Obra de Raymond Queneau






Raymond Queneau  - Obras Completas De Sally

Boris Vian se inventó el escritor Vernon Sullivan, al que hizo autor de Escupiré sobre vuestras tumbas, parodia del género negro que, entre otros éxitos, consiguió enfurecer, y de qué manera, a la censura.  Para no ser menos que Vian, su amigo Raymond Queneau –ejemplo excepcional de escritor culto y sabio, según Italo Calvino– se sacó de la manga el heterónimo Sally Mara: ingenua jovencita irlandesa capaz de escribir un divertidísimo remake de los folletines en boga en la época, o de relatar, en su Diario íntimo, sus vivencias de persona con los pies en el suelo, la cabeza en las nubes y el resto del cuerpo... digamos que el resto del cuerpo en permanente exploración sicalíptica. Hasta el punto de que, de su admirado escritor culto y sabio tuvo que decir Calvino: Tengo la sensación de que hay obscenidades por todas partes (¿o soy yo, que estoy obsesionado?). 
En resumen, una auténtica joya literaria del humor y la imaginación. Que es urgente leer hoy, antes de que vuelva la censura.



En `Ejercicios de estilo` (1947) Raymond Queneau narra un incidente trivial de 99 maneras distintas. Es uno de esos libros de imposible clasificación, una obra literaria con un fuerte componente metaliterario o tal vez “paraliterario”, como indica Antonio Fernández Ferrer en el prólogo de su excelente traducción (Ed. Cátedra, 1993). 

`Ejercicios de estilo` es un claro ejemplo del uso de una restricción literaria (escribir 99 veces la misma historia) como un motor creativo, una de las características del movimiento Oulipo, del que Raymond Queneau fue uno de los fundadores. 

Nos revela Fernández Ferrer que el origen de `Ejercicios de estilo` no es literario, sino musical, ya que fue inspirado por `El arte de la fuga` de Bach, considerada como “construcción de una obra por medio de variaciones que proliferaran hasta el infinito en torno a un tema bastante nimio.” 

Como antecedentes de este experimento, en el `Cyrano de Bergerac` de Edmond Rostand encontramos una réplica, expresada de veinte formas diferentes, del protagonista al vizconde, que se ha burlado de su nariz. 

Umberto Eco, que tradujo `Ejercicios de estilo` al italiano, destaca que Queneau transforma conscientemente los valores estéticos asociados a las figuras de la retórica con el fin de lograr sus propias exploraciones paródicas y lúdicas del lenguaje.





En el París de 1895 algunos novelistas buscan personajes para sus obras. Pero, como todo el mundo sabe —en especial los autores—, a veces los personajes huyen del manuscrito en que viven para ir en busca de nuevas aventuras. ¿Será que no le gustaban las suyas?: cuando Ícaro se interesa por el porvenir de los medios de transporte ¿no obedece acaso al destino que su nombre le impone? E, incluso, ¿no debería haber previsto su autor que, al bautizar a su personaje con el nombre de Ícaro, debía volarle? El vuelo de Ícaro es una historia conmovedora, ingeniosa y divertida, además de un artefacto endiablado. Queneau aprovecha las travesuras de su personaje para explorar as ambigüedades del lenguaje, exhibir sus trampas y explotar sus posibilidades poéticas. Pero lo hace, en vez de lúcidamente, es decir, desplegando el singular sentido del humor que caracteriza su obra y la convierte en algo así como un correlato literario de los hermanos Marx. Tan disparatado y lúcido como ellos, el autor tiene además la virtud de haber producido una obra de ficción que alberga tantos niveles de lectura como lectores quepa imaginar: desde los más jóvenes y tiernos, como su protagonista, hasta los más maduros y resabiados, como, posiblemente,su autor.



Tome a un sabio como Eleazard Hazard, los insectos en latín, un clown llamado Calvaire Mitaine, el filatélico Sulpice Fissile, un pulpo domesticado, el bigote y las lentes del detective Florentin Rentin y Jim Jim, el boxeador negro con acento alsaciano, y mézclelo con una gran cantidad de los alrededores de Marsella, espolvoree un inventario de objetos habituales, cúbralo después con algunos crímenes cómicos, desapariciones repentinas y diálogos y exclamaciones en caída libre, y obtendrá los veintinueve capítulos de una novela inédita de Raymond Queneau: alegre guateque para ectoplasmas surrealistas y elementales onirocríticos. 



Es un texto agridulce, divertido y descarnado a ratos, donde se narra la historia de un joven confundido, que apenas sospecha a qué quiere consagrar su vida, qué y quién merecen su interés o su amor. Para descubrirlo emprende un periplo que, como corresponde a todo aprendizaje que se precie, resulta en su mayor parte decepcionante. En este sentido, Odile es un logrado exponente de la tradición del bildungroman, además de un inquietante artefacto literario fruto de la característica afición de Queneau al juego verbal. 


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