Contradicciones y tensiones
La televisión
es un instrumento de comunicación muy poco autónomo sobre el que pesan toda una
serie de restricciones que remiten a las relaciones sociales entre los
periodistas, relaciones de competencia encarnadas, impiadosamente, hasta el
absurdo. Son también vínculos de connivencia, de complicidad objetiva, fundados
en intereses comunes ligados a su posición en el campo de la producción
simbólica y sobre el hecho de que comparten estructuras cognitivas, categorías
de percepción y apreciación provenientes de su origen social, su formación (o su no formación). Se sigue
que este instrumento de comunicación aparentemente sin límites que es la
televisión en realidad está absolutamente “limitado”. Cuando, en los años 60,
apareció como un fenómeno nuevo, un cierto número de “sociólogos” (con muchas
comillas) se precipitaron a decir que la televisión, en tanto “medio de
comunicación de masas”, iba a “masificar”. La televisión estaba llamada a
nivelar, homogeneizar poco a poco a todos los telespectadores. En resumen, era
subestimar las capacidades de resistencia. Pero, sobre todo, era subestimar la
capacidad que el medio tuvo de transformar a los que la producen y,
especialmente, a los periodistas y al conjunto de productores culturales (a
través de la fascinación irresistible que ejerció en algunos de ellos). El
fenómeno más importante, y que era demasiado difícil de prever, es la extensión
admirable de la influencia televisiva sobre el conjunto de actividades
culturales, comprendidas las producciones científicas o artísticas. Hoy la
televisión llevó al extremo, al límite, una contradicción que es frecuente en
todos los universos de producción cultural. Es la que existe entre las
condiciones económicas y sociales en las que hay que estar ubicado para poder
producir un cierto tipo de obras (cité el ejemplo de las matemáticas porque es
el más evidente pero es verdadero también en la poesía de vanguardia, la
filosofía, la sociología, etc.), obras que se llaman “puras” (es una palabra
ridícula) o autónomas, en relación con las restricciones sociales de
transmisión de los productos obtenidos en estas circunstancias; contradicción
entre las condiciones en las cuales hay que estar para poder hacer matemáticas
de vanguardia, poesía de vanguardia, etc., y las condiciones en las cuales hay
que estar para poder transmitir cosas a todo el mundo. La televisión lleva al
extremo esta incompatibilidad en la medida en que ella sufre todos los otros
universos de producción cultural, la presión del comercio, por intermedio del rating.
Del mismo
modo, en este microcosmos que es el mundo del periodismo, las tensiones son muy
fuertes entre aquéllos que querrían defender los valores de la autonomía, de la
libertad en relación con el comercio, las demandas, los jefes, etc. y aquéllos
que se someten a la necesidad y que son pagados ... Estas tensiones no pueden
casi explicarse, al menos en las pantallas, porque las condiciones no son muy
favorables: pienso por ejemplo en la oposición entre las grandes figuras con
enormes fortunas, particularmente visibles y remuneradas, pero también sumisas
y los testaferros invisibles de la información que cada vez están más
condicionados por la lógica del mercado del empleo y son utilizados para cosas
cada vez más pedestres, cada vez más insignificantes. Tienen, detrás de los
micros, de las cámaras, gente incomparablemente más cultivada que sus
equivalentes de los años 60. Dicho de otro modo, esta tensión entre lo que es
solicitado por la profesión y las aspiraciones que la gente adquiere en las
escuelas de periodismo o en las facultades es cada vez más grande - aunque haya
también una adaptación anticipada, que opera la gente de dientes largos... Un
periodista decía recientemente que la crisis de la cuarentena (a los 40 años se
descubre que un trabajo no es todo lo que se creía) se transforma en la crisis
de la treintena. Las personas descubren cada vez más rápido las necesidades
terribles de la profesión y, en particular, todas las restricciones asociadas
al rating, etc. El periodismo es una de las profesiones donde se
encuentra a la gente más inquieta, insatisfecha, movediza o cínicamente
resignada, donde se expresa muy comúnmente (sobre todo del costado de los
dominados, evidentemente) la cólera, la repugnancia o el desencanto ante la
realidad de un trabajo que se sigue viviendo o reivindicando como “diferente de
los otros”. Pero se está lejos de una situación en la que estos desprecios o
estos rechazos podrían tomar la forma de una verdadera resistencia individual
y, sobre todo, colectiva.
Para
comprender todo lo que evoqué y que se podría creer, a pesar de mis esfuerzos,
que lo imputo a las responsabilidades individuales de los presentadores, de los
comunicadores, hay que pasar al nivel de los mecanismos globales, al nivel de
las estructuras. Platón (lo cité mucho hoy) decía que somos marionetas de los
dioses. La televisión es un universo en el que se tiene la impresión de que los
agentes sociales, teniendo las apariencias de
importancia, de libertad, de autonomía e, incluso a veces un aura
extraordinaria (basta leer los noticiosos televisivos), son marionetas de un
afán que hay que describir, de una estructura que hay que desmenuzar y poner al
día.
0 Comentarios