Pierre Bourdieu: Sobre la televisión




Contradicciones y tensiones


La televisión es un instrumento de comunicación muy poco autónomo sobre el que pesan toda una serie de restricciones que remiten a las relaciones sociales entre los periodistas, relaciones de competencia encarnadas, impiadosamente, hasta el absurdo. Son también vínculos de connivencia, de complicidad objetiva, fundados en intereses comunes ligados a su posición en el campo de la producción simbólica y sobre el hecho de que comparten estructuras cognitivas, categorías de percepción y apreciación provenientes de su origen social,  su formación (o su no formación). Se sigue que este instrumento de comunicación aparentemente sin límites que es la televisión en realidad está absolutamente “limitado”. Cuando, en los años 60, apareció como un fenómeno nuevo, un cierto número de “sociólogos” (con muchas comillas) se precipitaron a decir que la televisión, en tanto “medio de comunicación de masas”, iba a “masificar”. La televisión estaba llamada a nivelar, homogeneizar poco a poco a todos los telespectadores. En resumen, era subestimar las capacidades de resistencia. Pero, sobre todo, era subestimar la capacidad que el medio tuvo de transformar a los que la producen y, especialmente, a los periodistas y al conjunto de productores culturales (a través de la fascinación irresistible que ejerció en algunos de ellos). El fenómeno más importante, y que era demasiado difícil de prever, es la extensión admirable de la influencia televisiva sobre el conjunto de actividades culturales, comprendidas las producciones científicas o artísticas. Hoy la televisión llevó al extremo, al límite, una contradicción que es frecuente en todos los universos de producción cultural. Es la que existe entre las condiciones económicas y sociales en las que hay que estar ubicado para poder producir un cierto tipo de obras (cité el ejemplo de las matemáticas porque es el más evidente pero es verdadero también en la poesía de vanguardia, la filosofía, la sociología, etc.), obras que se llaman “puras” (es una palabra ridícula) o autónomas, en relación con las restricciones sociales de transmisión de los productos obtenidos en estas circunstancias; contradicción entre las condiciones en las cuales hay que estar para poder hacer matemáticas de vanguardia, poesía de vanguardia, etc., y las condiciones en las cuales hay que estar para poder transmitir cosas a todo el mundo. La televisión lleva al extremo esta incompatibilidad en la medida en que ella sufre todos los otros universos de producción cultural, la presión del comercio, por intermedio del rating.

Del mismo modo, en este microcosmos que es el mundo del periodismo, las tensiones son muy fuertes entre aquéllos que querrían defender los valores de la autonomía, de la libertad en relación con el comercio, las demandas, los jefes, etc. y aquéllos que se someten a la necesidad y que son pagados ... Estas tensiones no pueden casi explicarse, al menos en las pantallas, porque las condiciones no son muy favorables: pienso por ejemplo en la oposición entre las grandes figuras con enormes fortunas, particularmente visibles y remuneradas, pero también sumisas y los testaferros invisibles de la información que cada vez están más condicionados por la lógica del mercado del empleo y son utilizados para cosas cada vez más pedestres, cada vez más insignificantes. Tienen, detrás de los micros, de las cámaras, gente incomparablemente más cultivada que sus equivalentes de los años 60. Dicho de otro modo, esta tensión entre lo que es solicitado por la profesión y las aspiraciones que la gente adquiere en las escuelas de periodismo o en las facultades es cada vez más grande - aunque haya también una adaptación anticipada, que opera la gente de dientes largos... Un periodista decía recientemente que la crisis de la cuarentena (a los 40 años se descubre que un trabajo no es todo lo que se creía) se transforma en la crisis de la treintena. Las personas descubren cada vez más rápido las necesidades terribles de la profesión y, en particular, todas las restricciones asociadas al rating, etc. El periodismo es una de las profesiones donde se encuentra a la gente más inquieta, insatisfecha, movediza o cínicamente resignada, donde se expresa muy comúnmente (sobre todo del costado de los dominados, evidentemente) la cólera, la repugnancia o el desencanto ante la realidad de un trabajo que se sigue viviendo o reivindicando como “diferente de los otros”. Pero se está lejos de una situación en la que estos desprecios o estos rechazos podrían tomar la forma de una verdadera resistencia individual y, sobre todo, colectiva.


Para comprender todo lo que evoqué y que se podría creer, a pesar de mis esfuerzos, que lo imputo a las responsabilidades individuales de los presentadores, de los comunicadores, hay que pasar al nivel de los mecanismos globales, al nivel de las estructuras. Platón (lo cité mucho hoy) decía que somos marionetas de los dioses. La televisión es un universo en el que se tiene la impresión de que los agentes sociales, teniendo las apariencias de  importancia, de libertad, de autonomía e, incluso a veces un aura extraordinaria (basta leer los noticiosos televisivos), son marionetas de un afán que hay que describir, de una estructura que hay que desmenuzar y poner al día.


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