EXTRANJERÍA O LA SOMBRA DE CAÍN
Por Wenuan Escalona
En literatura, tal vez el modo arquetípico de llegar a ciertas metas, objetivos o destinos sea comenzar por lo opuesto: del infierno a la redención, de la fantasía a la realidad. Ulises, Eneas y Atreyu son algunos de los personajes de grandes relatos que han experimentado esta travesía elemental, y su propósito o el “asunto” –al decir del filósofo francés Michel Onfray– pareciera más uno mismo, el viajero, que otras singularidades. En este sentido, hay que entender al peregrino como lo contrario del turista, ya que este último, con un itinerario marcado por la satisfacción inmediata y prefigurada, nada profundo o revelador busca en la ruta. En cambio, el viajero es aquel inquieto incansable en busca de algo tan indeterminado como luminoso: él mismo. Incertidumbre frente a la mudanza por sitios diversos, la relación con almas dispares o la geografía de otros cuerpos, son piezas que, de encontrarlas, significarían avanzar en el aprendizaje propio.
Dentro de este contexto se mueve EXTRANJERÍA: un poemario de 27 poemas en los que Pablo Jofré, su autor, dialoga con esta tradición, no construyendo una epopeya rimbombante, sino que llevándonos a varios territorios donde el protagonista se deja herir por la separación y sus diversos significados. Su marca textual, la modulación entre verso libre y una prosa poética que en varios pasajes nos recuerda a una crónica de viajero. Este persistente recurso narrativo, no es extraño en la última poesía chilena, que tiene su expresión más reconocible en la llamada Novísima, algo que parece tener asidero, valga la especulación, en el prólogo del libro resuelto por Diego Ramírez.
Dije que Jofré se deja herir por la separación y sus implicancias, algo complejo, pues supone activar a la memoria como un dispositivo que nos ofrezca el suficiente contraste para identificar lo sustancioso de lo trivial, es decir, los tópicos. Dicho de otra manera, la memoria debe ser metódica, una especie de editora de todo el flujo de información que recibe: filtrar experiencias para que el recuerdo, por intermedio de la imagen, sea general, totalizante y la semántica escritural, por consiguiente, significativa. En este sentido, Jofré expresa ideas como el dolor de un brazo, el deseo por la piel, tibieza y frío. Lo sensorial, lo cutáneo afectado por la travesía de un territorio biológico: el cuerpo y sus desajustes, sus rasguños y picaduras, confieren primero y mejor las pruebas de este recorrido y surten a su discurso de un material imposible de soslayar.
Por supuesto, el entramado de esta EXTRANJERÍA, contempla la dimensión geográfica, un recorrido que voluntario o no, nos remite al relato de un autor frente a ciudades lejanas pero reconocibles. Lo interesante en este aspecto, es que el lector participa de las indagaciones del hablante, como si pudiera hacer girar un globo terráqueo en la medida que surgen los sitios, los nombres propios de estas zonas. El cuerpo y las historias nunca pueden disociarse del plano geográfico, sus coordenadas y características climáticas: una lluvia, un cerro o árbol, una dirección, una casa donde la carne tuviese una experiencia singular, serán llevados como un huésped placentero o doloroso en las selectivas habitaciones de la memoria.
El viaje es otra forma de rebeldía y cuestionamiento. Aquel sujeto que no posee domicilio fijo y opta por la errancia, tradicionalmente es visto con sospecha, miedo, se le margina por cuanto es relacionado con lo que está fuera de regla, de lo institucional, más allá de los muros de la ciudad, cobijado en la oscuridad de los bosques. Gitanos, zíngaros, tribus y nómadas guerreros son ejemplos claros. Pero también comerciantes, mercachifles y bandidos, donde, sin ir más lejos, en esta amplia zona de frontera cultural cuyo símbolo es el Bío-Bío, también tuvieron una cuantiosa presencia. El dios cristiano, de hecho, castiga con la errancia al hermano fratricida y es esa sombra, cuyo nombre es Caín, la que se asocia a lo distinto, al raro, también al artista, al poeta. Jofré, que hereda este cisma, nos plantea los deslindes de sus obsesiones, dolores y nostalgias escriturales: EGO, USTED, LA EDAD LIGERA Y BITÁCORA, las secciones de este libro, configuran el mundo a caminar, su propio Gólgota, donde transcurren reflexiones en torno al lenguaje a la manera de un arte poética implícita (pienso en poemas como “ensimismarse” o “yo, el poeta”). El sexo o el “murmullo homo-erótico” como lo plantea Diego Ramírez en el prólogo, también es otra estación donde se detiene el hablante y es, a mí juicio, el único momento donde se añora una guarida, un “querer yacer” y reponer fuerzas. Esto es relevante, puesto que, desde este domicilio circunstancial, se organizan nuevas trayectorias o se intuyen otras revelaciones, como la cercanía de la muerte. El poema LA EDAD LIGERA, da cuenta de ello y conforma, a mi juicio, el mejor texto del libro.
Hay una cosa, eso sí, que no puedo dejar de observar como escritor, pero sobre todo como lector, como lector del sur o como un lector mapuche del sur, para terminar la precisión, y tiene que ver con los sitios desde donde se despliega el imaginario de libro: la ciudad. Si bien es cierto se nos plantea un recorrido en varios niveles ya mencionados, todos parecen confluir en los pliegues de la urbanidad. Cabría decir en este aspecto, que, para dotar a esta experiencia de mayor fuerza, faltó una mayor observación del paisaje. Me hubiese gustado un dolor, una alegría, una dulzura más resuelta desde ahí, ya que lo diverso, como dice el mismo Onfray, persiste en el paisaje, no en lo urbano, que es la victoria de la homologación cosmopolita frente a la diversidad. En fin, tal vez esto quede resuelto, para quienes creemos en algunos gestos poéticos más allá de la palabra, en el propio itinerario de presentación de este libro, que considera distintas ciudades, personas y geografías de este país. Mucho aún desde donde enriquecer esta EXTRANJERÍA que vuelve a casa, pero que no olvida la sombra de Caín.
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