[De Poesía de Paso]
GENEVE
La luz desplaza, cumple un arcoiris
que se dispersa sobre el lago Leman
y, más allá, se me asimila al cielo.
Árbol del agua en que la luz florece,
limpio trabajo de una fuente: el chorro
que, ociosamente, ajusta los espacios
en el centro de un mar en miniatura.
Genéve, la primavera tiene un nombre
que una bella mujer compartiría.
La soledad no duele. . . convalece
por unas horas que el reloj le cede.
Alguien canta en el lago; pasa el mundo
circundado de mágicas montañas
y niños suizos de la mano. Es tiempo
de observar a los cisnes.
SAN PEDRO
Este primer motor del mundo tiene
para girar en su inmovilidad
la gran carrocería de San Pedro,
el ruedo de sus cúpulas que dan
formas al cielo de la impavidez,
senos para nutrir en esta tierra
la Historia del Poder, para engolfarse
las llaves y los nudos de San Pedro.
Atar o desatar, ¡qué bella cosa!
y fueron garras las que se mezclaron
a este ejercicio de parar la roca,
ahuecarla, infundirle un mecanismo
en todo semejante al alma humana
que luce bien al borde del infierno.
Los santos desenvainan sus espadas
—centuriones de un Cristo aristotélico—
cruces forjadas en las herrerías,
y en lo alto la cruz parece un águila.
Romas vaciadas en un mismo molde.
Pídele al horizonte menos cúpulas.
MUCHACHA FLORENTINA
El extranjero trae a las ciudades
el cansado recuerdo de sus libros de estampas,
ese mundo inconcluso que veía girar,
mitad en sueños, por el ojo mismo
de la prohibición—y en la pieza vacía
parpadeaba el recuerdo de otra infancia
trágicamente desaparecida—.
Y es como si esta muchacha florentina
siempre hubiera preferido ignorarlo
abstraída en su belleza Alto Renacimiento,
camino de Sandro Boticelli,
las alas en el bolso para la Anunciación, y un gesto
de sembrar luces equidistantes
en las colinas de la alegoría
inabordables.
EL INSOMNE
A la vuelta de las escarificaciones el parpadear
de la locura
y la obsesión de los objetos hirientes.
Disturbios que remplazan el alma por la sed
en que prueba el alcohólico el gusto de sus visceras.
No se puede dormir en horas sucesivas,
completar este cántaro con una arcilla erizada
de vidrios
sino en todo mezclar la vigilia y la sangre
y el miedo al crimen y la eyaculación
sobre la arena tórrida.
ERES PERFECTAMENTE
MONSTRUOSA
EN TU SILENCIO...
Eres perfectamente monstruosa en tu silencio.
Ya lo sé; preferible a un razonar
sin otro son que el ton: de vientre para afuera,
de boca para afuera, de corazón para afuera.
Pero me muerde el tiempo con que allá te abanicas;
armado de una pluma, entre el cachorro y la pared,
desnudo
hago como que juego a desangrarme
cuando, entre broma y broma, me desangro.
Como en la infancia pero aún más cruel que la
persecución de todos contra uno
o el castigo por llorar en horas de clase,
este silencio, ese silencio monstruoso
de alguien que te hizo entrar, acariciándote,
a su pequeño circo propio. Romano.
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