Pues bien, lo que Simone de Beauvoir destaca es que a partir de la determinación sexual, Sade hace una elección ética, "de su sexualidad hizo una ética y la manifestó en una obra literaria". Sade, en efecto, pinta el horror voluntariamente; su idea de la novela es que ésta debe reflejar y mostrar el mal ya que es lo único verdadero, aunque para ello se sirva de repeticiones monótonas y excesivas. Justamente en el hastío de la repetición, en las molestas enumeraciones agobiantes del exceso y del crimen, se inscribe el sentido de una obra cuyo fin es entronizar el mal como secreto máximo de la existencia. La directiva filosófica sartreana según la cual lo que realmente se hace necesario analizar es lo que una persona hace de lo que se ha hecho de ella, alcanza en el texto de Simone de Beauvoir la altura requerida. La elección de la crueldad por parte de Sade está cruzada por un hondo trabajo reflexivo que sirve de cobertura ideológico-moral a su sexualidad: "Sade ha realizado una noche ética análoga a la noche intelectual en la que se desenvolvió Descartes". Ya que sus vicios le condenan a la soledad, Sade hace de su prisión una metáfora de su concepción del universo, cambia su contingencia en necesidad y, de esta manera, elaborará una ética basada en el aislacionismo total, en la negación de cualquier alteridad que no se considere víctima, estableciendo la primacía absoluta del vicio sobre la virtud en aras de la autenticidad de aquél frente a la pura quimera de ésta. Y los fundamentos intelectuales para esa ética derivan de una lectura en torsión de los principios ilustrados. Que se deduzca la apología de un comportamiento criminal del medio criminal donde se vive, de una sociedad que, adornada con principios virtuosos, muestra en todas partes la obediencia a las pulsiones de violencia, se debe a la lectura que Sade realiza en torno a la sacralización de la naturaleza impuesta por la Ilustración. Simone de Beauvoir afirma con razón que Sade "ha vuelto así contra sus devotos el nuevo culto", o, si se prefiere, lo podemos expresar a la manera del corolario de Adorno en el Excursus II de su Dialektik der Aufklärung: Sade no deja a los adversarios la tarea de hacer que la Ilustración se horrorice de sí misma. En efecto, Sade juega con los enunciados ilustrados de modo que las argumentaciones de un D’Holbach o de un La Mettrie conduzcan a un desenlace sorprendente: la sustitución de Dios por la Naturaleza no hace más que reforzar el imperio absoluto de la maldad, de modo que el criminal no es más que un móvil de la voluntad de aquélla. Ante todo, Sade niega cualquier atributo de bondad a un Dios hipotético, con lo cual ataca de frente la idea de "Ser supremo". Dios aparece así a modo de un "agresor original". En la Nueva Justine Sade es taxativo: la esencia de Dios es el mal ("Soy feliz del mal que hago a los otros como Dios es feliz del mal que me hace a mí"). En consecuencia el bienaventurado será el malvado y el condenado el virtuoso, tal es la lección moral reflejada en las vidas opuestas de las dos hermanas, Justine y Juliette. De existir, el Ser supremo sería un Ser supremo en maldad, y su sustitución por la Naturaleza no cambia en nada las cosas: sólo se trata de una secularización del mal. Los instintos perversos no son más que los dictados de la propia naturaleza, y la igualdad ante ésta —como supo ver Blanchot— es concebida por Sade como derecho a disponer todos de todos.
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