De qué hablamos cuando hablamos de novela negra
Magda Lago Russo
La novela negra surge en Estados Unidos en los años 20
y tiene como característica principal la comisión de un delito y el subsecuente
enfrentamiento entre criminales y agentes de la justicia. Aunque suele contener
algún tipo de crítica social, la novela negra no intenta proponer ningún tipo
de solución a las situaciones descritas, sino únicamente retratarlas. A
diferencia de una simple novela de crimen o policíaca, la
novela negra se distingue en que tiene toques góticos que le confieren una
atmósfera muy característica. De acuerdo a sus orígenes temporales y
espaciales, en un principio la novela negra solía tener por protagonistas
a gánsteres y detectives y situarse en el
contexto de la Gran Depresión y
la ley seca, en un ambiente urbano generalmente oscuro y sórdido en el que reina
la violencia. En
Estados Unidos, los primeros representantes del género fueron Carroll John
Daly, Raymond Chandler, Patricia Highsmith, o Dashiell Hammett (creador
de El halcón maltés). En la actualidad tenemos autores como son James M.
Cain, James Ellroy, o Philip Kerr, entre otros. En L.A. Confidential, uno
de los clásicos del género, se nos muestra una sociedad de tipos duros y
curtidos, difícilmente impresionables y con un sentido del humor bastante
cínico. Con el paso del tiempo, este género se extendió a Europa y
encontró el equivalente perfecto a la atmósfera oscura y deprimente de La Gran
Depresión en los paisajes helados y desolados de los países nórdicos. Así,
nombres como Stieg Larsson, Jo Nesbo, Camila Lackberg, Yrsa Sigurdardóttir
entre otros han destacado en el género noir europeo.
En La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina,
Stieg Larsson nos muestra el pensamiento del arquetípico narrador de novela
negra, un narrador en primera persona que nos permite acompañarle a través de
la resolución del crimen, pero que no llega a ser introspectivo:
La novela negra (en francés: Noir) o hard-boiled es, como la definió Raymond Chandler en su ensayo El simple arte de matar (1950), la novela del mundo profesional del crimen. Debe su nombre a que originalmente fue publicada en la revista Black Mask de Estados Unidos y en la colección Série Noire de la editorial francesa Gallimard, pero también al carácter oscuro de los ambientes en que transcurre, lejos de las casas señoriales que ambientaban las novelas policiacas típicas de la época. Otros prefieren la denominación de novela criminal. El término se asocia a un tipo de novela policíaca en la que la resolución del misterio no
es el objetivo principal y los argumentos son habitualmente muy violentos; la
división entre buenos y malos de los personajes se
difumina y la mayor parte de sus protagonistas son individuos derrotados y en
decadencia en busca de la verdad o, cuando menos, algún atisbo de ella. La novela negra presenta una atmósfera asfixiante de
miedo, violencia, injusticia, inseguridad y corrupción del poder político que
refleja las primeras décadas del siglo XX en Estados Unidos, cuando la crisis
económica desatada tras la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y la Gran
Depresión de 1929 da lugar a historias policíacas inspiradas por la entrada en
vigor de la ley seca (1920-1933) y el subsiguiente desarrollo del crimen
organizado y el gansterismo. Por otra parte, el desarrollo de la acción
es rápido, movido y frecuentemente violento, no tan intelectual e inquisitivo
como en la narrativa policiaca inglesa. Al contrario que en ésta, el crimen se
devuelve a los ambientes degradados donde se comete más frecuentemente y la
resolución del crimen no es un objetivo primordial, sino la elucidación no
explícita de su motivación moral. Tanto el detective como los criminales cruzan
a menudo la barrera entre el bien y el mal, pero el detective se muestra muchas
veces como un personaje fracasado y cínico que termina salvándose apenas por
los pelos al final merced a un rudimentario sentido del honor personal. La motivación o móvil de los crímenes es siempre
alguna debilidad humana: rabia, ansia de poder, envidia, odio, codicia,
lujuria, etc. Por esto aparece en los diálogos un lenguaje crudo, a menudo
callejero, y se da más importancia al desarrollo de la acción que al análisis
del crimen, aunque también importa una descripción naturalista y a veces
impresionista de la sociedad donde, más que nacen, se hacen los criminales junto
a una reflexión, casi siempre no explicitada, del deterioro ético. En Latinoamérica, han incursionado en
este estilo, entre otros:
Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, que bajo
el seudónimo "Honorio Bustos Domecq" publicaron varias colecciones de
relatos policiacos protagonizados por Isidro Parodi, un genio que desvela los
más enrevesados enigmas desde una celda de la cárcel donde cumple condena
Ricardo Piglia, argentino, con la
novela Plata quemada (1997). Basada en un caso real, el asalto a un furgón con
dinero bancario en el Buenos Aires de 1965. Destaca por la descripción de la
vida y personalidad de los delincuentes (con cierta amoralidad y extraña poesía),
y por el retrato de la corrupción en los altos estamentos argentinos de la
época.
Roberto Ampuero, chileno,
actualmente radicado en los Estados Unidos, cuyas novelas tienen como
protagonista a Cayetano Brulé, un pintoresco detective cubano afincado en Chile
y que, pese a tener muy pocos recursos, siempre termina haciendo bien su
trabajo.
Alberto Fuguet, chileno, que
también incursiona en el género de la novela negra, lo cual hace en Tinta Roja.
En dicha obra retrata a un aprendiz de periodista, que se ve inmerso en un
sinnúmero de casos escabrosos y, que de a poco va aprendiendo lo que es la
verdadera crónica roja.
Mercedes Rosende, uruguaya, la primera escritora de
novela negra en Uruguay. Su últi
ma obra:
“El miserere de los cocodrilos” Donde su trama está seguramente entre las más
complejas; encontramos el planeamiento de un crimen, la investigación al
respecto a cargo de una policía, una exposición de varios niveles de
corrupción, un personaje especialmente interesante (que viene de una novela
anterior de Rosende, Mujer equivocada, de 2011) y el trabajo destacable sobre
otros que cabe pensar como “secundarios”. Sólo por esto vale la pena proponer a
El miserere... como uno de los libros más recomendables del estilo novela
negra. De hecho, la relación entre esta novela y algunas corrientes
contemporáneas del género negro permite pensar en cómo cabe reescribir ciertas
tradiciones desde un lugar marcadamente local. La novela, en última instancia,
no sólo es llamativa por su excelente manejo de la narración en tiempo
presente, sino también, y sobre todo, por la construcción de su narrador y la
relación de este con lo narrado. Abundan, por ejemplo, los juegos con la
consabida cuarta pared, en los que el narrador adquiere cierto espesor en base
a la manera en que parece dirigirse al lector (“imagínense la sala de espera
del Juzgado Penal”). A la vez, ese narrador se vuelve particularmente llamativo
por la manera en que construye los personajes y por cómo parece declarar la
distancia (mayor a veces, menor en otras ocasiones) que lo separa de estos
(“cosas que Úrsula no hace jamás: bajar escaleras de dos en dos, arrepentirse,
correr”); por su manera de ceder el paso, o de fingir que lo hace, a la voz de
algunos personajes (“Úrsula soy yo. Tengo una montaña de traducciones
abandonadas al costado de la cama”, “Estoy sentada en el escritorio de mi
oficina, los auriculares puestos, la lapicera en la derecha”); por incorporar
discursos ajenos a la narrativa literaria (“Nota de prensa extraída de El
informante”); por modular narración y descripciones hacia un tono que por
momentos se asemeja al de un guion cinematográfico, y que establece también una
forma de complicidad o cercanía con el lector (“La escena que sigue es más bien
triste: día frío, apenas se ve gente”; “Madrugada. El amanecer se va filtrando
entre las cortinas del viejo apartamento, primero tenue, pálido, después con
ese resplandor de fuego de las primeras luces invernales”; “La escena es así: a
diez metros de la esquina”); por abundar en detalles técnicos, por ejemplo
acerca de armas y vehículos (“ametralladora M960, calibre: 9x19mm Luger, peso:
2,17 kg vacía, longitud abierta: 835mm”) en un nivel de pormenores que, sin
duda, instala en el lector una serie de significados que afectan no sólo su
percepción de cómo se le viene contando la historia, sino que parecen además
construir una suerte de imagen de autor, de digamos perfil o personalidad
literaria atribuible a Mercedes Rosende, como alguien que ha investigado hasta
ese nivel de detalle la realidad “real” del crimen.El miserere de los
cocodrilos es, entonces, una de las novelas más ricas -en recursos,
procedimientos y registros de escritura- esta obra de Rosende llama la atención
no sólo desde el contexto de la novela policial o negra escrita en Uruguay en
los últimos años sino también desde un panorama más amplio de la nueva
narrativa uruguaya.
Fuentes: Diario “La
Diaria” Ramiro Sanchiz. - Wilkipedia.
Magda Lago Russo.
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