Perspectiva de Alfonso Alcalde sobre Muhammad Ali [Extracto del libro Gente de carne y hueso]




Cassius Clay



Es mucho más astuto que John Sullivan, el primer campeón del mundo (1882), más diestro que Jim Corbett (1892), más audaz que Bob Fitzsimmons (1897), más cruel que Jim Jeffries (1899), más despiadado que Max Schmeling (1930), más carnicero que Jack Sharkey (1932), más impulsivo que Primo Camera (1933), más payaso que Max Baer (1934), más implacable que Jim Braddock (1935), más certero y preciso que su ídolo Joe Louis (1937), más inspirado que Marvin Hart (1905), más desafiante que Tommy Burns (1906), más vengativo que Floyd Patterson (1960), en fin, es único y como él mismo lo dice, sin modestia publicitaria "Soy el más grande, el excelente, el distinto, el rey, el boxeador más perfecto de todos los tiempos". Y es cierto. Bufón, payaso, pícaro, poeta del ring, arbitrario, contumaz, increíble. Y mucho más: un ideólogo de la justicia, un filósofo a su modo que le "cruje", un pensador que se las trae, un ídolo de los negros, un puntual enemigo de los blancos.


ORIGEN Y GLORIA

Llegó de abajo, con rencores atávicos que ha ido disparando lentamente. Ahora es un ejemplar fuera de serie: excéntrico, extrovertido, calculador, pacifista, enemigo implacable de los discursos de buena voluntad. No cree en el juego de palabras. Asegura fervientemente que su mundo está dividido entre blancos y negros. Y punto. Y con principios implacables. Por ejemplo: "Yo no tengo nada que ver con lo que no sea limpio, moral y decente".

Confiesa que ama el dinero; es un comerciante lúcido y bastante imaginativo, socio principal de una cadena de hoteles en Estados Unidos. Dispone de dos gigantescos servicentros en Texas. Cada vez que gana una pelea (con un promedio de entradas de doscientos mil dólares) deposita una cantidad determinada (21%) en una cuenta especial. Contrajo el compromiso consigo mismo de no tocar un solo centavo de estas entradas hasta cumplir 35 años. Como personaje pensante recorre semana a semana diversas universidades de su país. Da conferencias en California y Notre-Dame o Harvard o en el Massachusetts Institute of Tecnology. No habla precisamente de boxeo. Es el teórico pensante, el que está al día de lo que ocurre en Vietnam o Cambodia, en África y en el Extremo Oriente. Es un orientador y a la vez un ofuscado defensor de una tesis implacable: "Sólo habrá paz en el mundo cuando los 'super-blancos' abran también para los negros las puertas del Cielo, del Paraíso y de la Tierra".


ÍDOLO PERMANENTE

Cuando recorre las calles de Los Angeles, o las sórdidas avenidas de Harlem, los choferes de taxis lo saludan con las bocinas de sus coches.

Los muchachos negros le piden autógrafos y las mujeres le regalan un beso en la frente. Es una especie de iluminado, el depositario de las esperanzas de su raza, el que vino a este mundo a salvar a sus hermanos de color. Por eso afirma: "Amo a mi pueblo y él me adora; me siento en mi hogar en cada barrio negro porque me identifico con sus habitantes, con quienes he sufrido las mismas injusticias."

Cassius Clay ha confesado que el boxeo es una disculpa, el vehículo que le sirve para hacer proselitismo, para arengar a las masas porque sus convicciones religiosas le han dado la aureola para irrumpir en este mundo con una espada de fuego. Cuando proclamó abiertamente que no estaba dispuesto a ir a la guerra del Vietnam, el Gobierno norteamericano inició una implacable ofensiva en su contra. El proceso culminó cuando lo obligaron a cortar su carrera de boxeador. Su declaración pública no se hizo esperar entonces: "Soy una persona consciente de mis creencias, con ardientes deseos de paz, y de un destino mejor para mi raza y para toda la humanidad, sobre todo para tantos pueblos azotados por el hambre y la miseria".


EL RING ES EL ESCENARIO

Pobre, con bastantes complejos de culpabilidad a cuestas, pero tenaz y desafiante, el joven Cassius Marcellus Clay no tenía mucho destino. Pronto retomó la onda de los negros que encontraron en el deporte una fulminante popularidad. En 1960 regresa triunfante de Roma donde obtiene un título olímpico. Tiene 18 años. Invita a sus padres a un restaurante céntrico y el mozo se niega a servirlo indicándole un letrero: "Aquí no se atienden negros". Pregunta del campeón: ¿Cómo se podía negar el acceso a un restaurante a un hombre que venía de honrar a su país ganando una medalla de oro? Pero éstas y otras interrogantes no tienen respuesta. Dos días más tarde se transforma en un discípulo de la secta musulmana de Elijah Mohammad. Está confuso y desorientado. Carga sus puños con dinamita y se dedica a la meditación. Seis años más tarde es expulsado del movimiento porque Cassius es un hombre difícil, complejo y contradictorio. Sus nuevos principios lo obligan a renunciar a la importancia del dinero, pero el campeón se resiste. Más tarde recapacita: "Me había olvidado que Alá pone a sus hijos al abrigo de todas las necesidades." También reconoce que su mujer Sanjil Roi le hace perder el juicio. Además usa tenidas mínimas y extravagantes y es también como un producto sofisticado de la sociedad de consumo. Sus "hermanos" le hacen el vacío. Nadie le habla y lo aíslan. Llega el momento en que Cassius tiene que ceder y cambia de actitud, de mujer y de método de vida. Entonces se transforma en el defensor número uno de la paz. Los promotores de la guerra lo colocan entre la espada y la pared. Un recuerdo de entonces:
"Fui puesto en el banquillo de la cofradía de discípulos de Islam. Eso quiere decir que el hermoso nombre que Alá me donó me fue arrebatado hasta que fuera digno de llevarlo de nuevo."


LA REDENCIÓN A TRAVÉS DEL CASTIGO

Se transforma en el hombre espectáculo. Vaticina frente a los periodistas el momento preciso en que mandará a la lona a sus adversarios. Los enfurece, provocándolos, insultándolos. Cuando caen los escupe. Los inunda de imprecaciones: "¡Cobardes, inútiles, inservibles!" Y si el contrincante (blanco o negro) se recupera, recibirá una nueva andanada de golpes: una verdadera máquina enardecida que no conoce la piedad. Cuando su víctima se entrega, abre los brazos y los levanta victorioso. Una sonora carcajada rebotará en el escenario en medio de los aplausos de la multitud. El derrotado irá a parar al hospital como su último desafiante Jerry Quarry que terminó con once puntadas sobre su ojo, después de perder la pelea en Atlanta al tercer round. Cassius volvió a reunir una bolsa de cuatro mil millones de pesos nuestros, aunque esta vez advirtió que un fuerte porcentaje estaba destinado a incrementar los fondos musulmanes. La verdad es que la mejor de sus peleas se inicia después del combate, cuando lo rodean los reporteros y el campeón sabe que tiene tribuna universal. No se queda corto de lengua para despotricar contra las matanzas de Vietnam y para asegurar abiertamente que la justicia norteamericana está corrompida desde sus mismos cimientos. Terminará cantando una de sus composiciones favoritas: "Flota como mariposa, pica como avispa…"


EL TEATRO TAMBIÉN SIRVE

Un empresario le ofrece un papel de importancia en la comedia "Buck White" y Cassius acepta interpretando el papel de un líder negro. Hace primero una advertencia: "No soy actor. No conozco nada de teatro; no amo el mundo del espectáculo. No hay moral en este medio". Pero descubre que el teatro le abre posibilidades para ampliar su doctrina y acepta. La comedia —según el campeón— "glorifica la fraternidad sobre los negros y exalta su tentativa de recuperar su antigua dignidad". Porque sostiene que los negros han bajado en el escalafón de la dignidad humana mientras proclama que "no soy un hombre feliz". En todo caso se casa con Belinda, una musulmana devota que le da una hija inquietante: Maryum que ahora bordea los dos años. La autopropaganda no tiene tapujos. Porque Cassius ahora ya es un desinhibido completo y proclama sin austeridad sus excelencias. Por ejemplo: "Soy el más grande campeón de la historia del deporte, el más hermoso campeón de peso pesado del mundo entero".


UN ÍDOLO PACIFICO

Su entrenador Angelo Dundee nos entrega la siguiente imagen de su pupilo: "Es incapaz de odiar a nadie, ama a todo el mundo; nunca lo he oído proferir maldiciones ni amenazas". De lo que se deduce que su furia verbal sólo tiene relación con la propaganda. Sabe cosechar agua para su molino, impactar en el público, desafiarlo, estremecerlo para preparar el terreno y decir como fin de fiesta (mientras el rival se arrastra en la lona); "¡Alá me ha iluminado!".
En la actualidad está considerado como uno de los tres conferencistas más amenos y atractivos de Estados Unidos. Sólo lo superan el senador Muskie y David Brinkley, comentarista de la National Broadcasting Corporation.
Termina de rechazar una fabulosa oferta para interpretar el papel del campeón Jack Johnson. Su argumento fue: "Yo rechazo un papel romántico no sólo con una mujer blanca, sino con cualquiera. Soy un creyente, un hombre religioso. ¿Puede alguien imaginarse al Papa interpretando un romance en el escenario?"
Es el ídolo de la juventud, de los ofendidos y humillados, el líder parlante de la conciencia negra, el jefe de millones de seres que ven en sus golpes compactos el símbolo de la revancha. Por eso Cassius Clay tiene algo de fuerza natural cuando permanece en el centro del ring. Pega para hacer justicia, destruye para llamar la atención, pulveriza a sus enemigos anticipando la hora del Juicio Final, pronosticando que ya llegará el momento en que el hombre —blanco y negro— "tiene que vivir como es, porque en caso contrario su existencia no tiene ningún sentido."




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