Paul Verlaine [Fragmento de las crónicas Mis hospitales & Mis prisiones]




Hay jóvenes poetas que han hecho hablar de ellos de diversa manera, siguiendo su costumbre, poetas jóvenes premiados por los viejos (mediante un periódico bulveradero, si gustáis), un verdadero poeta decorado, otro irónico y como vengado con anticipación, aquél muerto en el hospital y… el nombre de un poeta muerto en el hospital ha sido dado a una calle de París en virtud de una deliberación del consejo municipal de la "Ciudad Luz".

La prensa ha hablado dignamente de Maurice MacNab, tan original y tan malogrado; por otra parte, la literatura entera aplaude la distinción de que se ve objeto Maurice Bouchor, el autor de tantas obras encantadoras y profundas, y los benjamines del parnasianismo, distinguidos por sus hermanos muy mayores, están naturalmente orgullosos de esta distinción, tanto como de su suerte aurífera. Por ello dejaré a su gloria estos dignos efebos y al público competente en su legítima satisfacción frente al decreto que honra al buen bardo de la Aurora y de los Símbolos y sólo me ocuparé en esta primera Crónica del hospital de la calle Hégésippe-Moreau.

"Calle Nueva", reza el documento oficial. ¡Bravo! Un nombre de poeta, y sobre todo un nombre como éste que emana gracia y juventud cortadas en flor, no puede reemplazar decentemente ninguna trivial cartela de la vía pública.

Y en cuanto a una ilustre o tradicional denominación, que fue necesario desbautizar en su favor, creo ha sido un buen acuerdo no subordinarla a la memoria de un espíritu encantador, a quien hubiera contristado la sospecha de parecida brutalidad…
Hégésippe Moreau, figura un poco alejada de nuestros días, fue un poeta independiente de toda escuela. Sin duda la mayoría de sus versos se resienten algo de una especie de incoherencia, influenciada del medio literario en que vivió. Pero, ¿cómo puede portarse un contemporáneo joven entre tantas glorias frecuentemente contradictorias? Puede deplorarse su romanticismo, derivado más bien de Barthélemy y de Méry que de los grandes maestros, y sus demasiado numerosas y bastante fáciles imitaciones del viejo Béranger; pero La Voulzie, Un quart d’heure de dévotion, La Fermière, Jean de Paris y otros poemas más, frescos, generosos, de un verbo ágil y firme a la vez, en fin, los Contes à ma soeur, de una castidad tan rara, de una delicadeza más rara todavía, son cosas que quedarán y que bastan ampliamente para preservar el sonriente y doloroso recuerdo del pobre Hégésippe.
Sainte-Beuve le estimó y le admiró. Pelix Pyata supo encontrar para elogiarle acentos elocuentes que harán perdonar al feroz revolucionario —un gran escritor declamatorio, pero ¡cuán intuitivamente artista!— demasiadas herejías y numerosos errores estéticos. Baudelaire hizo algunas objeciones demasiado severas, según mi humilde entender, a los homenajes de que era objeto su nombre. Le reprochó, entre otros riesgos, el de caer en la democracia, y llegó hasta a tratarle de "mala persona", olvidando que Villon, por el hecho de haber sido el peor de los tunantes, no es menos nuestro padre y el maestro de todos; olvidando también que la vida no fue completamente rosada para esta naturaleza ardiente y delicada, desde entonces fácilmente irritable. En cuanto a su muerte en el hospital, permitidme que no lo deplore más que de derecho. Experto crede Roberto: la sociedad, bajo el régimen político que sea —léase "Stello"—, no está hecha para glorificar a los poetas, que frecuentemente van contra sus leyes positivas y sus costumbres más imperiosas, buenas o malas, más malas que buenas, estoy conforme. Luego


 Et pourquoi si j’ai contristé

Ton voeu têtu

Societé,

Me choirais tu?


Como ha dicho una "mala persona" que soy yo, según parece.
Y por el contrario, el poeta, empero, ávido de lujo y de bienestar, tanto si no más que el primero, pone su libertad a un precio más alto que aquello que pudiera hacerle transigir con las costumbres de la multitud. De suerte que el hospital al final de su carrera terrestre no puede asustarle más que la ambulancia al soldado o el martirio al misionero. Hasta es el final lógico de una carrera ilógica a los ojos del vulgo, y casi agregaría el fin feroz que hace falta.

Hégésippe Moreau no hizo más que continuar una tradición que está lejos de pasar de moda. ¡Ay! ¿No leía yo estos días en una hermosa crónica de Jean Lorrain detalles trágicos sobre la muerte reciente de dos poetas eslavos? ¿Y quién sabe lo que reserva el porvenir a esa larga lista de ilustres miserables que arranca de Homero? La palabra del Evangelio —para hablar desde tan alto— es sobre todo verdadera en lo concerniente a la gente ligera que Platón desterraba coronada de rosas: "Habrá siempre pobres entre vosotros". Por ello, sin ironía alguna, se puede felicitar a los ediles —no siempre tan bien inspirados— por su última decisión. Los difíciles, que no son siempre los delicados, podrían desear que se tomasen cerca de los poderosos medidas para que los poetas mueran menos de hambre, y para no brillar con caracteres blancos, largo tiempo después de su muerte, en el rincón de los inmuebles. Pero, ¿y el medio, ante todo? En realidad, lo único que se puede hacer por nosotros es la publicidad póstuma sobre azulejo municipal, después de habernos alojado ni peor ni mejor que otros desheredados tan interesantes, lo que ya es amabilidad para los buscadores de renombre.

Pero es igual, y se hubiese sorprendido mucho Hégésippe Moreau prediciéndole esta apoteosis tardía, casi tanto como se me asombraría a mí si viniesen a anunciarme, para el tiempo que Dios sabe, una calle.

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