Prólogo
Entre
las obras póstumas de Baudelaire, figuran estos dos admirables diarios íntimos:
Cohetes y Mi corazón al desnudo. Ambos fueron publicados fragmentariamente,
por vez primera, en Le Livre (septiembre de 1884, N° 57), no apareciendo la
edición original, aunque expurgada, hasta tres años más tarde, es decir, en
1887. Varias ediciones, pero siempre incompletas, por razones morales sobre
todo, siguieron a ésta. Sólo en 1887, y al cuidado de Ad. Van Bever, vio la luz
el texto correcto, según los manuscritos autógrafos del poeta. Ese texto es el
que ha seguido Y. G. Le Dantec para su reproducción en las Obras de Baudelaire, («La Pleiade», 1931-32), aparecidas en dos
volúmenes, y el mismo que yo he utilizado para la traducción castellana. De Le
Dantec he tomado algunas de sus notas aclaratorias, más que nada de ciertos
nombres de personajes hoy olvidados, de ciertas circunstancias en que fueron
escritos determinados pasajes de estas desgarradas y luminosas confesiones.
Decimos
«confesiones», porque pensaba Baudelaire con sus diarios, sobre todo con el
segundo —Mi corazón al desnudo,
título traducido de Poe—, crear un libro cuya sinceridad y valentía dejarían
«pálidas las Confesiones de Juan Jacobo
Rousseau». ¡Terrible propósito, que ni él mismo llega a cumplir plenamente!
¿Subsistiría alguien sobre la Tierra si cada hombre hubiese confesado a otro
todos sus pensamientos? Creo que hasta nuestros primeros padres, Adán y Eva, se
habrían asesinado mutuamente al pie del Árbol paradisíaco de la Ciencia.
Pero
así y todo, nada mejor en la literatura universal que estas rápidas, a veces
rapidísimas notas para conocer la autobiografía de un alma extraordinaria.
Autobiografía de un alma en profundidad, tanto hacia arriba, como hacia abajo:
es decir, más allá del séptimo cielo de la luz, de los siete subterráneos de
las tinieblas.
No
comprende ni puede querer en toda su extensión al poeta de Las Flores del Mal, quien no haya buceado por las azoteas y sótanos
de estos diarios íntimos. Por ellos, repetido, pasa el ancho aleteo de algunos
de sus más hermosos poemas: El Balcón, La
Invitación al Viaje, El Abismo…; saltándonos, de pronto, observaciones,
versos puros de su mejor estirpe:
Las
tinieblas verdes en las tardes húmedas del verano;
y
sus contrastes, sus calculados claroscuros —pensamientos que se dirían sacados
de un pozo a media noche para verterse, de improviso, sobre la espalda tibia de
los más tranquilos durmientes: Cuando un hombre se mete en la cama, casi todos
sus amigos sienten un deseo secreto de verle morir; unos, para comprobar que
tenía una salud inferior a la suya; otros, con la esperanza de estudiar una
agonía.
Baudelaire
rabia, se encoleriza, se desespera hasta quedar extenuado, impotente para
luchar contra lo mediocre que lo aplasta. En medio de una burguesía creciente e
insensibilizada, él, Baudelaire, su gran poeta, no puede por menos de
reaccionar contra ella, insultándola con ferocidad. Pero ¡cuánta dulzura,
cuánta grave melancolía e inefabilidad bajo este caparazón defensivo!
Baudelaire
mete de cabeza en su Infierno todo cuanto le disgusta o detesta. Dante
castigaba a sus condenados con penas terribles, pero grandiosas. Baudelaire, en
cambio, lo hace sólo con el desprecio frío de una alusión ligera, como de
pasada, que parece advertir: «Para desarrollar mañana».
Cuando
Baudelaire escribe: cauchemar, pensamos, temblorosos: ¡Qué palabra tan vigente,
tan aplicable hoy a nuestra vida! ¿La inventaría el poeta para nosotros?
A
pesar, de lo lugar común, de lo «poncif» —como él hubiera dicho— que hoy ya son
algunas de sus máximas, ¡qué buenas bombas todavía para colocar a la puerta de
ciertas gentes con las que aún nos tropezamos!
Tal
vez su catolicismo, su fe en Dios y su Satanás nos reviente ahora, pero no con
la misma intensidad que el ateísmo que practican ciertos burgueses de hoy,
incapaz de excluir la más humillante explotación del hombre…
¿Qué
nos seduce hoy más en el Baudelaire de estos diarios íntimos? Su disconformidad
con lo que le rodea. Época todavía la nuestra de tironazos y patadas, sentimos
vivo en nosotros su rechinar de dientes, su salivazo de cada mañana contra el
horrible rostro del medio que le había tocado soportar y que le rebajaba hasta
hundirlo.
Leyendo
ciertas páginas de estas confesiones, se siente un infinito amor por
Baudelaire; ganas de salir a buscarle en la noche a su «golfo de sombra», para
decirle, con una mano grande, llena de corazón, lo que él al lector en el
primer poema de Las Flores del Mal:
Mon
semblable, mon frère!
Difícil
sigue siendo volcar en otro idioma a un poeta, y más a un Baudelaire, que dejó
escrito en estos mismos diarios: Sé siempre poeta, incluso en prosa. Lo apenas
anotado, lo esbozado quizás en las oscuridades de una alcoba, en medio del
insomnio, con tinta extraída de la sangre; índice de pensamientos, de ideas
vagas, incorpóreas, que no tuvo vida para desarrollar y, menos, para retocar o
acaso suprimir de un plumazo, me han hecho andar a tientas en algunos pasajes
de mi traducción. Que se me perdonen los posibles errores, las involuntarias
torpezas. Pero nadie habrá puesto más amor, conciencia y humildad en el
traslado al castellano de estas maravillosas páginas.
Rafael
Alberti.
(Playas
de Punta Fría. Uruguay, 1943)
Cohetes
I
Aunque
Dios no existiera, la religión seguiría siendo santa y divina.
Dios
es el único ser que para reinar no tiene ni necesidad de existir.
Lo
creado por el espíritu es más vivo que la materia.
El
amor es el gusto de la prostitución, no existiendo placer elevado que no pueda
conducir a ella.
En
un espectáculo, en un baile, cada uno goza de los demás.
¿Qué
es el arte? Prostitución.
El
placer de estar entre las multitudes es una forma misteriosa del goce de la
multiplicación del número.
Todo
es número. El número está en todo. El número está en el individuo. La
embriaguez es un número.
El
gusto por la ganancia productiva debe reemplazar, en el hombre maduro, el gusto
por la pérdida.
El
amor puede derivar de un sentimiento generoso: el gusto de la prostitución;
pero bien pronto lo corrompe el gusto de la propiedad.
El
amor quiere salir de sí, confundirse con su víctima, como el vencedor con el
vencido, y conservar, sin embargo, privilegios de conquistador.
Las
voluptuosidades del chulo participan a la vez del ángel y del propietario.
Caridad y ferocidad. Ambas son independientes del sexo, de la belleza y el
género animal.
Las
tinieblas verdes en las tardes húmedas del verano.
Profundidad
inmensa de pensamiento en las locuciones vulgares, agujeros cavados por
generaciones de hormigas.
Anécdota
del Cazador, relativa a la unión íntima del amor y la ferocidad.
II
Cohetes.
— Sobre la feminidad de la Iglesia, como razón de su omnipotencia.
Del
color violeta (amor contenido, misterioso, velado, color de canonesa). El
sacerdote es inmenso porque hace creer a una multitud cosas sorprendentes.
Que
la Iglesia quiera hacerlo y serlo todo, es una ley del espíritu humano.
Los
pueblos adoran la autoridad.
Los,
sacerdotes son los servidores y los sectarios de la imaginación.
El
trono y el altar, máxima revolucionaria.
E.
G. o la Seductora Aventurera.
Embriaguez
religiosa de las grandes ciudades.
Panteísmo.
Yo soy todo; todo es yo.
Torbellino.
III
Cohetes.
— Creo que ya escribí en mis notas que el amor se parecía mucho a una tortura o
a una operación quirúrgica. Pero esta idea puede desarrollarse del modo más
amargo. Aunque ambos amantes estuvieran muy enamorados y muy llenos de deseos
recíprocos, uno de los dos estará siempre más tranquilo o menos poseído que el
otro. Aquél o aquélla es el operador o el verdugo; el otro es el sujeto, la
víctima. ¿No escucháis esos suspiros, preludios de una tragedia deshonrosa,
esos lamentos, esos gritos, esos estertores? ¿Quién no los ha proferido, quién
no los ha arrancado violentamente? ¿Y qué es lo que encontráis peor en estos
cuidadosos torturadores? Esos ojos de sonámbulo convulso, esos miembros cuyos
músculos saltan y se atirantan como bajo la acción de una pila eléctrica, la
borrachera, el delirio, el opio en sus más furiosos efectos no os podrían
ofrecer más horrible y curioso ejemplo. Y el rostro humano, que Ovidio creía
modelado para reflejar los astros, he aquí que sólo tiene ya una expresión de
ferocidad loca, o se distiende en una especie de muerte. Porque yo creería
cometer un sacrilegio aplicando la palabra «éxtasis» a esta clase de
descomposición.
—¡Espantoso
juego, donde es necesario que uno de los jugadores pierda el gobierno de sí
mismo!
Una
vez preguntaron delante de mí en qué consistía el placer más grande del amor.
Alguien respondió naturalmente: en recibir; y otro, en darse. —Aquél dijo:
placer de orgullo; —y éste: voluptuosidad de humillación. Todos estos
indecentes hablaban como la Imitación de Cristo. —AI fin, se encontró un
impúdico utopista que afirmó que el placer más grande del amor era el de formar
ciudadanos para la patria.
Pero
yo digo: la voluptuosidad única y suprema del amor estriba en la certidumbre de
hacer el mal. El hombre y la mujer saben, desde que nacen, que en el mal se
halla toda voluptuosidad.
IV
Planes.
Cohetes. Proyectos. — La comedia a lo Silvestre. Barbora y el cordero.
Chenevard ha creado un tipo sobrehumano.
Mi
voto para Levaillant.
Prefacio,
mezcla de misticismo y jovialidad.
Sueños
y teorías del Sueño a lo Swedenborg.
El
pensamiento de, Campbell (The Conduct of life).
Concentración.
Potencia
de la idea fija.
La
franqueza absoluta, medio de originalidad.
Contar
altisonantemente cosas cómicas…
V
Cohetes.
Sugestiones. — Cuando un nombre se mete en la cama, casi todos sus amigos
sienten un deseo secreto de verle morir; unos, para comprobar que tenía una
salud inferior a la suya; otros, con la esperanza de estudiar una agonía.
El
dibujo arabesco es el más espiritual de todos los dibujos.
VI
Cohetes.
Sugestiones. — El literato remueve riquezas, despertando el deseo de la
gimnasia intelectual.
El
dibujo arabesco es el más ideal de todos.
Amamos
a las mujeres cuanto más extrañas nos son. Amar a las mujeres inteligentes es
un placer de pederastas. Pero la bestialidad rechaza la pederastia.
El
espíritu de burla puede no excluir la caridad, pero es raro.
Emplear
el entusiasmo en cosa distinta a las abstracciones, es un signo de debilidad y
enfermedad.
La
delgadez es más desnuda, más indecente que la gordura.
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