente
expresado con una pudorosa reserva, por sobre la sentencia generalizada,
taxativa y doctoral, el tenaz rastreo a través de las distinciones de cada voz
por sobre su adscripción a aparatos teóricos vacíos. Este libro está destinado
a dejar huella en quienes se interesen genuinamente en el panorama múltiple y
en pleno y actual desarrollo, siempre difícil de fijar, de la creación
literaria de nuestro país al mirarlo desde más acá de la capital, esa atalaya
que solo marea y cree estar en el centro geométrico y magnético de toda
conciencia artística posible.
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