En 1901, el escritor francés Marcel Schwob emprende un viaje a Samoa. Se embarca en Marsella, hace escala en Ceilán, cruza el océano austral, pasa por Sydney y llega finalmente a Samoa, donde se relaciona con los indÃgenas a los que seduce con su amabilidad. Durante el viaje, Schwob redacta un diario en forma de cartas a su esposa, cartas donde describe los espejismos del cielo y del mar, y que conforman un libro que mereció los elogios de otro gran maestro del lenguaje: Jorge Luis Borges
A bordo
del Ville de la Ciotat.
Lunes,
21 de octubre de 1901.
Diez de
la mañana.
Mi adorada Margarita:
Empiezo hoy esta carta que sólo podré
enviarte desde Port-Saïd. En primer lugar, gracias por tu cariñoso telegrama
que encontré a bordo... ¡Qué buena eres, querida esposa! ¡Cuánto te quiero y
cómo deseo de todo corazón volver sin novedad! Encontré también una nota de
mamá y de Mauricio. Ayer, después de escribirte, mandé dos telegramas, uno para
ti y otro al Temps. Después, a las diez y media, subimos a bordo con D...
El Ville de la Ciotat es un enorme barco
nuevo, pero desgraciadamente se balancea mucho. Mi camarote al principio me
pareció minúsculo, pero estoy solo en él (!) y puedo arreglármelas con calma.
La litera es muy cómoda, pero tuve una feliz inspiración al traerme mi
almohada.
Salimos de La Joliette alrededor de las cinco
menos cuarto. Durante toda la noche el tiempo habÃa sido espantoso y la jornada
en Marsella, muy fatigosa. Oleaje suave al zarpar. Pero a las cinco y media el
barco empieza a moverse mucho. A las seis y media casi todo el pasaje se
encontraba mal. El balanceo se hace infernal. Preparan la mesa para las siete.
A las siete, cuando Ãbamos a cenar, dos bandazos violentos volcaron la cena de
ciento cincuenta personas, rompieron toda la vajilla, y convirtieron el comedor
en un lago de vino, de loza y de cascos de botella, entre los cuales nadaban
calandracas y avellanas, almendras, higos y pasas. Se ha hecho necesario, pues,
poner los "violines", es decir, como sabes, tensar las cuerdas sobre los marcos
de caoba para sujetar platos, vasos, etc. La operación ha terminado hacia las
ocho. No quedaba nadie allÃ. D... sentÃase ya muy mal. He intentado comer,
luego he tenido que bajar a acostarme y me he sentido mareado durante un cuarto
de hora. En ese momento el barco se balanceaba locamente y cada golpe de mar
inundaba la cubierta. (Nota: la chupeta está unos diez metros por encima de la
lÃnea de flotación). Ting, que habÃa empezado por dormir en mi cama (mala
señal), ha salido de mi camarote con el tiempo justo para no vomitar y no ha
podido regresar para ayudarme. El mayordomo me ha traÃdo un limón (!); luego me
he dormido fácilmente y he soportado bien la tempestad que hemos atravesado.
Esta mañana me he levantado a las seis y
media: hace muy buen tiempo, algo fresco, y hemos pasado el estrecho de
Bonifacio. El mar se ha puesto hermoso, pero este enorme barco se balancea al
menor viento. El paso del estrecho es magnÃfico. La costa corsa no parece
maravillosa, pero Cerdeña se me antoja una tierra bellÃsima. Altas montañas y
acantilados que parecen de basalto y de granito coloreado de rosa bajo el sol,
se sumergen directamente en el mar. De cualquier modo, está decidido que no me
gusta demasiado el Mediterráneo y su colorido no me parece tan atractivo. Es
azul-negro, sin transparencia alguna; sólo bajo el sol adquiere violentas
tonalidades de plata fundida.
D... es amable, pero inquieto, insoportable y
formalista. Ayer noche me obligó a vestirme para cenar. Según parece, el
reglamento establece el color negro para la cena: no tengo trajes negros.
Como tiranÃa me resulta insoportable y no
pienso ponerme de etiqueta todos los dÃas. A bordo viajan diversos diplomáticos
y exploradores belgas, bastantes oficiales, y (esto para nuestra mamá), dos
nodrizas anamitas que creo que cuidan y divierten perfectamente a los niños. Y
ahora hasta mañana, querida mÃa, creo que nos encontramos a la altura de
Mesina.
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