Cartas de Alejandra Pizarnik a Leon Ostrov Doc.
Carta N.º 5
Muy querido León Ostrov:
Le envié hace poco una carta
desde una hermosa piecita, que ya no existe para mÃ, pues estoy de nuevo con mi
familia, hasta fines de este mes. Después va a venir Agosto y no sé qué haré,
hay un vacÃo en Agosto, una distancia hecha de un precipicio, que necesitaré
saltar o, lo mejor, cambiaré de camino. Le dije que le contarÃa sobre mi
encuentro con S. de Beauvoir, pero me es penoso rememorarlo. Quizás, y casi
como siempre, veo con ojos lúgubres cosas que objetivamente no lo son.
Razonablemente hablando, tal vez fue un encuentro como cualquier otro del
estilo: una periodista preguntando sobre esto y aquello, y la entrevistada que
responde. Pero yo no me he recuperado aún de lo que fue para mà este encuentro:
una profunda experiencia del miedo. Y más profunda aún por lo inesperado de
este miedo. Comenzó el dÃa del encuentro: despertar y sentir que el corazón me
lleva y me trae. Horribles sacudidas. Taquicardia. Esto fue nuevo. No era mi
viejo miedo «espiritual» posible de traducir en metáforas. Un nuevo miedo:
cuerpo y alma encontrados por vez primera, reunidos, celebrando nupcias
horribles. Traté de beber, pero la primera gota me obligó a permanecer tendida
en la cama varios minutos, asistiendo a algo como una revolución. Imposible
pensar. Imposible todo. Imposible también la lenta agonÃa —con la mano en el
corazón— de mi ser paseándose hasta que se hizo la hora y yo entré en Les Deux Magots rogando y rogándome que
mi voz surgiera —pues mi miedo más profundo (el de los exámenes) era que la
garganta se cerrara. Y cuando llegó me calmé un poco pues su aspecto no es en
modo alguno aterrador. Le pregunté —con una seriedad excesiva, con la voz
estrangulada, con el ritmo del corazón siempre delirante— sobre la mujer y el
arte y algunas otras idioteces por el estilo que respondió con algunas frases
de El segundo sexo. Cuando
finalizamos me preguntó a su vez sobre mà y mis cosas: y le dije de mis poemas,
de mi preocupación por la palabra, de mi angustia por mis poemas actuales,
etc., exagerando un poco, por supuesto, cuando dije, por ejemplo que «lo único
que me interesa en este mundo es hacer poemas», lo que la sorprendió, sin duda,
y me pidió mis libros. Creo que contenÃa o reprimÃa su interés por mÃ, no sé
por qué, pero seguramente a causa de su tiempo escaso, y cuando nos despedimos,
me insinuó que vuelve de Brasil —se va ahora con Sartre— en Octubre, por lo que
estará «a mi disposición». Bueno, yo me quedé dos horas en el café —ella ya se
habÃa ido— y me sentà repentinamente bien: «ya pasó el miedo», me decÃa. Lo
mismo que en los exámenes.
Demás está decir que el corazón
jamás volvió a molestarme sino que lo que le sucedió fue festejo exclusivo para
«el encuentro» (tÃtulo de un cuento que hice sobre lo que le acabo de contar).
Olvidaba decirle que S. de B. me dijo que «por qué soy tan tÃmida y cómo voy a
hacer para persistir en los reportajes con tamaña timidez». Me pregunto cómo
haré ahora para escribir un artÃculo sobre las idioteces que le pregunté.
Quiere que se lo envÃe cuando se publique. (Conoce ese poema de Eliot: «¿y cómo
podrÃa yo atreverme?»).
Hablando de poemas hice varios
nuevos y no son malos. Leo a Góngora y a los surrealistas y me preocupo por la
palabra —no sólo en la frase sino en sÃ, sino y sobre todo en sÃ. Creo haber
hecho un pequeño progreso en los últimos poemas. Y descubrà que se puede hacer
poemas sin tener nada pensado, sin pensar, sin sentir, sin imaginar, en
cualquier instante y a cualquier hora. En suma, «el poema se hace con
palabras…». Y con ganas de hacerlo, agrego.
Esto tal vez, para justificar mi
apasionada declaración sobre mi vocación poética —de la que me siento tan
insegura como con todo— a S. de B.
También dibujo. Le mostré lo que
hice a Octavio Paz y lo estima mucho. Con Paz tengo una relación rara. Hay algo
misterioso —nada sexual— que nos une y nos obliga a una familiaridad que asomó
en cuanto nos vimos.
Volviendo a lo del encuentro me
dejó anonadada. Me refiero siempre al miedo incomprensible que sentà y que
siento cuando me animo a recrearlo. «El miedo pegado a mi rostro como una
máscara de cera». Qué no me animarÃa a hacer ahora para desmentirme mi terror,
mi ser cobarde. Ir al fuego, al agua, a la perdición, al suplicio, sÃ, pero es
tan fácil; lo que no podrÃa hacer es otro reportaje. Y esto es para reÃrse. O
no.
El reportaje fue el martes. Desde
entonces hasta hoy, viernes, no he salido de esta casa —de mi cuarto sombrÃo y
no muy lindo. Ha llovido hermosamente y me han faltado ganas y motivos de
moverme. Leà varios libros, escribà varios poemas, no hablé con nadie —sino los
saludos convencionales de siempre— y descubrà que me sentÃa —apenas me atrevo a
decirlo— «casi feliz». Exceptuando las veces en que me «acordaba». «Estás en
ParÃs; tienes que salir, tienes que ver». Entonces la angustia. «Mañana; juro
que mañana saldré». Pero un nuevo libro, pero tal vez un nuevo poema. Y el
silencio interno tan agradable después de haber leÃdo muchas horas, después de
haber escrito. Ese silencio como una mano de terciopelo. Tal vez un poco de
hastÃo, pero no obstante, una sensación casi de dicha, una tristeza tan dulce
que deviene alegrÃa. Un olvido absoluto de la realidad, de su horror. «Pero no
puedes pasarte la vida encerrada leyendo y haciendo poemas como Calipso, la
tortuga–electrónica–poeta». ¿No puedo? ¿No se puede? ¿Por qué no se puede? ¿Por
qué hay gente que trabaja diez y quince horas por dÃa en lo que le gusta y no
siente que «no se puede»? Pero «no se puede». Está dicho. Hay que trabajar en
cosas serias y ganarse la vida. Por otra parte, esta concentración de ahora en la
lectura y poesÃa no puede durar mucho. Mañana o pasado retornaré a mi nebulosa
mental y arrastraré un solo libro durante meses, en los que no escribiré una
sola lÃnea. No obstante necesito leer, lo necesito para sobrevivir; estoy
absolutamente convencida de necesitar alimentos poéticos para mi poesÃa. Lo que
se llama técnica poética —si bien no existe— pero hay algo diferente que llaman
con este nombre equÃvoco. Yo lo necesito. Necesito hacer bellas mis fantasÃas,
mis visiones. De lo contrario no podré vivir. Tengo que transformar, tengo que
hacer visiones iluminadas de mis miserias y de mis imposibilidades. No sé si me
explico bien. Por eso, hoy, por ejemplo, me apliqué varias horas a Góngora.
Lectura un poco penosa la vez primera. Y no obstante él «sabÃa». Se daba cuenta
de las palabras, de todas y de cada una.
Aún no sé qué haré —me refiero a
la «realidad». Para quedarme necesito pensar en ganarme la vida. Cuando pienso
en ello pienso que no es justo aplazar siempre las cuestiones que siento
urgentes: leer, escribir, etc. Razonablemente hablando: pueden hacerse las dos
cosas. SÃ. Pero mi sueño, mi aspiración más grande se enlaza a mi signo
astrológico: Tauro —el mismo que el de Balzac— signo asociado a la fecundidad,
a la capacidad de trabajo, a la voluntad, del que estoy desviada por alguna
aberración pero gimiendo siempre por incorporarme a sus fieles: sólo seré feliz
cuando escriba innumerables volúmenes, cuando escriba sin detenerme durante
dÃas y meses y años. Pero qué quiero escribir o sobre qué, me pregunto, si en
mà hay sólo silencio. Pero no me convenzo. Y la vieja aspiración sigue,
frustrada y persistente.
Otra vieja frustración —y esta
carta deviene crónica— es el estudio. Saber que lo necesito para mis poemas, lo
necesito para justificarme, (no sé ante quién pero no deja de aterrarme que, en
un sentido social, si yo leo a Góngora para mà estoy «perdiendo el tiempo»
mientras que si lo leo para un examen «trabajo» y «me beneficio»). Además en
tanto no finalice los estudios seré siempre una vagabunda. Pero cómo seguir si
«el miedo se adhiere a mi rostro como una máscara de cera» cuando pienso en los
exámenes, en hablar en público. La primera solución que se me presenta es el
psicoanálisis. Quizás me ayude a poder hablar sin miedo. Pero si no fue posible
curarme con su ayuda, por qué será posible con otra, cuál será mejor, es que
acaso hay alguien mejor que usted en Buenos Aires. Y no sólo el no poder hablar
me lleva a pensar en este tratamiento: es también el pasado que aquà despertó,
que me sobreviene en oleadas, que me molesta como una invasión de moscas
venenosas. Me debato y mato, pero vienen más y más. Hasta que caigo y viene el
silencio.
Todo esto que cuento y digo
sucede hoy. Mañana tal vez despierte y sonrÃa con cierto desprecio por la
obsesiva de ayer, por sus planes «burgueses», por su anhelo de seguridad. Y tal
vez la neurosis sea esencialmente un anhelo de seguridad. Un no saber que ella
no existe (Descubrimiento durante el viaje). Pero aunque mañana venga Otra y
pasado Otra, mi visión de la felicidad es siempre la misma: un poder trabajar
en y con las cosas que uno quiere. Me pregunto si hay posibilidad de cura
cuando alguien no lo puede. Si no puede trabajar es porque no quiere, no tiene
cosas que quiere. ¿Y alguien que es asà está enfermo? Oh me gustarÃa conversar
con usted de estas cosas.
Hablé por teléfono con Verdevoye
y tal vez nos veremos la semana próxima. Perdón por mi lentitud en buscar las
revistas: comenzaré «mañana». Perdón también por esta carta aburrida y
excesiva. Abrazos para usted y Aglae,
Alejandra
15 de julio
0 Comentarios