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EL ARTE DE VIVIR [Fragmento]
Cuando el individuo es feliz o pasablemente feliz, la insinuación de un "arte de vivir", de un conjunto de principios, reglas e indicaciones más o menos sólidas, conducentes a favorecer la obtención de un bienestar moderado y a evitar algunos dolores, excita su sonrisa.
Mas como eludir el dolor y alcanzar el placer son la exclusiva preocupación del ser vivo, ese mismo hombre temblará y palidecerá ante la perspectiva de un insignificante sufrimiento o llenará su casa de gritos y amenazas porque ha encontrado la sopa fría, y siempre que cualquier circunstancia retire de su alcance alguno de los manjares de su bienestar cotidiano.
Esto es común a Rockefeller y a su portero, a Napoleón y a su más oscuro soldado, a Spencer y a su criada; deliberadamente invierto todas las jerarquías dominantes porque en esta materia no las hay; para el placer y para el dolor todas las unidades humanas son iguales, y el santo se enojará porque le estorban ser todo lo santo que desea y palidecerá ante una tentación, es decir, temblará ante el dolor, porque una tentación importa para él la inminencia de un dolor moral, de una derrota de su voluntad.
El disimulo puede cultivarse y también puede darse color de indignación a lo que es siempre la misma moneda corriente de la cólera. Nuestros goces y nuestros sufrimientos podrán revestir la forma más egoísta o altruista; siempre eludir dolor y obtener placer serán el modo único de respirar la Vida, propio de todo ser vivo.
El cultivo del Valor puede ser llevado a amplitudes admirables, pero no alterará ese doble movimiento esencial de toda "vida" y, además, comportará el sacrificio o abandono de otros poderes de la personalidad.
Del mismo modo, la milagrosa trasposición merced a la cual el individuo rompe la ilusión del "yo", profana el egoísmo natural, y hace suyos el placer y el dolor de otro ser, no modifica su criterio hedónico, como no invierte su manera de respirar. La "madre", consumada perfección de esta suprema gracia del "yo", de ese bellísimo movimiento de trasposición que es la agilidad más exquisita del "individuo", del mundo cerrado de la conciencia individual, la madre sólo estará conforme con su estado cuando se sienta feliz y estará y se manifestará descontenta mientras falte algo a su felicidad, aunque el significado de esa dicha o de esa desdicha sea textualmente éste: mi hijo es feliz, o mi hijo sufre.
Y, por tanto, la madre, el héroe, el santo, el asceta, actúan con respecto al Placer y Dolor exactamente como el más simple individuo humano o animal, y cuando el dolor invade sus existencias caen en las mismas supersticiones y temores, buscando amuletos y refugios ya en las religiones, ya en los moralismos, ya en tal o cual sistema higiénico, sociológico, psicológico, cultura de la voluntad, "conciencia tranquila", etcétera.
(*) Fuente: Macedonio Fernández, "Teorías", Obras Completas vol. III; editorial. Corregidor, 3ra. Edición, 1997.
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