Poemas de H.P. Lovecraft





Hesperia. 


El ocaso invernal, refulgiendo tras las agujas
Y las chimeneas medio desprendidas de esta esfera sombría,
Abre anchas puertas hacia algún año olvidado
De viejos esplendores y deseos divinos.
Futuras maravillas arden en aquellos fuegos
Llenos de aventura y sin sombra de temor;
Una hilera de esfinges señala el camino
Entre trémulos muros y torreones hacia liras distantes.

Es la tierra donde florece el sentido de la belleza,
Donde todo recuerdo inexplicado tiene su raíz,
Donde el gran río del Tiempo inicia su curso descendiendo
Por el vasto abismo en sueños de horas iluminadas por las estrellas.
Los sueños nos acercan... pero un saber antiguo
Repite que el pie humano jamás ha hollado sus secretos.





Azathoth

El demonio me arrastró por el vacío sin sentido.
Más allá de los brillantes enjambres del espacio dimensional,
Hasta que no se extendió ante mí ni tiempo ni materia
Sino sólo el Caos, sin forma ni lugar.
Allí el inmenso Señor de Todo murmuraba en la oscuridad
Cosas que había soñado pero que no podía entender,
Mientras a su lado murciélagos informes se agitaban y revoloteaban
En vórtices idiotas atravesados por haces de luz.
Bailaban locamente al tenue compás gimiente
De una flauta cascada que sostenía una zarpa monstruosa,
De donde brotaban las ondas sin objeto que al mezclarse al azar
Dictan a cada frágil cosmos su ley eterna.
-Yo soy Su mensajero-, dijo el demonio,
Mientras golpeaba con desprecio la cabeza de su Amo.




Nyarlathotep

Y vino del interior de Egipto.

El extraño Oscuro ante el que se inclinaban los fellás; silencioso, descarnado, enigmáticamente altivo, envuelto en sedas rojas como las llamas del sol poniente.

A su alrededor se congregaban las masas, ansiosas de sus órdenes, Pero al retirarse no podían repetir lo que habían oido; mientras la pavorosa noticia corría entre las naciones: las bestias salvajes le seguían lamiéndole las manos.

Pronto comenzó en el mar un nacimiento pernicioso; tierras olvidadas con agujas de oro cubiertas de algas; se abrió el suelo y auroras furiosas se abatieron sobre las estremecidas ciudadelas de los hombres.

Entonces, aplastando lo que había moldeado por juego, El Caos idiota barrió el polvo de la Tierra.






Sirenas portuarias.


Por encima de viejos tejados y agujas desgastadas las sirenas portuarias cantan durante toda la noche;

Voces venidas de puertos extraños, de blancas playas distantes, y océanos fabulosos, unidas en coros apretados.

Ajenas unas a otras, no se conocen entre sí,

Pero todas, por obra de alguna fuerza oscuramente concentrada desde honduras ensimismadas más allá del curso del Zodiaco, se funden en un misterioso zumbido cósmico.

A través de vagos sueños organizan un desfile de formas aún más vagas, insinuaciones y visiones; ecos de vacíos exteriores e indicios sutiles, de cosas que ni ellas mismas podrían definir.

Y siempre en ese coro, tenuamente mezcladas, captamos algunas notas que ningún buque terrenal emitió jamás.





Oceanus.


A veces me detengo en la orilla,
Donde las penas vierten sus flujos,
Y las aguas turbulentas suspiran y se quejan De secretos incontables.

Desde las simas profundas de valles sin nombres, Y desde colinas y llanuras que ningún mortal ha hollado, La mística marejada y el áspero oleaje Sugieren como taumaturgos malditos Un millar de horrores, henchidos por el temor Que ya contemplaron épocas hace tiempo olvidadas.

¡Oh vientos salados que tristemente barréis Las desnudas regiones abisales;

Oh pálidas olas salvajes, que recordáis El caos que la Tierra ha dejado tras de sí;

Una sola cosa os pido:

Guardad por siempre oculto vuestro antiguo saber!





El libro.


El lugar era oscuro y polvoriento, un rincón perdido
en un laberinto de viejas callejas junto a los muelles,
que olían a extrañas cosas venidas de ultramar,
entre curiosos jirones de niebla que dispersaba el viento del oeste.
Unos cristales romboidales, velados por el humo y la escarcha,
apenas dejaban ver los montones de libros, como árboles retorcidos
pudriéndose del suelo al techo... huellas
de un saber antiguo que se desmoronaba a precio de saldo.

Entré, hechizado, y de un montón cubierto de telarañas
cogí el volumen más cercano y lo leí al azar,
temblando al ver las raras palabras que parecían guardar
algún arcano, monstruoso, para quien lo descubriera.
Después, buscando algún viejo y taimado vendedor,
sólo encontré el eco de una risa.






Vientos estelares. 


Es la hora de la penumbra crepuscular.

En otoño, casi siempre, cuando el viento estelar se precipita por las calles altas de la colina, que, aunque desiertas, revelan luces tempranas en cómodas habitaciones. Las hojas secas bailan con extraños giros fantásticos, y el humo de las chimeneas se arremolina con gracia etérea siguiendo las geometrías del espacio exterior, Mientras Fomalhaut se asoma por las nieblas del Sur.

Ésta es la hora en que los poetas lunáticos saben qué hongos brotan en Yugoth, y qué perfumes Y matices florales, desconocidos en nuestros pobres jardines terrenales, llenan los continentes de Nithon. ¡Pero por cada sueño que nos traen estos vientos nos arrebatan una docena de los nuestros!





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