La sublime irresponsabilidad de Sergio [por Carlos Henrickson¨]



La sublime irresponsabilidad de Sergio Muñoz, presentación de Lenguas de Humo Transparente (Viña del Mar: Altazor, 2016) por Carlos Henrickson


Iba a empezar diciendo que acá tenemos a alguien que no palabrea, sino que es palabreado. Pero veo el tĂ­tulo y la indicaciĂłn del autor: no me está dejando fácil el jueguito de palabras. ¿QuiĂ©n es el que escribe? escribir el libro de quiĂ©n? me responde el poema que le da el nombre al libro: lenguas de humo transparente. No es Sergio, ni la vaga figura de un autor que se desprende de Ă©l, segĂşn una convenciĂłn de la ciencia literaria que ya viene sonando medio a compuesto farmacĂ©utico; quien me responde es este extenso poema desde una de sus lenguas, como si de un fuego se tratase. Pero de nuevo me asiste esta -ya casi sagrada- interrupciĂłn de la negaciĂłn: ¿un fuego? Esta es una lengua de humo.

Recurro al viejo y manido Cirlot: el humo es la antĂ­tesis del barro (que es algo asĂ­ como lo que se supone que somos: tierra y agua), ya que el humo está compuesto de fuego y aire: la suprema volatilidad, que desemboca ágilmente en la imagen del eje entre el valle y la montaña, la relaciĂłn entre cielo y tierra. Naturalmente nace sola esta otra: la del alma separada del cuerpo, de acuerdo al alquimista árabe Geber. 

Y veo el humo, saliendo del corazĂłn de la hoguera que convoca a los ancestros de nuestro arte y de toda cultura primordial: sin ver nada más, porque el humo cubre los perfiles de los cuerpos, sin poder distinguir ni identificar. ¡Por eso no hay nombres, por eso la poesĂ­a no se hace ni se construye, sino que aparece detrás… no se escribe con silencio  es silencio // vuelve cada cual a su mudez / deambula en ella / en la sombra que deja la sombra imprecisa de las cosas! Y las sustancias -no esos quĂ­micos y clasificados estados de la materia, sino que la fluencia alquĂ­mica de una esencia Ăşnica que anda buscando metamorfosearse como animal que vive arrojándose a saciar el celo-, son las sustancias las que se dejan caer solas en el poetizar. Y ¿dĂłnde está usted entonces, Sergio, por dĂłnde anda? ¿Se anda desplazando o anda cambiando de formas irresponsablemente como una criatura que fuese presa de un demiurgo gigantesco e inimaginable, una sombra china que hacen otras manos sobre un muro de aire tan denso que no deja ver a travĂ©s?

Me dice (¿a mĂ­?) donde dice identidad tache piense y / (d)escriba la mĂ­nima exaltaciĂłn de la luz. Bien, ya voy viendo algo. Exaltar, o sea subir, acceder a la uniĂłn completa a lo Juan de la Cruz, a lo Juana InĂ©s, a lo Arcipreste, al estilo de ese trasvasije desvergonzado (Ăł quán suave olor, que derramaste) de Luis de LeĂłn que le costĂł la cárcel -dejar de ser sĂ­ mismo para como entre el humo confundirse, sin verse ya y con el respiro casi ahogado por la vaguedad de un aire que ya no es aire, sino que otra cosa se ha hecho. Subir, extasiado: ser más que uno.

Pero y ¿bajar? Porque se baja -vaya al pubis / que es lo más eterno que tenemos / con su tajo tenue y sombrĂ­o. Veo, acá al frente, cĂłmo se derrama el lado visible del hĂ©roe -si es que hay un hĂ©roe en este palabreo- en los talones del espĂ­ritu. Y es que entiendo -¿entiendo? Se sube y se baja de un espacio a otro, como si -ya que acaba siendo lo mismo- se fluye o se deja de fluir trasvasijado, entre sustancias que se hacen y deshacen, o volcado en una sustancia que se hace, se descompone y termina otra cosa y en otro lugar. Siento esto. Entiendo que se llama respiraciĂłn cuando esto pasa en nosotros. El que vive deja de vivir un segundo (expira) para que vuelva a entrar el aire; y ese dejar de vivir es quizás, vivir más allá en ese instante, asumir la taza vacĂ­a del ser, sin rostro y vuelto el ojo una pura recolecciĂłn de los cielos.

A estas alturas, no sé si se va entendiendo esto. Porque esto es hacer entender una forma de no entendimiento, una epifanía que surge cuando uno ya no puede mirar de lejos, cuando todo el cuerpo se pone a respirar más fuerte, y la piel solo conoce a la piel, y todo el aliento y toda la piel se dan a través de algo inexpresable -si bien hay que decir que usted llega cerca con aquello de ráfaga ánima noche inclementemente ánima: bien, bien cerca de eso, de un golpe de sentido y de verdad, inclemente.

Al fin se trata de lo siguiente: usted es un supremo irresponsable. ¿Dice: digo esto desde fuera de mis manos / digo esto que es pura imitaciĂłn desde otro riesgo…? Cualquiera que crea que la divina memoria se consigue con echar los labios a un rĂ­o, comete una hybris de aquellas. Esperamos que usted, poeta, nos hable, y dĂ©le con insistir en un nudo que no es / es decir   en la divagaciĂłn de una palabra que no existe. Todos en nuestro buen afán de honrar estas hormigas juguetonas sobre la página, y usted haciĂ©ndolas imitar al agua, yendo de MnemĂłsine al Leteo, hundiĂ©ndolas en el silencio de todas las cosas, o aludiĂ©ndolas sin asco en esas alas entrando y saliendo de las sombras. Esto es cruel. 

Crueldad, en fin, ¡quĂ© diablos! Son estos tiempos nuestros. Imposible no pensar en el poema dedicado a la hermana Ximena, encabezado por ese epĂ­grafe del lituano Milosz sobre una poesĂ­a que no salva naciones o pueblos, en ese mismo poema que bien dice más atrás: aquello que me fortaleciĂł a mĂ­, fue mortal para ustedes. Y es que en esta cuerda, en este espectro, ValparaĂ­so del 2013 (¿cuánto ha pasado?) o 2016, y Varsovia del 45 no es tan distinto en el deber al que bien hay que alzarse -¿o bajar?-: el decir y el hacer / deben ser dichos y luego hechos / y luego vueltos a decir / para tener un mĂ­nimo lugar en la memoria / que sĂłlo recoge / fragmentos / pedazos / miseria. Ojo que usted es el que anda invocando, y no me venga a echar la culpa con esta pecaminosa costumbre pagana que dura pagĂł el rey SaĂşl: usted mismo me dice que escribe siempre desde alguien ausente, tan absolutamente ausente que se quedĂł fuera de lo que los profanos de por acá arriba (¿o abajo?) llaman existencia. Y aquĂ­ sĂ­ que lo veo en el colmo de la irresponsabilidad: usted no quiere avanzar, sino que volver a alguna parte que ya ni siquiera es parte, sino que algo peligrosamente parecido al todo, donde en vez de tiempo hay una serpiente que se muerde la cola. Usted tiene una aficiĂłn imposible al recuerdo -que no estarĂ­a en sĂ­ mal-, pero a un recuerdo que no se puede recordar. Todo se va no más en este embuste suyo, hasta lo más Ă­ntimo y real. Cierto griego que quiso ser poeta y despuĂ©s nos querĂ­a echar de una ciudad en que acabaron echándolo a Ă©l, dirĂ­a desde su bien plantado nicho de autoridad que usted nos está contando mentiras, que no respeta el buen orden de las esferas.

Pero ¿es que se puede -no digamos ver-, sino pensar en esferas ahĂ­, envuelto en ese cuerpo capaz de recordar de espaldas a cualquier alma posible -una aurita liviana que se pierde a cada rato?  ¿Esferas, cuando el cuerpo está concentrado y envuelto en sus propias ideas que guardan piel y presencia real y palpable? No se puede, no hay modo. Esas esferas lentas y solemnes hacen otra mĂşsica, que bien se está allá arriba, y bien gracias. Esta mĂşsica, la de acá, está más cerca del toque del viejo sabio Monk, ese que sabĂ­a arrojarse solo fuera de cualquier ciudad existente, agarrando los tempos segĂşn lo guiaban sus manos de sabia torpeza, como si equivocaran y trasvasijaran aquellos mares en una tarea vana que vaya uno a saber para quĂ© podrĂ­a servir en ese poema suyo que abre estas lenguas. AhĂ­ nos pone una clave fuerte, un acorde poderoso para entrar a leer algo que termina siendo una inmersiĂłn en vez del harto ligero anhelo de coleccionista de formas imposibles. Veo, entiendo: somos formados, somos recordados. Hay algo que no podemos, no podemos, sencillamente no. 

Por eso solo puedo hablar de su libro en este lenguaje, más cerca del tartamudeo y del sinsentido, en que aparece más bien el largo parentesco entre las cosas, en vez de andarlas emparejando en modelitos del sistema solar de esos que se usan para enseñarle a los escolares su lugar en el mundo. Esto es, habrĂ­a que echarle más bien el mundo encima a ese hato de adultos hastiados que ya no aprenden nada y que ven al mundo sin hogueras ni humo, clara y orgullosamente, responsables, sin bajar la cabeza. ¿Y le digo algo? Estos papeles con tinta no están mal: es un arma en buena forma, una provocaciĂłn de carne y sangre y entraña, una buena piedra en medio de la frente este libro, para un fin tan perverso y desviado como esa sĂşbita, irresponsable violencia.       



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