Una escritura de develamiento
La cultura
artÃstica ha sido a través de los tiempos una operación de velamiento. Toda
cultura es un velo tendido sobre lo que hay enfrente: como humanos no podemos
ver sin haber sido inoculados desde el primer chispazo de conciencia con lo que
en nuestra tribu se querÃa que viéramos, sin ese velo que designaba y
delimitaba nuestra experiencia en un sentido común, social. El arte fue siempre
la forma más alta y distinguida de ese velamiento, como elaboración técnica de
los mecanismos que desde nuestra misma conciencia -en la que esta la de los
otros, la de los nuestros, la social- dictaban una dirección, una intención de
la mirada.
¿Cómo entender
el rol de un arte que descubra este velo? Este arte del más acá,
el desmontaje de un velo social que con el tiempo se ha hecho patrimonio
ideológico de las clases dominantes, ha sido una misión primordial desde que
ese mismo arte, como parte de una alta cultura que ha perdido su
rol sacralizado, descubre con pasmo que ya no tiene nada que decir. El artista
es más bien un observador que investiga, un ojo hábil que registra aquello que
no se ve aunque se tenga al frente. El artista tiene su nombre por un bautizo
social convencional, porque ya se ha hecho menos que eso. Se medirá con el sociólogo
o el periodista en sus métodos. Pero ¿qué pasa con sus fines?
Jaime Pinos ha
asumido seriamente sus responsabilidades como escritor; y esto implica que mientras
más delimita su labor, esta se hace más enorme. Su trabajo de campo
-como bien se titula esta selección- no duda en rescatar aquello que más cuesta
ver, por la amenazante presencia que ni todo el esfuerzo de un sistema general
de adormecimiento social han podido quitar de la retina. Que su trabajo en la escritura
poética se haya iniciado con un recuento de la vida y obra del Tila,
es suficiente prueba: el Criminal representa al fin de cuentas un eficaz
ángulo de visión para registrar la debilidad radical de todo el sistema de
relaciones sociales de Chile bajo el capitalismo avanzado. El personaje
central, que asume en sà conscientemente una perversidad antisocial, aparece
aquà desde la necesidad de su existencia:
Lo suyo es una gangrena que ha ganado
todo el cuerpo,
un cáncer que ya no puede extirparse,
una piedra imposible de extraer.
A través del Criminal
-la cosecha de una siembra de otros- se hace posible ver la segregación,
una marginalidad determinada cuya funcionalidad puede bien realizarse en un
sentido opuesto al pretendido. La imposibilidad de normalizar a esta
“averÃa” social, sabe subrayarse mediante el desdoblamiento del observador en
varias máscaras discursivas: la del periodismo, la del psiquiatra forense, la
del jurista. Pero cuando el sÃntoma habla desde sà mismo, no puede sino
mostrar su firme base en las condiciones naturalizadas de marginación bajo el
capitalismo:
El criminal no nace, se hace.
Y el camino de la abyección es un largo
aprendizaje
que, para muchos como yo, coincide con
el de la supervivencia.
Es entonces
cuando la voz del Criminal toma a su cargo la voz de la sociedad bajo el
espejo deforme de la que parece su paradójica realización mayor. Su vida
criminal y su -virtual- acto de escritura constituyen una Obra, que
constituye una forma mayor de sÃntesis de comprensión social. Es inevitable que
en esta forma mayor, aparezcan las sombras de Ginsberg, Artaud, Lihn, Millán y
otros poetas, entretejidos en una mÃmesis de autoexplicación que tan solo le
dan a la sociedad lo que esta no querrá ver jamás: el reflejo real de una
violencia subyacente e inevitable. En Criminal, Pinos plantea la pulsión
antisocial como el cumplimiento de una condena ética sobre un paÃs y un mundo
en que los lazos sociales son desplazados por relaciones puramente económicas.
Se trata de una voz profética, que es, en cuanto tal, revelación: desvelamiento
de lo que debÃa, necesariamente, ser.
*
Poner al
hablante más acá de esa necesidad, en una estricta tercera persona, implica el
mostrar en Almanaque la quiebra de una posible visión omniabarcante. La
reflexión sobre qué y cómo dar registro de un flujo de sucesos y realidades que
ha sabido hacerse pesadillesco en el sentido de ya señalar el fin de la
posibilidad humana, recorre el libro, señalando como un recordatorio
segmentos programáticos que extreman la autoconciencia del hablante. Sea la crónica
roja, sea la lira popular, sea la investigación ya desembozadamente
sociológica, en el libro parece rondar la sombra de un fracaso radical de la
posibilidad de registro, precisamente en la medida en que ese registro parece
regularse y determinarse de forma más precisa.
Esto porque
desde el principio, este observador -aludido siempre en una enajenada tercera
persona- es en sà mismo vÃctima del proceso de deshumanización, no solo por las
condiciones presentes del capitalismo, sino por el punto de partida histórico
que le ha dado su sello de indeleble violencia: la dictadura.
Sin embargo, a
espaldas de la denuncia directa, Pinos centra su crÃtica en la violencia
simbólica, y la devuelve con procedimientos más radicales que en su primer
libro: la referencia textual a comunicados oficiales y de prensa, la
reproducción literal de reportajes y material forense. Con esto, Almanaque toma
la consistencia de un collage, que dirige la mirada del lector de la
misma forma que si fuera una instalación fotográfica bidimensional, ejerciendo
con ello una violencia que aspira a ser capaz de mimar la dinámica desesperada
del flujo de la antihistoria capitalista.
El estado de
cosas en que deviene el poema no deja de representar el ojo extraviado
sobre el mismo observador, y la mayor fijeza y concreción de su trabajo de
campo coincide por ello con la medida de su impotencia como agente de
cambio de la sociedad. El poema Musa es quizás el indicador más poderoso
de esto en el libro, constituyendo una legÃtima arte poética. La mujer
desquiciada, sin lugar fÃsico y ya sin siquiera tiempo -el que ya nadie
le podrÃa devolver-, puede desaparecer del territorio no solo por su
falta de necesidad histórica -su deriva inútil en un mundo que fluye inerte y
mercantil, falto de sentido-, sino también porque su rol como inspiradora de un
posible arte acaba revelándose en su misma desaparición. El suicidio de
la figura a la que se dirigen varios de los poemas del libro, deja en claro la
destinación real de estos textos en el poderoso poema de cierre:
Escritura de los suicidas,
letra al pie de la muerte,
texto sin glosa, metáfora lÃmite.
Salto al silencio.
*
80 dÃas es un paso adelante en la intención de registro. La deriva del
observador se hace pronunciada, firme y sin dudas, desde el momento en que se
ha hecho procedimiento eficaz. El texto es un mapa para perderse,
respondiendo al flujo inerte de una vida social despojada de sentido; pero a
través de este mapa no podrá dejar de dar a la operación de desvelamiento una
potencia limpia. El hogar -que bien puede ser “el de Cristo”, marcado por la
carencia-, el resto sombrÃo de un centro comercial deshabitado; en fin, la
ciudad misma como un espacio ya casi abstracto a fuerza de segregada,
expropiada y enajenada, es tan solo un escenario que el Transeúnte
recorrerá sin buscar nada especÃfico.
Lo que halla no
es solamente una muestra efectiva de la degradación urbana. También es una
ventana hacia la construcción posible de un texto que sepa dar cuenta de sÃ
mismo como función de restauración de una realidad pública -común-
escamoteada por un régimen de comunicación virtual, que ha encontrado en el
goce privado, doméstico, protegido de un flujo de imágenes abstraÃdo y
espectacular una transitoria solución a la revelación en el plano social de la crisis
del sistema capitalista. La decidida y responsable parquedad del registro
constituye aquÃ, en un sentido profundo, una función polÃtica en sentido
propio.
*
Uno se podrÃa
equivocar al hablar de la obra de Jaime Pinos. Dado que la voluntad en
estos textos no es en absoluto análoga a la modulación de configuración
artÃstica que esa palabra designa. Acaso se podrÃa hablar mejor del catálogo
de Jaime Pinos como uno de los registros escriturales más interesantes en el
plano nacional precisamente por esa ancha espalda que se le da acá a cualquier
velamiento de lo real. Con frecuencia se habla de la literatura como una fuerza
para estimular el deseo de cambio social; pero bien hemos visto que este deseo
encuentra a la literatura de denuncia como un buen reconfortante ante la
felicidad de ser consciente, de que haya otro ser consciente y haya muchos
compradores y escuchadores de poemas conscientes. Asà la sociedad de seres
conscientes en el seno de un sistema ciego y sordo podrá existir
indefinidamente, apoyada en el reflejo ideal de su denuncia, fija en el debate
televisivo en el cual se afirma el futuro posible.
Una escritura
como la de Jaime Pinos no reconforta, sin embargo. En el lÃmite desesperado en
que sitúa su observación, y en estas imágenes que, siempre, todos vemos, y
aun asà se atreven a darnos un seco golpe en estas páginas, se guarda el umbral
de una rebelión bastante más radicada en la conciencia, que podrÃa determinar
mucho más la acción social y polÃtica necesaria en la crisis que encaramos aquÃ
y ahora.
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