Dos libros sobre Francis Bacon: Las visceras por rostro y Lógica de la sensación [France Borel y Gilles Deleuze]






EL EDIFICADOR DEL ÚLTIMO EXTREMO

Bacon investiga, echa pestes, se enrabieta, lleva a cabo, destroza. ¿Cuántos lienzos no habrá destruido deliberadamente sin dejar rastro de ellos? (¡Y cuánto no lo lamentan los coleccionistas!) 
Pintar con intensidad no es pintar de cualquier manera. El pintor edifica aquello que se ha arrogado el derecho de destruir, edifica el último extremo. Controla las fuerzas para que estén presentes en el
cuadro. Si el pintor diera un paso más, el cuadro caería en la demencia. Cuerda floja. El hombre es una cuerda que va del animal al superhombre, una cuerda tendida sobre un precipicio, escribía Nietzsche. Bacon es un lector de Nietzsche.

La pintura se mueve en una franja de terreno estrecha y minada por completo. Rostros como abismos. Sin remisión. Cuando alguien ha llegado a este punto, el tema de lo figurativo ya ni siquiera se plantea.

Algunas veces, para que las energías de estos modelos vivos se concentren en grado aún mayor, Bacon añade un grafismo —raya, círculo, línea de puntos— que se asemeja a la marca que traza el
cirujano antes de la operación, a una diana, a unos puntos de mira que me recuerdan, sin poderlo evitar, los tatuajes que llevaban los presidiarios alrededor del cuello: córtese por la línea de puntos.
La pintura es una ceremonia de la muerte, como lo es una corrida. ¡Cuántos suicidios, cuántos fallecimientos rodean al pintor, al que también ha emplazado el médico nada más cumplir los treinta años, anunciándole un pronto fallecimiento si sigue bebiendo! ¡Y sigue bebiendo hasta cumplir los ochenta y dos, pese a padecer de asma!




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